De todas las cosas en las que pienso últimamente y de todo lo que escribo aquí a manera de desahogo o de ganas de exponer mis puntos de vista, esto es lo menos importante, pero igual, va:
Escribo cuando me falta el aire, cuando olvido cómo respirar.
2021/01/30
Reflexiones intrascendentes sobre la monarquía, la democracia y la culpa de la vaca
2021/01/21
Estoy tratando de entender, estoy tratando de sostenerme y encontrar un equilibrio que no sé si existe.
Escribo porque hay días en que no hallo otra forma de agarrarme de la vida, es que a veces –hoy– pesan tanto los miedos, pesa tanto la incertidumbre… Diría que siento rabia, quisiera sentirla, pero no es así: ¿rabia contra qué, contra quién?
Escribo porque no entiendo, porque por momentos siento que no puedo sostenerme, que no hay equilibrio posible. Escribo porque los abrazos que necesito no los puedo dar. Escribo porque trato de poner en palabras todo lo que no puedo explicarme. Me obligo a ordenar mis ideas y a sacarme de dentro esa roca inmensa que en un instante me creció en el pecho y ya no me deja respirar: no puedo.
No sé por qué escribo. Sí intuyo por qué escribo aquí: necesito contarle a alguien lo que está pasando, lo que estoy sintiendo, pero las únicas personas que podrían entenderme ya lo saben y sienten lo que yo, o tal vez no, tal vez entienden mejor todo, tal vez logran actuar a pesar de todo, yo solo me paralizo, apenas puedo preguntar algo, intentar mostrarme fuerte siendo en realidad torpe… Entonces nada, no entiendo, no sé nada.
2021/01/02
Mi experiencia con Las voladoras
Hace unos días vi en Twitter alguna nota de prensa que hacía referencia a Las voladoras, el primer libro de cuentos de Mónica Ojeda, compartí ese tuit con un deseo en la cabecera: quería recibirlo por Navidad. Esa "petición" pública en realidad era una forma de difundir, de apoyar la obra de una escritora que sabía reconocida pero a la que aún no había leído. ¿El resultado? Una persona muy generosa a la que le tengo mucho cariño me escribió por MD y me dijo que ella quería regalarme el libro: le agradecí muchísimo por el gesto, porque sé que fue algo espontáneo, pero en una época tan complicada no me parecía justo que gastase ese dinero en mí. Bueno, para resumir, sí recibí la obra en Navidad: me la regaló una de mis hermanas.
Entonces, una mujer escribió un grupo de cuentos que otra mujer deseó, también es mujer quien quiso obsequiar el libro y es mujer quien se lo compró a una librera –mujer– y lo regaló. ¿Coincidencia? Probablemente sí, pero aunque suene redundante, debo añadir que la mayoría de personajes de las historias son mujeres y, de yapa, llevo un tiempo escribiendo cuentos y todos tienen una mujer como protagonista.
Terminado el preámbulo, voy a lo que importa: Las voladoras.
Tal vez por andina, por mujer o por bruja, reconocí algo de mí en varias de las ocho narraciones (no sé si esto deba preocuparme o preocupar a quienes me rodean…) y eso, puedo decir desde mi experiencia como lectora y como editora literaria, ya es un punto a favor del texto. Imagino que otras lectoras experimentaron algo similar, pero quizá pocas reconocerán que, al pasar las páginas, vieron sus uñas manchadas de sangre, se imaginaron danzando hasta desprender sus cabezas y verlas caer al otro lado de un cerco, escucharon retumbar sus miedos en habitaciones contiguas, se leyeron refiriéndose a sus amigas (?) o quisieron que también les cayese el cielo encima… Pienso también que a muchas la ficción de las 121 páginas las estremeció porque, incluso si no la experimentaron en carne propia, vieron distintos rostros de una violencia que espanta tanto porque sabemos que no es irreal.
Las mujeres somos seres complejos y nuestros entornos lo son aún más: la región andina está cimentada en mitos que a veces tienen la única función de ocultar la crudeza de la realidad. Los escenarios de estos ocho cuentos lo son también de historias en los que la violación, el incesto, el femicidio, las perversiones, la crueldad y el dolor no son motivos literarios sino horrores cotidianos. La maestría en la pluma de Ojeda se evidencia en la capacidad de narrar esos horrores con una voz poética y, a la par, fuerte: pone sobre el tapete todo aquello de lo que no queremos hablar o de lo que hablamos bajito, pero solo si le sucede a alguien más.
La estética de lo grotesco puede resultar perturbadora, sobre todo cuanto no es la perturbación lo que prima en el sabor que deja la obra al terminar de leer la última línea, pero yo elijo quedarme con la gama entera de sensaciones que me produjo el conjunto de páginas: sí sentí angustia, desconcierto, ira y hasta asco en algunos pasajes, pero también experimenté ternura, compasión, curiosidad, deleite. No hay síntesis mejor para Las voladoras que las mismas palabras de su autora en el último de los cuentos: "Esta escritura es un conjuro entretejido en lo más profundo de la tierra. Un desafío arrojado al estómago de mi duelo".