2022/12/08

De opciones que nos achican

Siempre tenemos la opción de menospreciar a los demás, de creer que somos mejores (aunque no lo digamos) por las cosas que hacemos, por lo que nos gusta, por lo que queremos, por aquello en lo que creemos (o en lo que no), por cómo nos vemos o cómo algunas personas dicen vernos. Siempre tenemos la opción de burlarnos de los demás, de señalarnos con el índice mientras los miramos hacia abajo, trepaditos en un banco imaginario de superioridad (moral, intelectual, física, económica). Siempre tenemos la opción de juzgar a otros por lo que hacen (o lo que no), por sus circunstancias, por sus decisiones, por sus preferencias en cualquier ámbito.

Siempre podemos ser peores personas y todos (o bueno, digamos que casi todos) ejercemos una o muchas y repetidas veces esa posibilidad, justamente porque somos personas, tan o más imperfectas que aquellas a las que minimizamos o despreciamos (abierta o "disimuladamente"), porque a veces nuestras inseguridades son tan grandes que las proyectamos en el resto, porque desconocemos mucho y no siempre tenemos la capacidad de reconocer nuestra ignorancia, porque ponerse en el lugar del otro demanda un verdadero interés por entender o –al menos– respetar a quienes están en la orilla de enfrente de uno o de todos los ríos que se nos cruzan en la vida.
¿Por qué nos asusta tanto la validez de las razones o 'sinrazones' de los otros? ¿Por qué nos aferramos a la insostenible idea de que tenemos razón en todo y quien no concuerde está impajaritablemente equivocado? ¿Por qué entre tantas opciones escogemos las que nos achican (intelectual y espiritualmente) o las que nos colocan siempre en situación de choque, de agresión pasiva, incluso de crueldad?
Sí, siempre habrá alguien a quien agrademos o que nos aplauda cuando maltratemos a otros, pero no estaría mal cuestionarnos si el agrado de gente así (que disfruta de la confrontación innecesaria o que se cree mejor que el resto de mortales) vale la pena, si realmente nos queremos reducir a personas que se desvirtúan a cambio de aplausos de aduladores sin criterio o de vanidosos con un ego más grande que el nuestro (o una inseguridad mayúscula y disfrazada de una autoconfianza colosal).
Podemos romper todo y a todos a nuestro paso, claro, pero pensemos en qué hay detrás y qué pretendemos con eso. No hay herida propia que sane lastimando a alguien más; no somos más inteligentes considerando tontos a los otros; no hay afecto honesto detrás de incentivos para ser nuestra peor versión, ni hay crecimiento (intelectual o humano) que nazca de agredir sutil o brutalmente a individuos o colectivos.
Siempre tenemos esa opción que nos empequeñece, aunque en un espejo deformante nos veamos enormes y luminosos; pero, por suerte, siempre tenemos también muchas opciones más.

2022/10/07

Un año

28 de septiembre de 2022


Cuando la vida nos sacude y, de pronto, debemos enfrentar dolores tan profundos como la enfermedad y la muerte de mi mami, apenas logramos mantenernos en pie: sentimos una tristeza infinita, ira y agotamiento profundo. En medio de este caos todo habría sido más difícil sin el apoyo de la gente que quería a mi mami y que nos quiere a los cuatro, por eso me parece importante empezar agradeciendo a la familia y a los amigos por la delicadeza con que han sabido acompañarnos y por el respeto con el que nos han dado espacio cada vez que hemos necesitado estar solos. Pero, sobre todo, les agradezco con el corazón por cada acto de nobleza que tuvieron para con mi mami a lo largo de su vida.

En el transcurso de este año, 12 veces he visto a mi mamina en sueños, le he escrito algo más de 6000 palabras y cada instante de estos 365 días me ha hecho mucha falta. Me es difícil hablar de su ausencia, quizá porque nunca imaginé la vida sin ella o quizá porque nunca había sentido un dolor tan grande y eso no se puede explicar con palabras… Así que hoy quiero hablar de su presencia, rendir un homenaje a su vida, a su legado, a algunos de los motivos por los que mis hermanas y yo nos sentiremos siempre orgullosas y agradecidas de ser sus hijas. Si es cierto aquello de que todas las personas nacemos con una misión, sin duda la de mi mami era hacer más llevadera la vida de los demás. Por distintas circunstancias, mi mami cumplió desde muy joven el rol de pilar en su familia: era la amiga de sus hermanos mayores, la guía de sus hermanos menores, el apoyo en varios ámbitos para su madre y el eje para su padre; ¿en dónde quedaba tiempo y espacio para sí misma?, no lo sé, tal vez a conciencia decidió cambiarlo todo por la alegría de ver a esa tropa de ocho creciendo unida, con tantos sueños por cumplir y algunos ya cumplidos (como ese "terrenito aunque sea en la punta del cerro" que anhelaba la Carlotita cuando decidieron vivir en Quito). Años más tarde, cuando entre el trabajo y la universidad conoció a mi papi y decidió empezar otra familia, tampoco destinó espacios ni tiempos para ella; todo era para nosotros cuatro: su energía, su tiempo, sus sonrisas, sus lágrimas, su paciencia, sus sacrificios, sus silencios, sus palabras, su perdón. No sé si merecíamos tanto, pero ella nos lo dio.

Ya con lo dicho parecería bastante, pero no para mi mami: su generosidad se extendió mucho más allá del portón de "la casita alebre". Caramelos de café que llevaba siempre en su cartera, paquetitos de galletas en el auto, víveres, ropa, dinero, espacio en su casa, en su mesa y en su corazón: su prioridad era compartir, ayudar, aliviar. Y sí, a veces era difícil seguirle el rimo en ese dar, dar y dar; también a veces era difícil entender esa falta de espacio "egoísta" solo para sí misma o solo para los cinco; pero ahora entiendo que todo es mejor si se comparte, que los dolores o las carencias no son excusas para actuar con rabia o egoísmo, y que estar cerquita de las personas queridas, mientras se pueda, es una bendición, porque luego las ausencias temporales se van sumando a las definitivas y es muy triste sentir que la casa es cada vez más silenciosa y que alrededor de la mesa hay cada vez más sillas vacías… 

Hace un año me preguntaba lo mismo que hoy: ¿hicimos lo suficiente?, no lo sé, lo que tengo claro es que hicimos lo que pudimos, lo que creímos mejor, lo que el amor por mi mami nos dictaba. Ahora, un año más tarde, tampoco sé si hago lo suficiente por mi papi, por mis hermanas, por toda la gente a la que quiero, por mí misma; hago lo que puedo, aunque a veces no alcance. Mi papi y mis hermanas hacen mucho por los cuatro, por los tíos, por la gente querida: es así —con ganas de parecernos un poquito a ella y con amor— como honramos la memoria de mi mamina. 

Gracias, mamita, por enseñarnos a ser mejores personas con tus ejemplos y con esa vida coherente que es un referente para nosotros, tus cuatro amores. Ojalá hubiésemos tenido más tiempo para retribuirte por tanto, ojalá siempre hayas sentido el inmenso amor de cada uno de nosotros, ojalá hayamos logrado enmendar cualquier enojo o cualquier dolor que te hayamos causado, ojalá…

2022/09/21

Nos queremos vivas, pero nos matan

Nos queda rezar cuando salimos o cuando está afuera una hermana, una amiga. Nos queda pedir ayuda en redes sociales cuando una de nosotras desaparece, porque la burocracia nos mira con desprecio o con indiferencia nos dice que hagamos los trámites, pero que no aseguran nada. Nos queda vivir con angustia, rabia y miedo hasta que encuentren un cuerpo y nos digan que es ella. Nos queda cargar con el dolor a todos lados, exigiendo justicia entre lágrimas y gritos, siempre solas aunque acompañadas. Nos queda la impotencia de ver que la justicia no es justa, que la hermana, amiga, desconocida es un número que se suma a tantos otros en una perversa estadística. Nos queda saber que la gente sin alma se apodera del caso para usarlo como tarima política. Nos queda apretar los puños y el alma para no responder, porque ya no sabemos cómo, a los canallas que se burlan o nos atacan mientras "argumentan" que mostrar los senos es violento y que a ellos también los matan.

Nos queremos vivas, pero nos matan y el Estado (aka Gobierno: este, los anteriores, los que vendrán y la nefasta Asamblea) mira para otro lado o nos abraza si, y solo si, al frente hay una cámara.

Nos vemos en el espejo de las otras: estamos menospreciadas, ridiculizadas, insultadas, golpeadas, apuñaladas, violadas, ahorcadas, asfixiadas, arrastradas, mutiladas; nos lloramos y gritamos, pero nadie nos escucha, porque hay fútbol, porque correas y lassis, porque hay muchas desgracias y las nuestras ya están normalizadas. Nos acurrucamos en el regazo de esa amiga, de esa hermana, de esa desconocida que ya no está y le pedimos perdón por no haber adivinado, por no haber estado, por no saber cómo evitar que la próxima sea otra amiga, otra hermana.

2022/07/25

El 28 serán diez meses y nuestro primer cumpleaños sin ti, mamina

Estabas con el poncho beige tejido (no recuerdo si lo habías tejido tú, lo más probable es que sí), acompañada por mi Cotita y creyendo que era una falsa alarma, pero era un buen momento para despejar la duda porque igual tenías que asistir al control médico: te habían dicho que sería al rededor del 15 de agosto y apenas era la mañana del 28 de julio… Seguramente te dieron permiso en el trabajo para ir al médico, tal vez planeabas ir a las clases de la universidad en la tarde y, dependiendo de lo que te dijeran, empezar a preparar las cosas que deberías llevar al hospital y tener en casa para la vuelta: tan organizada siempre tú y yo ya empezaba a desorganizarte la vida. Mi papi estaba enfermo, lo habían hospitalizado por una infección, no sabía lo que estaba pasando, tampoco tú, pero pronto te lo dirían: no era una falsa alarma, había empezado la labor de parto.

Ahora estabas solita, aunque con otras mujeres (recuerdo a una, no sé cuántas más había), pero solita de familia: en el hospital del IESS no siempre le dan prioridad a las necesidades emocionales de los pacientes y de su gente querida (imagino que dirán que es por logística, y en parte creo que es así). En la sala helada en la que te dejaron mientras llegaba el momento, tú tenías tu ponchito (no habías llevado nada, ibas solo por un chequeo, quedarte no estaba en los planes), pero la señora de la cama vecina no estaba bien cubierta y tenía sed; no había ninguna enfermera, alguna de mal carácter aparecía cada mucho y la señora necesitaba ayuda. Imagino que tenías dolor y algo de miedo, era la primera vez para ti y no dejaban que mi Coti te acompañara, pero te levantaste, cobijaste bien a la señora y le ayudaste a beber algo: ella no se podía mover, tenía un embarazo de alto riesgo y también tenía miedo, como tú, imagino. Conversar con ella, ayudarla, tratar de calmar su temor dejando de lado el tuyo: qué resumen tan perfecto de lo que fue siempre tu vida.

Me tardé en llegar, te tuve esperándome todo el día en esa sala helada, alejada del cariño de los abuelitos y los tíos, sin saber si mi papi ya sabía. Como a las 22:00 (¿o 22:30?, siempre se me olvida y ahora ya no puedo preguntarte…) nací. Leona de signo, pero tu cachorra toda la vida. Ese 28 de julio fue el inicio para ambas: ya no estaba más en tu panza, pero pudimos vernos por primera vez, me acunaste en tus brazos por primera vez, enfrentaste el peor de los dolores por primera vez para que yo pudiera tener la bendición inmensa, unos meses después, de llamarte mamá como quien dice refugio, paz, seguridad, alegría, consuelo, ejemplo, amor de mi vida. Para ti empezó un aprendizaje (que nadie nace sabiendo cómo ser madre, dicen, y es cierto) que imagino a veces fue hermoso, pero que sé también fue muy difícil en ciertos momentos (perdón, ma, perdón por cada vez que lloraste por mí, por cada vez que rezaste por mí con dolor, miedo, enojo, angustia o impotencia: nunca me hablaste de eso, pero sé de mi torpeza, sé que no siempre fui la hija que merecías).

Ahora tengo todo enredado en mi cabeza, es que el tiempo de la pandemia lo deformó todo, pero creo que fue el último cumpleaños antes de la peste: yo quería festejar yéndome con ustedes a Cochasquí, ¿te acuerdas? (por aquello de la energía y tal, pero sobre todo porque desde hace varios años descubrí que es mi forma favorita de celebrar: saliendo de la ciudad con la gente que quiero, aunque sea un ratito), pero cuando quisimos subir en el auto no nos dejaron, había que parquear ahí y continuar a pie; que tú esperabas en el carro, dijiste, por supuesto nos negamos a ir sin ti, al final de cuentas el festejo era perfecto, estaba fuera de Quito, con ustedes, viendo un paisaje hermoso, respirando un aire distinto. En algún momento te disculpaste conmigo, dijiste que querías que hiciera lo que había planeado, pero que de verdad te dolían las rodillas: mamita, te dije y te digo, lo importante es estar con ustedes, ya habrá otro momento para ir a ese sitio, y si igual no se puede, iremos a otro. Y sí, tal vez un día vaya, porque ahora sé que tú irás conmigo: ya no hay dolor ni nada que te detenga.

El año pasado ya estabas malita: te costaba caminar, comer, hablar, pero salimos, y comiste todo, aunque despacito, te reíste de mis tonterías, caminamos un poquito de la mano, para que veas las flores del jardín del restaurante, luego regresamos a la casa y, también despacito, subiste las gradas. En ese momento sabía que el tiempo se acortaba, pero nunca imaginé que ya solo nos quedaban dos meses exactos para volver al hospital del IESS, a otra sala (no sé si también era helada, no lo recuerdo), a ver pasar con dolor el tiempo hasta que llegase el momento de las últimas veces: la última vez que te tomé la mano, la última vez que te hicimos "sánduche de mamita" (como todas las noches desde que fue necesario ayudarte a prepararte y preparar la cama para dormir), la última vez que te dije algo al oído (y no sé qué fue, no logro recordarlo), la última vez que vi tus ojitos abiertos (aunque decían que ya no me veías), pero también fue la última vez que sentiste que tu cuerpo no te respondía y que no te alcanzaba el aire, y eso un poco me alivia.

Por supuesto que daría todo por tener un abrazo tuyo el jueves, tu cumpleaños de mamá y mi cumpleaños de hija, pero no te merecías la crueldad de la agonía que se describe al hablar de tu enfermedad, así que me aferro con todo el amor que en mí sembraste a ese 26 de septiembre, cuando nos quedamos un rato solitas y me acosté junto a ti en la cama, extendiste tus brazos para abrazarme y, mientras me acurrucaba a tu lado, me dijiste "mi bebé", y yo te respondí: "sí, soy tu bebé, mamita".

2022/06/30

Dicho en quiteño: ya no jalo (y somos legión, lo sé)

Hoy te extrañé mucho, mamina. Siempre te extraño, cada día, pero hoy (ayer, en el lenguaje del reloj) un poquito más: Quito es un caos, Ecuador entero, pero como acá es el campo de batalla en todas las protestas (por aquello de la sede del gobierno y tal), pues nada, todo está mal en nuestra ciudad.

Por un lado me alivia que no estés pasando por esto (esos consuelos bobos que invento para que duela menos), porque imagino lo agobiada que estarías: tu San Antonio es el escenario de una guerra, el camino a Guayllabamba también, acá cerquita de nosotros, en la Occidental, ha habido también manifestantes, cierre de vía, gases lacrimógenos… Tú estarías muy preocupada por la gente que no puede trabajar, por las personas en situación de calle, por los primos que están en peligro cada vez que van a trabajar, por la gente que no tiene ya comida y, posiblemente, tampoco tiene dinero suficiente para comprar las cosas que, por la escasez, cada día cuestan más… Varias veces al día dirías, como un mantra: "Diosito mío, haz que lleguen a un acuerdo y que se solucione todo esto", ¿cierto? Y Diosito tal vez a ti te escucharía, porque yo le pido lo mismo y todo sigue igual. Si estuvieras aquí, mamita preciosa, al menos me podría acurrucar en tus brazos, y eso calmaría mi angustia. 

No es fácil intentar ser justa en medio de esta pesadilla (otra, que desde 2019 no ha habido descanso de tantas cosas que han pasado en el mundo, en el país y en la familia), pero te juro que intento: no quiero contagiarme de la epidemia de odio, quiero ser un poco como tú, actuar con la bondad con que tú lo harías, no sé si lo logro, a veces solo siento que ya no puedo más, que nada tiene sentido porque a la gente (a la mayoría) no le interesa más que pelear y sentir que gana (como si alguien pudiera ganar, como si se pudiese ganar algo en desgracias como la que estamos viviendo). ¿Cómo hacías tú, ma? Desde hace tiempo me pregunto cuántas cosas habrás pasado, cuántos dolores y miedos habrás vivido sin que nos demos cuenta: siempre nos sostuviste, siempre me hiciste sentir a salvo, siempre sentí que no te conflictuabas tanto como yo, y ahora pienso que quizá es porque no podías permitírtelo…

Estoy agotada, yo no sé lidiar con tantas emociones a la vez (ni con una sola, creo), siento que mi únicas herramientas frente a la vida son las palabras, mis principios y los valores que tú y mi papi sembraron en mí, pero creo que poco puedo hacer con esas herramientas en una realidad en la que el objetivo común parece ser destruir en lugar de construir… No sé, tal vez todo lo que siento ahora sea parte del duelo o huellas del efecto de la pandemia, pero de verdad me está costando transitar esto, hoy siento miedo, tristeza, angustia, pesimismo, impotencia, y creo que a mucha gente le pasa lo mismo, pero ni esa gente ni yo logramos comunicarlo o, si lo hacemos, a nadie le importa (y cuando digo nadie me refiero a quienes podrían detener este conflicto que tanto daño ya ha causado).

Qué ganas de que estés aquí, ma, qué ganas de acurrucarme entre tus brazos.

2022/06/22

Mi conclusión de hoy (ayer, si soy estricta)

Cuando decidimos apostar por un extremo o creemos que el único punto de vista válido es el nuestro, hay cosas que no nos gusta leer, escuchar, presenciar; sin embargo, los hechos igual se dan, así como las lecturas de los mismos, las experiencias en torno a ellos, las opiniones que generan y la libertad para expresar tales opiniones… Por tanto, lo más sensato es –me parece– dar un paso más allá de los límites del credo que practiquemos (sea este político o religioso), permitirnos ser críticos ante todo respecto a aquello (aquellos) que defendemos ciegamente, ejercitar la autocrítica y, una vez admitidos y enmendados los errores propios a nivel individual y colectivo, señalar con respeto los ajenos. Es que si nos aferramos a doctrinas, a caudillos, a teorías sociopolíticas setenteras o a mandatos religiosos, olvidamos que la vida no se limita a nuestros pequeños círculos, que las personas no son mejores o peores según coincidan o no con ideas preconcebidas o etiquetas. 

Para convivir haciendo que palabras como "prójimo", "compañero" o "hermano" tengan un significado práctico, creo que es hora de aceptar de una vez por todas que la realidad –abstrayendo su complejidad y sintetizándola al mínimo– es como una moneda, y cada moneda tiene dos caras, negarnos a ver una de ellas no hace que deje de existir. Por ahora, lamentablemente, la moneda está girando y ambas caras se muestran igual de nefastas (tengamos ganas de aceptarlo o no); pero, a pesar del caos y la división, todas las personas importan y lo que unos u otros justifiquen o señalen no hace menos importante lo que pasa en la vereda de enfrente.

2022/06/17

¿No van a parar hasta que corra sangre?

Se me revolvió el estómago luego de escuchar por un rato las loas de los "compañeros dirigentes" al nuevo admirado del Machi, aka Leonidas Iza. Alguno de ellos (perdón, no me aprendí sus nombres, y tan mal "pueblo" soy que no lo conocía o no lo recuerdo), luego de advertir que ya se vienen sus refuerzos para Quito, utilizó la infallable "lucha" de clases (en la guerra todo se vale, divide y vencerás, etc.). Que quienes no apoyamos la no-pacífica movilización es porque nada nos afecta económicamente… ¿Alguien (de entre sus fans, claro) se detiene a pensar antes de aplaudir discursos como ese? Qué carajos saben Iza y Cía. de la situación económica de quienes ya no les creemos nada hace rato y no por eso menospreciamos a la gente valiosa que hay a montones entre las diversas nacionalidades indígenas. De cuándo a acá hartarnos de la politiquería oficial y opositora nos vuelve menos "pueblo" que esos que cuando les preguntan si tienen sueldos como dirigentes dicen que no, pero cuando les preguntan de qué viven no saben qué responder (y vaya que viven bien). Cómo es que estar en contra de la violencia de unos y otros le da derecho a alguien a creerse moralmente "superior" porque ser pueblo ahora ha sido aplaudir los robos, el desperdicio de leche (que a tantos niños de las mismas comunidades les habría hecho mucho bien), la extorsión a quienes deben sacar por carretera sus productos, el intento de meter lanzagranadas y granadas como quien no quiere la cosa, el reventar llantas de camionetas que son herramientas de trabajo, el aterrorizar a empleados o dueños de negocios (grandes o pequeños) por "atreverse" a trabajar.


Mal estamos, todos, pero son males (pestes) esos que aceptan donaciones (?) de miles de dólares de quienes los pisotearon y quieren convencer a todos de que decirles sí a todo es la única forma de sacar este país adelante. Sí, ya se encargaron de dejar claro que esos a los que llaman "compañeros" –para fingir una horizontalidad que no es tal– son su carne de cañón, que si se necesita que alguien se sacrifique, ahí están: de camino a El Arbolito; también dejaron clarísimo en octubre 2019 que entre ellos, los "compañeros", se esconden otros no tan esperanzados en una mejor calidad de vida pero sí en cobrar parte de esas donaciones y, una vez el caos que generen haga lo suyo, tal vez mucho más. Claro que insisten en colgarse la careta cuando se dirigen a las masas, pero ya les vimos la cara y quizá muchos prefieran fingir demencia, pero ya no nos engañan a quienes no somos esclavos de ideologías caducas ni idolatramos a nefastos.

Qué triste ver lo fácil que nos tragamos esas píldoras llamadas consignas, discursos, himnos, frases hechas, fórmulas que ya ni de utopía sirven porque están podridas en su esencia. Qué desconcertante ver que todavía la gente que sigue hablando de izquierdas y derechas como maravillas o desastres (según el bando, claro) hace muy poco (nada) en lo práctico para darle coherencia al discurso que como eco se repite una y otra vez entre sus pares. Hay un montón de gente que conozco que defiende a capa y espada (casi literalmente) su ideología política, pero sigue viviendo en la comodidad de la orilla opuesta: sueldos muy por encima del salario básico, casas (propias, generalmente) en lugares de alta plusvalía, autos, colegios y universidades privadas (para sí mismos y, luego, para sus hijes), atención médica en clínicas o con especialistas en sus consultorios privados… y "conservadores" que aplican a rajatabla sus decálogos pero solo cuando se trata de los otros, no así la solidaridad porque a lo máximo que llegan es a la caridad publicitada…

Cómo vamos a salir de este hueco negro que nos está tragando si lo nutrimos con la incoherencia diaria, con la violencia que ejecutamos y la que justificamos cuando es conveniente a "la causa". Por qué creemos que esos mequetrefes que –para desgracia de todos– tienen poder (político, gremial o de cualquier tipo) nos van a "salvar" cuando ya nos han restregado en la cara, y hasta el cansancio, que solo les importa su ombligo y su bolsillo. Sé que hay mucha gente que "peca" de inocente, que realmente se aferra a cualquier cosa que le suena a esperanza, pero no entiendo cómo se embarra voluntariamente en el pestilente fango de los oportunistas tanta gente que se supone está informada (y diferencia lo que es información de manipulación o adoctrinamiento) y que tiene las herramientas para ejercer el pensamiento crítico. ¿Por qué quienes dicen querer "apoyar al pueblo" no lo hacen pero sí se regodean con la división, con la agresión, con la perversidad?

Seguramente la que no entiende nada soy yo, la que está mal soy yo y están igual de mal quienes están pensando, sintiendo y diciendo lo mismo. Seguramente soy "el enemigo" del un bando y del otro, pero si los unos se creen que con destrozar todo van a mejorar las condiciones de vida de alguien y otros creen que con fingir demencia y luego aplicar la fuerza bruta van a lograr un "mejor país", yo me creo que escribiendo voy a conseguir, por lo menos, desahogarme. 

2022/06/10

La burocracia del dolor

Hace exactamente dos semanas falleció mi tío político, y de alguna forma esa nueva tristeza me ha hecho recordar varias cosas por las que pasamos y que ahora deben enfrentar mi tía y mis primos; es que no puedo evitar que mi cabeza termine siempre remitiéndome a mi propia circunstancia y a todas esas cosas que aún no tienen sentido. A estas alturas, como es lógico, ya había vivido la muerte de cerca (mis cuatro abuelos, mi primo), pero nunca me golpeó desde tantos ángulos a la vez como en el instante en que murió mi mami y los días que estaban por venir.

¿Qué pasa cuando la vida de un ser amado termina y la de quienes quedamos se rompe en mil pedazos? Pasan muchas cosas, demasiadas para asimilarlas en un momento tan doloroso, pero esas muchas cosas tienen que seguir su curso, porque la vida es implacable y no respeta duelos. No sé en otros casos, yo solo hablo desde mi experiencia (que nunca quisiera haber transitado) y de lo que me ha tocado hacer o deshacer, con todas las emociones atravesadas.

Cuando mi mamita murió, pasaron apenas minutos antes de que llamara una mujer para decir que se podía hacer cargo del funeral, que el Seguro Social lo cubría y que no debíamos preocuparnos: alivio inmenso, ninguno de nosotros cuatro tenía cabeza para empezar a buscar una funeraria y averiguar qué y cómo debía hacerse hasta concluir con el sepelio. El hospital se encargó de que sea emitida inmediatamente la partida de defunción (papel horrible, pero necesario para todos los asuntos legales que implican la vida y la muerte en el contexto social). En toda esta primera parte seguramente algo nos habrá tocado decidir, sé que hablamos de horas, de ritos, de cementerio, lo demás –si hubo algo más– no lo recuerdo; también estas pocas decisiones se nos facilitaron: los tiempos los ajustamos a la llegada de mi tío que quiso venir de Madrid para despedir a su hermana y acompañarnos, sobre el cementerio no había que pensar porque sabíamos lo que mi mami habría querido. El resto fue sentarnos por un día y medio en el lugar en el que nunca hubiéramos querido estar, recibir abrazos, palabras de condolencia (alguna que otra imprudencia, no por maldad, sino porque en estas situaciones nadie sabe qué decir o hacer) y llamadas o mensajes de gente que no podía estar físicamente.

El entierro, para mí, no fue lo más difícil; como ya creo que lo he escrito, no había forma de asumir que mi mami estaba en un ataúd, si bien amaba (amo) sus manos, sus brazos, su carita y el vientre en el que me gestó, su existencia física concluyó cuando dejó de respirar y su alma (energía, espíritu, esencia o como se le quiera llamar) se desprendió para volver a la real libertad: el no-ser o el ser en plenitud. Lo más difícil fue y es vivir sin ella, sentir la casa un poco más fría, un poco vacía, un poco apagada, un poco ajena; y fue también muy doloroso asumir legalmente su partida: cambiar la cédula de mi papi, hacer trámites en el IESS y el banco (mis papis tenían cuentas conjuntas, todo siempre lo compartieron)… Quizá al menos eso habría sido más llevadero si no hubiese habido una parte que nos concernía directamente a mí y a mis hermanas: un tema legal al que le llaman "propiedad efectiva" o algo así, que básicamente es "tomar posesión", papeles y notaría mediante, de lo que según las leyes "nos corresponde"; todavía me pregunto que cómo así, de cuándo a acá "nos corresponde" lo que fue de mi mami y de mi papi y ahora es de él, es que solo es cuestión de razonar: ¿quiénes trabajaron para construir la casa?, ¿a quiénes les heredaron mis abuelos las propiedades?, ¿de dónde salió el dinero para comprar el auto y todas las otras cosas? A mis hermanas y a mí mis papis nos costearon todo (e incluso ahora nos ayudan de muchas formas, empezando por la vivienda), dejaron de comprar cosas para ellos o de darse gustos (como viajar, por ejemplo) para que a nosotras nada nos faltara mientras estábamos en etapa escolar y universitaria, por tanto nada nos deben, al contrario: les debemos todo (y eso incluye lo material, aunque sea lo menos importante).

Entiendo que cuando padre y madre dejan de estar, los hijos asumen su legado (incluyendo lo material) como base para continuar su vida, pero este no es el caso: mi papi está y por tanto, digan lo que digan los papeles, la casa es suya, la tierra que amaba mi mami y cada plantita que hay en ella también. Si algo "nos corresponde" a las tres es agradecer por todo el amor con que nos guiaron desde el primer día y pedirle a Dios que aún falte mucho para que tengamos que asumir que es nuestro todo lo que con esfuerzo construyeron juntos mis papis. "La tierra es de quien la trabaja", dicen, y en este caso se aplica perfectamente: fueron ellos (mi mami, mi papi) quienes labraron, sembraron, cuidaron, ¿por qué vamos a cosechar nosotras, si aún está mi papi para hacerlo?


2022/05/26

 Acabo de ver una foto de mi tía con su nuera y su nieta: la luz en sus ojos y la felicidad que desborda me hicieron llorar, es que me alegra tanto saber lo contenta que está y, al mismo tiempo, me entristece mucho ver en la suya la sonrisa de mi mamita, porque a ella ya no la puedo ver sonriendo y porque la extraño un poquito más cada día…

2022/05/14

Me justifico, sí: por qué no me gustó Pelea de gallos

"Todo es cuestión de tiempo", dicen los que saben y yo solo le añadiría el plural. La lectura también es cuestión de tiempos y de destiempos: un libro puede llegar en el momento justo o en el peor de los momentos; se puede disfrutar lentamente o de un solo tirón. Dicho esto, me cuestiono: ¿será que leí Pelea de gallos en un tiempo inapropiado? No tengo una respuesta, sí puedo asegurar que hacerlo en un momento de bajón emocional (el día de la madre, el cumpleaños de mi ma) no sumó.

Esta obra es el primer libro de cuentos de María Fernanda Ampuero y la causa de aplausos, premios, entrevistas y menciones en varios medios nacionales e internacionales; el ejemplar mío es la primera reimpresión mexicana, no sé cuántas se habrán hecho ya en España y cuántas más estén por hacerse (acá, en Ecuador, el libro se agotaba muy rápido, así que se lo encargué a mi hermana cuando estuvo en CDMX), o sea, es un éxito literario y comercial, peeero… a mí no me gustó *inserte emoji de carita con dientes apretados en un intento de sonrisa*.

Debo decir que antes había leído Sacrificios humanos, de la misma autora, y lo amé (quizá esto suene raro, porque es un libro con historias durísimas, de las que cortan el aliento y obligan a abrir exageradamente los ojos y llevarse una mano a la boca, como para contener un grito, pero es todo eso lo que justamente lo convirtió en una de mis lecturas pospandemia favoritas). Disfrutar tanto de un libro hace que, inevitablemente, me quede con ganas de leer más obras de la misma pluma, por eso llevaba mucho tiempo buscando un ejemplar de Pelea de gallos hasta que al fin lo conseguí (a casi la mitad de lo que cuesta aquí: dato intrascendente para mi apreciación de la obra, pero no para mi bolsillo) y creo que la expectativa tampoco sumó.

El primer cuento, "Subasta", no me pareció malo, me causó repulsión (por lo escatológico, no por su calidad literaria, valga la aclaración) y ganas de que lo siguiente me enganchase más. "Monstruos", "Griselda", "Nam", "Crías", "Persianas" y "Cristo" tienen elementos perturbadores (algún personaje o todos, un quiebre de la historia, una sugerencia, el tema general, el ambiente) que sin duda generan algo, mayoritariamente grima, pero –a mi juicio– no llegan a merecer el calificativo de brutales (cosa que sí pasa con cada narración de Sacrificios humanos, y sí, no debería comparar, pero no puedo evitarlo). "Pasión" me gustó, también "Luto", salvo por el final, y esto me hizo pensar que yo le habría sugerido a la autora trabajar más cuentos en la misma línea, para tener un volumen completo solo con historias deconstruidas y reconstruidas a partir de los relatos bíblicos.

Hay cuatro cuentos más: "Ali", "Coro", "Cloro" y "Otra", los leí más rápido que el resto (un cuento por día, no todos los días, es lo que me provocaba el texto) pero no porque me hubiesen atraído más, sino porque ya quería terminar el libro para empezar otro. Tal vez las historias son mejores de lo que yo he podido captar, tal vez mi gusto venía "deformado" por leer antes una novela que, evidentemente, ahonda más en detalles trascendentes antes de llegar a eso que paraliza y obliga, luego, a exclamar: ¡qué buen libro, carajo!, tal vez… Pero lo cierto es que me quedó un sabor a redundancia temática, a justificaciones forzadas (o no desarrolladas, cuando era necesario hacerlo, según mi criterio), a elementos que se quedan colgados, a historias que quizá pudieron ser más trabajadas.

Sé lo que cuesta escribir un párrafo propio (y que cuesta mucho más considerarlo "listo" para compartirlo con algún o muchos lectores) y que resulta bastante más sencillo redactar (en el sentido referido por Morábito, en El idioma materno) sobre la obra ajena, además sé que Ecuador no es un país muy amigable con las artes en general, mucho menos con la Literatura, pero también sé que hay editores con mucha más experiencia que yo y lectores con puntos de vista distintos: no viene mal una voz que discrepe del trabajo hecho con este libro y de las buenas críticas, así que por eso me animé a contar que una obra de autora ecuatoriana, un libro galardonado, un texto muy bien vendido no me gustó.

2022/05/09

Tu cumpleaños sin ti

Hoy cumplirías un año más, mamita; hoy me duele la garganta de tantas palabras que guardo para ti (lo que nunca te dije, lo que siempre te decía) y me duelen los brazos y el alma por todos los abrazos que ya no te puedo dar.

Te extraño tanto, tanto, tanto, ma. Tu cumpleaños, este, no es feliz para mí: ya no tengo la ilusión de ver tu cara al abrir el regalo que habría escogido para ti, ya no llamaremos a los tíos para compartir la celebración con ellos (porque eso era lo más importante siempre para ti: compartir), ya no te arreglaremos para que vayas a tu festejo con tus amigos del grupo, ya no, ya nada. Solo le pido a Dios que me permita ofrecerle mi tristeza enorme a cambio de que tú, en donde quiera que estés, seas para siempre feliz.

2022/05/08

El día de las madres sin la mía…

 Como siempre, tengo mil ideas dando vueltas en mi cabeza y una gran dificultad para ordenarlas, pero necesito escribirlas, como surjan, porque sé que seguiré cargando con ellas, pero tengo la esperanza que anotándolas aquí tal vez se vuelvan menos pesadas…

Ya pasaron siente meses y diez días desde que mi mami murió; siete meses y nueve días desde que dejamos su cuerpo en un cementerio…, la última vez que la toqué fue en la funeraria, poco antes de que empiece el rito de despedida, y el frío que sentí en la punta de mis dedos no se parecía a ningún otro, entonces entendí que solo la ausencia de alma puede helar así: mi mami ya no estaba ahí. Quizá esta certeza fue la que alivió la angustia de la lapidación: no habría podido soportar la tortura de creer que mi mami estaba encerrada en una caja y que la dejaríamos tras una pared para siempre.

Mi mamita ya no habita un cuerpo, no está en una caja, no la encerramos en una tumba oscura y helada: esto es lo que yo creo, esto es lo que impide que me vuelva loca del dolor que ya es demasiado grande por su ausencia, y en esto se origina mi perturbación cuando alguien dice que va a llevarle flores o a visitarla o "a donde tu mami" cuando va al cementerio. Por supuesto, sé que cada uno transita su tristeza como puede, lo que a mí me rompería aún más es quizá un poquito de consuelo para otras personas: ir a dejar flores, visitar una tumba puede ser una forma de sentir alivio para quienes ven la vida (la muerte) de otra forma. Y, a pesar de mi convicción o creyéndome fuerte justamente por ella, hoy fui al cementerio.

¿Qué hacer, a dónde ir cuando el mundo celebra el día de la madre y la mía ya no está? ¿Cómo sobrellevar sin ella una fecha que antes era tan linda? ¿Cómo despertar, además, el lunes sin correr a abrazarla por su cumpleaños? No tengo respuestas. Gente querida (o no tanto) me sugiere recordar solo cosas bonitas, los momentos buenos, la época en que mi ma estaba y estaba sana; no ha faltado quien me diga que debo ser realista, aceptar las cosas como son, pensar en mí y seguir con mi vida…, pucha, pero la gente querida (o no tanto) no entiende que no soy así de racional, que no puedo escoger qué pensar, que no programo mis emociones ni me interesa reproducir vivencias ajenas. Por esto fui al cementerio (y para acompañar a mi papi y a mis hermanas, y para dejarme acompañar por ellos y por mis tías), porque no tengo respuestas, porque no sé qué hacer, porque cuando creo estar mejor me derrumbo de nuevo, porque hace poco estuve en la playa y le traje una conchita a mi mami (siempre las recogía cuando caminábamos por la orilla del mar), porque ya no puedo darle ni esa conchita ni un abrazo ni nada, porque no puedo visitarla a ella y no me queda más que visitar una tumba fría.

2022/04/28

Catedrales habitadas por personajes atroces

"Un acontecimiento inesperado rasgó el velo que protege la vida cotidiana  de lo brutal, que la separa de lo salvaje, y ya no hubo lugar para seguir mintiendo una fe que no tenía".*


Hoy terminé de leer Catedrales, de la argentina Claudia Piñeiro, y pensé que me daría migraña: el estrés, el enojo que me produjeron las últimas páginas me causó algo así como un dolor de cabeza momentáneo. Y si he adquirido la costumbre de escribir lo que me produce cada libro que termino de leer (emociones, sensaciones, reflexiones, etc.), en este caso mis líneas van más allá: una necesidad de sacarme la bronca que me generaron un entorno, dos personajes y todo lo que causaron.

Esta es parte de la magia de los libros: no solo son una ventana para un escape placentero, una fuente de alegrías y ensoñaciones, un instrumento para aprender, una oportunidad para ampliar mentes y horizontes; son también tormentas que pueden generar angustia, miedo, tristeza, ira, indignación. Catedrales tiene un poco de la primera gama, mucho de la segunda, porque se refiere al horror, al egoísmo, a la ceguera colectiva que deriva del fanatismo, a la crueldad, a la incapacidad de asumir los errores propios y a la facilidad para hallar las culpas de los demás.

Cuando empecé a transitar por esta obra, pensé que el trasfondo estaba ligado con la represión y los crímenes de Estado de la dictadura en Argentina, me equivoqué: la historia de cada personaje está relacionada de una u otra forma con la religión y las distintas maneras de vivirla (lo que incluye el desvincularse del todo y definitivamente de ella). En este punto debo decir que crecí en una familia católica, que algunos de mis principios, valores y parámetros están relacionados con ese hecho; también dejo claro que algunas de las personas más importantes para mí practican o practicaron esa religión, por tanto puedo asegurar que conozco de primera mano lo mejor de dicha fe, pero estoy consciente de los errores y los horrores que aún hoy amparan demasiados miembros de la institución a la que llaman genéricamente "Iglesia".

No me desvío más y voy al punto: Carmen, Julián y su fanatismo. Esta es una novela polifónica, lo que implica que la historia se conoce desde la perspectiva de varios personajes-narradores y eso nos permite a los lectores tener una visión más amplia de cada acontecimiento. Los primeros capítulos son narrados por Lía, Mateo, Marcela y Elmer, el epílogo es una carta de Alfredo y todos se refieren a Ana, quien ya no está para contar su verdad. Ya para cuando interviene Marcela, la mejor amiga de Ana, se descarta completamente que el tema vaya por el lado de la dictadura o algo similar; Elmer es un criminalista y, como tal, devela parte del misterio que ocupaba a los otros personajes y Alfredo, padre de Ana, sintetiza la historia hasta ese punto en la carta que dirige conjuntamente a Lía y Mateo, hermana y sobrino. Todo lo narrado en estos apartados ya constituye una buena obra, pero son los capítulos de Julián y Carmen los que la vuelven brutal.

Julián era un seminarista que se aferraba con todas sus fuerzas a la religión y a una vocación que, con el tiempo, entendió que no existía. Carmen era la mayor de las Sardá: Lía era la segunda y Ana era la menor; por influencia de su madre y por decisión propia, ella también se aferraba ciegamente al catolicismo (o a su interpretación conveniente de él). Ambos se las arreglaron para esquivar sus culpas, acomodar sus ideas religiosas a sus deseos y así formaron una familia "ejemplar". No obstante, quienes más pregonan sus virtudes suelen tener varios esqueletos en el armario, como se dice comúnmente, ¿no?

Pasa que la crueldad es mayor cuando no se la asume como tal y la hipocresía es mayúscula cuando se la justifica sin límite: "Dios quiso, esta vez quiso. No apartó de mí esa copa, pero yo hice su voluntad, no la mía. Nada más que su voluntad". Carmen ha resultado ser uno de los personajes más crueles que he hallado en mis lecturas, quizá porque esconde su lado siniestro tras rezos que vomita sobre los pecados de los otros (la paja, la viga…). Julián no sé si llegue a ser cruel, no le alcanzan los pantalones (que no los hábitos, porque se los quitó muy rápido, incluso antes de abandonar el seminario) para tanto, pero sí es un ser despreciable por hipócrita y por cobarde. Ambos cuentan sus versiones con una desfachatez y una crudeza que impresionan, pero con la maestría de una autora que hace imposible discernir lo ficticio de lo real en el instante de la lectura: he ahí la valía de este libro.


*Lía, en Catedrales

2022/04/14

Asuntos del idioma: asuntos varios

A El idioma materno, de Fabio Morábito, no lo escogí: apareció en una cuenta de Instagram (@piladelibros), me detuve a leer algunos fragmentos que constaban en el posteo, me fijé en los subrayados y decidí que lo quería. Por supuesto, aquí no lo encontré: se lo encargué a mi hermana cuando anduvo de viaje. Hace un par de días terminé de leerlo y sigo dándole vueltas a una idea que este libro ha afianzado: hay que leer sobre leer para escribir sobre escribir, y para escribir sobre lo que sea, hay que leer mucho y leer de verdad, porque no hay letras más huecas (en el sentido literario, al menos) que las que pretenden nacer de la nada.

Morábito, autor al que hasta hace unas semanas desconocía, tiene muy claros algunos temas relacionados con la lengua: es lector, poeta, cuentista, novelista, ensayista, traductor y un ítalo parlante que ha vivido la mayor parte de su vida en México y, por tanto, ha escrito siempre en español; de su relación estrecha y multidimensional con las letras es que nace este conjunto de reflexiones y anécdotas relacionadas con el universo de las palabras. 178 páginas después, queda claro que el idioma materno no es necesariamente el italiano, en su caso, o el español o el chino mandarín; aquella lengua que compartimos todos los mortales (esto es, no-escritores y escritores) es la materna, lo que diferencia a escritores del resto (redactores incluidos) es la capacidad de "traicionar" a ese idioma para adoptar uno distinto: el literario.

Y si para referirse al escritor se requieren varios pasajes, mención aparte merece el lector-subrayador; de hecho, le dedica tres apartados y en uno de ellos comenta acertadamente que "el subrayador se vuelve un segundo autor del libro": podrían crearse algunas obras nuevas usando únicamente las partes resaltadas de cada texto. Pero lo más importante, a mi juicio, es la vinculación que hace entre la lectura, los subrayados y la introspección que se genera al reencontrarse con un libro y las frases marcadas tiempo atrás, "pues no hay como leer los propios subrayados para conocerse", es que "decimos más profundamente lo que sentimos cuando lo decimos con palabras de otros".

No recomiendo libros (mentira literaria), pero le sugiero que consiga este a quien tenga ganas de leer algo fresco, entretenido, también a quien se interese en la escritura tanto para sumergirse en ella como quien viaja en un submarino y –sobre todo– a quien tenga claro que un libro es "el animal muerto por antonomasia, hacia el cual nos inclinamos para olvidarnos de nosotros, tal como las brujas y los vampiros, exánimes por naturaleza, chupan a sus víctimas para olvidar que están muertos". 

2022/04/09

Soy Pablo (apuntes sobre La buena suerte, de Rosa Montero)

En memoria de mi madre, que me enseñó a narrar*


Mi historia dista mucho de la de Pablo: arquitecto famoso, con una infancia de pesadilla, lleno de ideas geniales pero vacío –al menos en apariencia– de amores profundos; sin embargo, soy Pablo (que la casualidad de la etimología de los nombres no es un capricho, diré a conveniencia para darle más sentido a esta afirmación). 

No hay forma de que no sea Pablo, porque sus palabras son mías, esas que noté había perdido cuando intentaba traducir mi circunstancia: "No sé si alguna vez has perdido a alguien querido y muy cercano. Cuando un muerto se va, se lleva consigo su mundo. El sentido de su mundo", le explica a Raluca, "sus objetos enmudecen: ahora ya nadie sabe qué significaba esa taza de porcelana con la que siempre tomaba el té, cuándo la adquirió, qué le recordaba […] Las cosas se vacían de historia y de esencia y se convierten en basuras. Los muertos nunca se van solos: se llevan un pedazo del universo"… y, habiendo hallado las palabras, también encontré la certeza de que mi alma es un universo que se rompió en mil pedazos y el mayor, el más bello, se fue con mi mami: ella se lo llevó porque le pertenecía.

Pablo se va de su vida, porque pesa, porque agobia, porque asusta; él cree que ausentarse físicamente de los lugares y de las personas es una forma de ya no estar o, incluso, de renacer. Yo quisiera tener el valor de tomar un tren y bajarme en una estación cualquiera, empezar de cero y ver qué pasa, a él le funcionó…, pero siendo Pablo, no lo soy: tengo claro que lo que quiero dejar atrás es lo que llevo dentro y no hay tren que me aleje de mí misma, del parásito que me habita. "El miedo es un parásito, un invasor. Un vampiro que te chupa los pensamientos, porque no puedes alejarlo de tu cabeza", y pasa lo mismo con la tristeza (que así se llama el bicho que no me deja).

Además, pienso, de qué sirve cambiar de estación, perderse en el intento de encontrarse, "recomenzar" en cualquier sitio si el mundo entero está podrido (no es pesimismo, es solo una observación a partir de lo que pasa en todos lados, todo el tiempo). Si lo que busco es convivir con gente buena, además de mi lista chiquita de afectos, y alejarme de quienes hacen mal, da igual el sitio al que vaya o en el que me quede: "la gente no se divide entre ricos y pobres, negros y blancos, derechas e izquierdas, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, moros y cristianos –dice al fin–: no. En lo que se divide de verdad la humanidad es entre buena y mala gente".

En este punto confieso que cuando compré La buena suerte, de Rosa Montero, me dejé llevar por la cita cortita que encabeza su contraportada: "La alegría es un hábito", es que buscaba una lectura serena, algo que me permita encontrar otras palabras mías que también están perdidas, emociones que no sé si vuelva a hallar…, pero fue bueno encontrarme entre líneas, leerme en el espejo de una realidad tan distinta. Y siempre, siempre, es bueno dejar que la intuición saque del estante de una librería una pase a una dimensión nueva, porque los libros también son trenes, aunque en sus estaciones nadie se pueda bajar.


*Le copio la dedicatoria a Rosa, porque coincido también en eso con su novela. Este texto (y, ojalá, algún día un libro) es por y para ella: mi mamá.

2022/03/08

 ¿Puede seguirse rompiendo un corazón roto? Sí, puede: ayer se rompió más el mío.

No hay perdón, ojalá (por mi paz y el equilibrio que necesito recuperar) haya olvido.

2022/02/14

 Una vez, cuando estaba en primero o segundo grado de primaria, mi mami fue a la escuela a la hora del recreo (seguramente iba a hablar con la profe o algo así), yo la vi y fui corriendo a abrazarla, ella recibió mi abrazo, me preguntó algo y luego me dijo que vaya a seguir jugando con mis amigas (dos niñas con las que me llevaba bien, pero que el siguiente año se cambiaron de escuela y no volví a saber nunca más de ellas); fui al lugar donde habíamos estado jugando las tres, pero ellas ya no estaban, resulta que quisieron hacerme una broma y se estaban escondiendo, las encontré y me enojé mucho, corrí de vuelta a donde había abrazado a mi mamita, pero ya se había ido… Empecé a llorar desconsolada, alguna chica de secundaria se acercó a preguntarme qué me pasaba, yo no lo podía explicar: lo único que quería en ese instante era un abrazo de mi mami y ella ya no estaba…

Hoy, y cada instante desde que su cuerpo ya no está, me pasa lo mismo que aquella vez, cuando tenía seis años: solo quiero que me abrace para sentir que todo está bien y dejar de llorar.


(Que se necesitan varios meses o hasta algunos años para poder superar el duelo, dicen, yo creo que nunca va a pasar el dolor de no poder acurrucarme más en los brazos de mi mamá).

2022/02/05

Coronela, Libertadora, Dulcera…, mujer: Manuela

 A Manuela Sáenz la historia (contada por hombres, descendientes de personas que la vivieron en tiempos en que ser mujer era una condena a la anulación) nos la presentó como la amante de Simón Bolívar, el gigante héroe de la América del Sur. ¿Sus virtudes y mayores méritos? Ser bella, de buena familia (aunque no reconocida legalmente por su padre y causa de vergüenza de la "distinguida" parentela de su madre muerta), expupila de un colegio de monjas y –lo más importante– haber enamorado al Libertador. La historia olvidaba algunos detalles, ya que no le fue posible olvidar su nombre, como que Manuela era una mujer muy inteligente, valiente, apasionada, y que si alguna relación tenía con la vergüenza era la que debieron sentir su padre, el resto de su familia, las monjas, la sociedad de Quito, Lima y Bogotá por despreciarla, tratar siempre de humillarla, por no dejarla ser.

Pero, como se ha dicho hasta el cansancio, al sol no se lo tapa con un dedo, y hoy los nombres de esos soles que la historia trató de cubrir con polvo, silencio y telarañas, han empezado a brillar con la luz que siempre tuvieron, incluso cuando se les obligaba a vivir según las decisiones de otros, se limitaba al máximo su vida intelectual y se trataba de convencerlas que su voz estaba destinada a ser baja, breve e intrascendente. La señora de Thorne, como la llamaban quienes se negaban a aceptarla libre, era y es para siempre uno de esos soles.

El escritor colombiano Jaime Manrique fue capaz de ver el alma de cóndor de la maravillosa Manuela y, con alguna de sus plumas que hallo en el camino hacia encontrarla, escribió una biografía novelada de esa mujer impresionante y completamente adorable, pese a la necedad de haber amado más a aquel hombre que a sí misma. Nuestras vidas son los ríos es el nombre de la narración que a lo largo de 448 páginas me permitió acercarme dichosa a la realidad de quien fue coronela en el campo de batalla, Libertadora del Libertador en la vida de Bolívar y La Dulcera que alegraba las tardes de los niños en sus últimos años en Paita.

Para concluir, basta decir que la lectura de cada línea de esta novela reafirmó mi admiración por esa mujer enorme, así como por la capacidad del autor (quien dedicó más de cuatro años a crear, pulir y publicar esta obra) de adentrarse en su esencia y transmitirla con la misma intensidad con que ella vivió. No conozco a mujer que se le parezca a Manuela Sáenz, pero sí conozco a mujeres tan maravillosas –por motivos diversos, pero siempre importantes– como ella: mis abuelas, mi mamina del alma, mis hermanas, mis tías y primas, mis amigas (todas, pero esta vez quiero mencionar a tres: Totoles, Julita y María Eugenia).

2022/01/28

 Soy muy mala para los números y las fechas, al tiempo no lo he comprendido jamás, así que tal vez un día deje de contar, pero hoy no: hace cuatro meses se me partió el alma para siempre, hace cuatro meses perdí a mi mamá.


(Te extraño tanto, mamina, tanto).

2022/01/19

Olé, torero

"Cuando, torero, jugueteas con la muerte, yo me olvido de mi miedo".


Luego de una búsqueda rápida en Spotify, encuentro y oigo a Lola Flores cantando "Tengo miedo torero"; a la par, dos cosas me perturban: la ausencia de la imprescindible coma vocativa en le nombre de la canción y el hecho de que también se omite en el título de la novela homónima de Pedro Lemebel… Mi manía y yo optamos esta vez por escuchar la versión de Eva Ayllón y El Cigala: mi incomodidad "comática" descansa un rato gracias a esta interpretación que siento más cercana (a mí y a mi nueva consentida: la Loca del Frente).

Yo, pecadora, confieso que hasta hace un par de años no sabía absolutamente nada respecto a Lemebel, luego supe poco al leer, de casualidad, una nota que alguna revista publicó en un aniversario de su muerte. Y bueno, sigo sin saber tanto como quisiera, pero al menos hoy ya puedo decir que lo he leído y que amé su novela (la única) desde el epílogo-dedicatoria que termina recordándome a dos sitios en los que conocí a gente maravillosa y fui muy feliz: "la casa donde revolotearon eléctricas utopías en la noche púrpura de aquel tiempo".

Aquel tiempo… El tiempo que corre es muy difícil de transitar y creo que, al menos en parte, es porque las generaciones que lo cohabitamos tenemos una sola cosa en común: a golpes de realidad entendimos que los sueños solo son eso, sueños (y que conste que Calderón nos lo dejó escrito, pero preferimos ignorarlo). Las "luchas" de hoy tienen que ver más con el ego que con un inalcanzable bien común; las ideologías son protagonistas pero ya no como caminos, sino como etiquetas para dividir, agredir, menospreciar, masificar. Así que la realidad que hoy parecería reproducir la de los años 70 y 80 del siglo pasado es solo una mala copia que ya casi nunca responde a otra cosa que no sea agredir a los enemigos (?) y demostrar con violencia quien tiene "la razón".

La novela en cuestión halló una forma más constructiva de usar ese fragmento de la historia con ideologías y luchas de por medio: es en el Chile de la dictadura donde se desarrolla la mayor parte de esta obra poliemocional y los sueños (románticos en un caso, políticos/sociales en otro) son su hilo conductor. ¿Resultado? Una narración bellísima, hasta en sus fragmentos más crudos (?), que deja al lector adentrarse incluso en la mente del nefasto Pinochet y su no menos nefasta compañera: Lucía, aunque estos dos son lo de menos (en cuanto a relevancia), pues toda la gloria del relato se la lleva mi loca dulcísima y su amor casi infantil por Carlos.

"Mi inevitable loca, mi inolvidable loca. Mi imposible loca" es un personaje entrañable, de esos que se quieren abrazar de tanta ternura y tristeza que pueden generar. La princesa, como le decía en tono de juego Carlos, se construye desde la realidad del mismo autor y, seguramente, de la de sus amigas travestis; pero sus preferencias románticas o sexuales no la definen, como tampoco la incapacidad de gran parte de la sociedad de respetar su vida privada, es su esencia la que la hace adorable. A pesar de la brutalidad de su padre abusivo, del desprecio de quienes se creen mejores, de la crueldad de falsos amores…, a pesar de la vida, Ella (que me dejó sin conocer su nombre, pero que merece una mayúscula, todas) mantiene la inocencia que si bien la vuelve más vulnerable, también , de alguna forma, la protege de ese mundo exterior en el que pensar y ser diferente es causa de persecución, agresión y muerte.

Hace unas líneas definí a esta novela como poliemocional, y sí, no hallo mejor término para definir lo que hallé en esas páginas: emociones, varias, todas. Reí, me enternecí, me entristecí, me enojé, sonreí, hice pucheros, escribí, dibujé, tomé fotos de fragmentos y las compartí, dejé muchas páginas sin una sola marca…, y al final lloré. Claro, es posible que mi circunstancia actual tenga que ver con esta forma de sentir tanto la obra, eso no lo descarto, pero creo que es algo que va más allá de un yo, imagino que hay otros lectores por ahí que también tienen ganas de hablar de este libro y cerrar con un profundo y honesto "gracias, Loca Linda; gracias también a vos, Pedro Lemebel".

2022/01/17

Te extraño, ma. No hay forma de no pensar en ti cada vez que respiro, no hay forma de perdonar a la vida por robarme veinte años de tu compañía… y sí, yo sé que estás conmigo, que nunca me vas a dejar sola, que tu amor me guiará siempre, pero te extraño igual, solo en tus brazos podría tener paz ahora que me duele tanto este existir que no entiendo, que se vuelve cada vez más pesado, más difícil y absurdo… Te extraño, te extraño, te extraño, mamá del alma mía.


2022/01/07

El enredo de mis letras en un murmullo de abejas

Recibí El murmullo de las abejas a finales de julio, como regalo de mi cumpleaños de 2021, y leí este libro como casi todos, esto es de muchas formas: recostada en mi cama, caminando en la terraza, sentada en la sala, extendida de panza mientras tomaba sol, sola, en silencio, en la sala de espera del dentista; lo leí de a poquito y a grandes sorbos, subrayándolo con el color más parecido a la miel que hallé en mi bolso de lápices; lo leí de mil maneras pero hay una que me hará recordar a esta novela para siempre: varios de los capítulos los leí mientras me acompañaba y acompañaba a mi mamina.

Dicho lo anterior, queda claro que no hay forma de que pueda hacer un comentario objetivo sobre la obra, o tal vez podría, pero no pretendo intentarlo, porque si bien trabajo con libros, también vivo con y por ellos, y es este último criterio el que escojo para referirme a la segunda novela de la mexicana Sofía Segovia.

No sé con exactamente cuándo empecé a leer esta obra, calculo que en septiembre o quizá agosto, también sé que justamente desde septiembre no volví a abrirla sino hasta hace poco: si bien los libros me salvan con frecuencia, el alma rota no me permitía intentar salvarme; así que Francisco chico y Simonopio debían esperar pacientemente, tal como se esperaron el uno al otro entre naranjos, abejas, la vieja mecedora de la nana Reja y la magia de ese realismo tan latinoamericano que acunó su historia.

Ya en este punto de mi escrito queda claro que no sé por dónde ir con él o si llegará a algún lado, es solo que hace poco adquirí la costumbre de escribir algo sobre cada libro que leo, así que quería hacer ese ejercicio también con esta novela, porque la disfruté, porque me acompañó en una etapa muy difícil, porque su última página sirvió de remplazo a la libreta de mi mami (que en su última etapa se comunicaba por escrito y con gestos), porque retomarla no fue fácil pero no quería dejarla inconclusa, porque me la regaló mi prima Verito (que también le regaló la libretita a mi ma), porque también la está leyendo mi tía Nancy (quizá la terminó antes que yo), porque "lo más agudo de la crisis de influenza española dejó en todos los sobrevivientes de Linares y del mundo entero cicatrices imposibles de sanar y huecos imposibles de llenar", al como nos pasa (y sobrepasa) con la peste de covid-19 desde hace ya casi dos años…, porque de todos los escapes y escudos posibles, escojo el murmullo de las letras-abejas.

2022/01/03

Sobre las redes no tan sociales

 Si no se publica en redes sociales, no existe; si no recibe likes, no es valorado; si no es reposteado, no es compartido/apoyado; si está escrito en Fb/Tw/Ig es una indirecta, una confesión o una verdad absoluta… ¿Así o más preocupante?

La vida se ha vuelto más virtual a la fuerza, sí por la pandemia, pero también porque hemos deformado a voluntad nuestra manera de relacionarnos con los otros y, lo más complejo, nuestra esencia, al punto de convertirnos en personajes (caricaturas, con frecuencia), en autocreaciones para "vender" una imagen que no alcanza a ser auténtica en gran parte de los casos. 

En general, no me incomoda la distancia física/emocional con gente intrascendente (para mí); además, relacionarse por WhatsApp es más rápido y cómodo para quienes no somos muy sociables; en cuanto a  Facebook, ya me aburrió hace rato, pero mantengo mi cuenta como un puente extendido para quienes dejé de ver hace tiempo pero aún recuerdo con cariño; Twitter es una especie de fuente de información inmediata y "desahogadero"; Instagram es mi red favorita, ahí comparto fotos que me gustan por su intención, su estética y/o significado, también veo obras de algunos artistas de la fotografía y otras artes visuales, cosa que me enriquece siempre. Y sí, cada tanto recibo respuestas/comentarios que me generan emociones diversas, reflexiones, aprendizajes, pero también me dejan dudas…

Un "te quiero" escrito al pie de un post o como respuesta a un mensaje puede ser real, claro, pero también es una frase que no es más si se queda en eso (aunque se lo repita constantemente, vía una o todas las redes). Un "abrazo" virtual a veces no es más que una fórmula de despedida, tipo "atentamente". Un reposteo suele asumirse como una suerte de apoyo o colaboración y está bien, pero a veces ayuda un poquito más un acto real (vs. el virtual), como por ejemplo comprar el producto, si es el caso, o actuar en consecuencia con lo que se pide/narra en el texto "reposteable".

Hasta el cansancio he leído frases motivacionales (?), consejos de autoayuda, declaraciones de amor propio (?) en las distintas redes, quizá muchas veces yo he escrito ese tipo de cosas, y me pregunto cuánto de cierto hay en esas palabras, qué se pretende lograr para uno mismo y en el entorno virtual con eso, por qué publicar tanta maravilla en redes y no solo ponerla en práctica… Claro, ser optimista y positiva es algo que no sé me da muy bien ahora que vivo mi duelo, seguramente eso influye mucho en esta reflexión, pero más allá de eso creo que es fundamental cuestionar y cuestionarnos en función de los discursos que creamos para redes sociales, los que (nos) decimos a diario (frente a otros, frente al espejo) y aquellos que no se dicen con palabras sino que se evidencian en nuestros actos.

No nos define un like recibido o dado, los reposteos no suman ni restan importancia a nuestras ideas (o productos), los detalles de nuestra vida diaria editados y compartidos como fotos o textos o videos en redes no son necesariamente un reflejo de nuestra esencia, los abrazos/besos/tequieros virtuales tienen valor solo si se expresan también con el alma y con hechos. ¿Cierto?