Escribo cuando me falta el aire, cuando olvido cómo respirar.
2021/10/28
Un mes sin mi mamina
2021/10/20
Una semana, un día y doce horas
Un día a la vez. Hace tres semanas, un día y doce horas me permito llorar siempre, un poquito, mucho, en silencio, sola, acompañada, en mi cuarto, en la terraza, en la sala, en la cocina, en el limbo. Un día a la vez. Me hago bolita, abrazo ropa, beso objetos, palabras, fotos, la mano que imagino sosteniendo la mía. Un día a la vez. Entiendo que esto es real, me enojo y creo que no puede haber sucedido, agradezco porque el dolor no se extendió, le reclamo a la vida los diez o hasta veinte años que siento que me robó. Un día a la vez. No sé cómo ayudar, no sé ni siquiera cómo lidiar con mi propio dolor, no quiero que me consuelen más, quiero que el mundo entero me abrace y me dé alivio. Un día a la vez, quisiera recoger sus cosas y compartirlas (como sé que habría querido), no quiero que nadie toque nada, que cada huella suya permanezca intacta, en su sitio. Un día a la vez. Me niego a ir a donde sé que ella no está, quiero ir a cada lugar que amó o que le podría haber gustado, Un día a la vez de lidiar con mi cabeza tan llena de recuerdos y de pensamientos tan lógicos que me resultan ilógicos para este momento. Un día a la vez, que no sabremos si habrá luego.
2021/10/10
Mi derecho a la tristeza
Aunque hubiese intentado llevar la cuenta, no sabría cuántas veces me han dicho que sea fuerte, en ocasiones incluso de forma imperativa: "Tienes que ser fuerte"; tampoco puedo calcular cuántas veces yo misma me lo he dicho mientras aprieto la mandíbula, los puños, los lagrimales y el alma. ¿Tengo que ser fuerte? Ok, entonces que me digan también cómo lograrlo. Y debo decir que valoro las palabras de consuelo, la empatía honesta, pero no "tengo que" ni "debo" enfrentar el dolor más grande de mi vida según lo que el resto del mundo demanda de mí.
Nadie es igual, cada ser tiene formas distintas de vivir y comunicar sus emociones, y a mí no me alcanzan la mente, el cuerpo ni el alma para transitar la tristeza infinita de ya no tener físicamente a mi mamita. Me duelen la panza, la cabeza, la rodilla izquierda, la espalda, tengo náusea, tos y un agotamiento físico que aunque duerma mucho no se me pasa; tengo momentos de aparente tranquilidad, a veces estoy de mal humor, a veces enmudezco, estoy sin estar, a veces me río o logro distraerme, pero ante detalles pequeños (palabras, objetos, situaciones, recuerdos) no puedo evitar llorar. Y sí, soy la hija y la hermana mayor, soy la sobrina de tíos amorosos que están sufriendo mucho, soy la man que toda la vida evitó llorar en público por cosas importantes (aprovecho películas, noticias tristes o videos tiernos para hacerlo sin delatar mis emociones por causas más profundas, más mías), pero nada de eso implica que en mí exista esa fortaleza obligada de la que tanto me hablan.
Tengo derecho a estar triste, mundo, tengo derecho a expresar mi tristeza de la forma en que necesite o pueda hacerlo, claro que quisiera ser la mitad de valiente o la mitad de fuerte de lo que fue mi mami, pero lamentablemente no es así; aunque pocas veces lo demuestre, soy mucho más vulnerable de lo que quisiera, me cuesta mucho enfrentar esta realidad-pesadilla, agradezco pero a la vez empiezo a sentirme fastidiada por los consejos o por los discursos hechos de personas a las que apenas conozco (las palabras amorosas de quienes sí me conocen y quieren, y/o de quienes sí apreciaban de verdad a mi mamita las valoro con el alma, aunque por momentos también me aturden)… Estoy tratando de mantenerme en pie (metafórica y literalmente, pues me levanto cada día aunque solo quisiera quedarme hecha bolita en la cama), pero desde hace algo más de un año la vida mía y de mi familia ha sido una tormenta, y lo peor de toda esta tempestad es que ya no puedo refugiarme en los brazos de mi mamina adorada.
2021/10/01
Mamina de mi alma
Mi mami puso en mis manos la primera novela que leí: Corazón, de Edmundo de Amicis, y no solo eso, sino que halló la forma de despertar en mí la curiosidad necesaria para leerla sin sentir que fuese una obligación (si no recuerdo mal, fue en la vacaciones luego de tercer grado, me dijo que los niños de esa historia tenían mi edad y que ella también la leyó cuando era niña). A los 15 años, más o menos, me presentó otro libro, confesándome que a ella su lectura se le hizo pesada, pero que tenía la esperanza de que yo lo disfrutara y es así como dio paso a mi primer encuentro con una de mis obras favoritas para siempre: Cien años de soledad. Y sí, mi mundo laboral se centra en los libros, mi alma muchas veces se sostiene con ellos, pero esto que les cuento no fue el principal legado materno que recibí.
Mi mamina preciosa nos regaló a mis hermanas y a mí, también a mi papi, claro, lo mejor que podía darnos: un amor profundo a toda prueba y el ejemplo diario de lo que significa ser un hermoso ser humano. Aprendimos sobre generosidad no con discursos, lo hicimos cada vez que la vimos compartir con sus hermanos, con nosotros cuatro, con sus cuñados y sobrinos, con amigos, con compañeros de trabajo, con nuestra señora Jenny, con inquilinos y con desconocidos desde golosinas hasta productos de primera necesidad, ropa, juguetes o dinero. Nos enseñó a ser empáticos y solidarios siéndolo ella cuando con amor se volvía pilar inquebrantable si alguien a su alrededor sentía que empezaba a desmoronarse. Nos demostró que para tener buenos amigos hay que serlo (gracias por tanto amor para mis papitos y por sus abrazos siempre cariñosos para nosotras tres, queridos Magui, Santi, Lucho, Cheli, Pili, Edwin, Gladys, Michita).
En estas líneas hablo de mi madre, pero no miento ni exagero: fue una mujer íntegra, leal, honesta, responsable, generosa, valiente, inteligente, con un carácter firme pero cálido. Mi mamita fue una gran mujer y si mis hermanas y yo alcanzamos a ser la mitad de lo que fue ella creo que podremos sentirnos orgullosas.
Y acá viene lo más duro: la despedida. Debo decir que el martes, cuando nos fuimos en la noche de la funeraria, algo en el alma me dijo que no estábamos dejando a mi mamita, que esa caja en la que el miércoles la sepultamos no la contiene a ella, que no hay espacio que pueda encerrar un alma tan grande y luminosa. La Colombia, Colombi, Colombina, señora Colombita, ñaña, amor, mami, mamita preciosa, mamina está en mi alma para siempre, está en la Anita, en la Paty, está en mi papito, en mis tíos y primos, en sus amigos, en cada persona que la conoció, en nuestra casita, en su amado San Antonio, en Guayllabamba, en sus plantitas, en el aire y en el cielo. Ya despedimos a ese cuerpo amado, y duele profundamente no poder sostener sus manitas o acurrucarnos entre sus brazos, duele no escuchar más su voz hermosa o no ver los gestos con los que en los últimos meses se comunicó, duele saber que ya no volverá a escribir mensajes en su libretita (gracias, Verito, por regalársela cuando empezaban a escaparse las palabras de sus labios, fue el regalo más dulce que le pudiste haber hecho a ella y a nosotros); pero es solo su cuerpo el que ya no está: no nos despedimos de mi mamita porque sé que no habrá instante en que estemos sin ella.
Descansa en paz, mamita preciosa, mamita de mi alma, tus cuatro amores estaremos bien con tu bendición.