2022/04/09

Soy Pablo (apuntes sobre La buena suerte, de Rosa Montero)

En memoria de mi madre, que me enseñó a narrar*


Mi historia dista mucho de la de Pablo: arquitecto famoso, con una infancia de pesadilla, lleno de ideas geniales pero vacío –al menos en apariencia– de amores profundos; sin embargo, soy Pablo (que la casualidad de la etimología de los nombres no es un capricho, diré a conveniencia para darle más sentido a esta afirmación). 

No hay forma de que no sea Pablo, porque sus palabras son mías, esas que noté había perdido cuando intentaba traducir mi circunstancia: "No sé si alguna vez has perdido a alguien querido y muy cercano. Cuando un muerto se va, se lleva consigo su mundo. El sentido de su mundo", le explica a Raluca, "sus objetos enmudecen: ahora ya nadie sabe qué significaba esa taza de porcelana con la que siempre tomaba el té, cuándo la adquirió, qué le recordaba […] Las cosas se vacían de historia y de esencia y se convierten en basuras. Los muertos nunca se van solos: se llevan un pedazo del universo"… y, habiendo hallado las palabras, también encontré la certeza de que mi alma es un universo que se rompió en mil pedazos y el mayor, el más bello, se fue con mi mami: ella se lo llevó porque le pertenecía.

Pablo se va de su vida, porque pesa, porque agobia, porque asusta; él cree que ausentarse físicamente de los lugares y de las personas es una forma de ya no estar o, incluso, de renacer. Yo quisiera tener el valor de tomar un tren y bajarme en una estación cualquiera, empezar de cero y ver qué pasa, a él le funcionó…, pero siendo Pablo, no lo soy: tengo claro que lo que quiero dejar atrás es lo que llevo dentro y no hay tren que me aleje de mí misma, del parásito que me habita. "El miedo es un parásito, un invasor. Un vampiro que te chupa los pensamientos, porque no puedes alejarlo de tu cabeza", y pasa lo mismo con la tristeza (que así se llama el bicho que no me deja).

Además, pienso, de qué sirve cambiar de estación, perderse en el intento de encontrarse, "recomenzar" en cualquier sitio si el mundo entero está podrido (no es pesimismo, es solo una observación a partir de lo que pasa en todos lados, todo el tiempo). Si lo que busco es convivir con gente buena, además de mi lista chiquita de afectos, y alejarme de quienes hacen mal, da igual el sitio al que vaya o en el que me quede: "la gente no se divide entre ricos y pobres, negros y blancos, derechas e izquierdas, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, moros y cristianos –dice al fin–: no. En lo que se divide de verdad la humanidad es entre buena y mala gente".

En este punto confieso que cuando compré La buena suerte, de Rosa Montero, me dejé llevar por la cita cortita que encabeza su contraportada: "La alegría es un hábito", es que buscaba una lectura serena, algo que me permita encontrar otras palabras mías que también están perdidas, emociones que no sé si vuelva a hallar…, pero fue bueno encontrarme entre líneas, leerme en el espejo de una realidad tan distinta. Y siempre, siempre, es bueno dejar que la intuición saque del estante de una librería una pase a una dimensión nueva, porque los libros también son trenes, aunque en sus estaciones nadie se pueda bajar.


*Le copio la dedicatoria a Rosa, porque coincido también en eso con su novela. Este texto (y, ojalá, algún día un libro) es por y para ella: mi mamá.

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