2020/08/13

Cuatro mujeres

1. Frida Kahlo me ha parecido siempre un personaje inmenso, me conmueve su historia, varios de sus cuadros, su capacidad de crear un universo a partir de sus cenizas… Cuando leí su diario experimenté la compasión en su significado original: compartí sus emociones; lloré cuando cumplí mi sueño de visitar la Casa Azul y pude ver sus pinceles, sus corsés, su cama con un almohadón bordado por ella…
2. Chavela Vargas, mi bien amada, es (el "era" no se aplica para ella) una mujer que me ha sacudido hasta la más escondida esquina del alma: su voz de luna llena me parece que es en sí misma una obra de arte. Fui al Tenampa solo para imaginarla cantando ahí y sí: también lloré. Vi “Chavela”, lloré más; estoy por leer su biografía y seguro lloraré nuevamente (se aceptan regalos atrasados de cumpleaños, tipo harto vino o un buen tequila)…
3. Ayer terminé de leer “Leonora”, una versión libre de la vida de Leonora Carrington, escrita por Elena Poniatowska. ¡Ufff! ¡Qué bestia! ¡Qué mujer, carajo! (y Elena, ¡ay!, ¡qué narradora de primera!). ¿Cómo terminé leyendo esta biografía?, bueno, pasa que yo quería comprar “Dos veces única”, pero como no lo tenían, opté por este librazo que me ha revuelto todo, ¡y pensar que yo no conocía a Leonora! ¡Ay!, tengo tanto que decir de la obra y de su protagonista, pero voy a sintetizar comentando que estoy fascinada con la mujer-yegua, la novia del viento, la pintora y escritora que sobrevivió a la guerra, al manicomio, a dos de los mayores dolores del s. XX en México: la matanza de Tlatelolco y el terremoto de 1985. (No me voy a explayar hoy en Leonora, apenas comencé a ver sus cuadros, no he buscado sus cuentos en internet –porque aunque no tengo plata ya me quería comprar un libro suyo, pero en MrBooks no tienen nada de ella– y aún no asimilo tanto).
4. Por otro lado, cuando era profe leí “Inés del alma mía”: me gustó mucho descubrir a esa mujer y, en ella, a tantas otras que fueron fundamentales en la construcción de la historia; el libro era del cole, así que luego compré un ejemplar para mí, y cuando me di cuenta de que tenía como diez páginas en blanco ya era tarde (por suerte, parece que me van a ayudar a completar la obra para poder releerla); bueh, esto no es lo importante. El punto es que Inés Suárez, mujer real retratada por Isabel Allende, comparte con las tres anteriores varias cosas.
- Las cuatro, como muchísimas otras mujeres, fueron condenadas —ya sea por la familia, los críticos, la sociedad o todos— a un papel secundario e incluso al olvido; afortunadamente, ninguna de las cuatro se resignó a ser una sombra silente de una pareja o de un prejuicio: todas vivieron con la pasión que era parte de la esencia de cada una.
- Las juzgaron por cuánto se salían de la raya trazada por una socidad hipócrita, cruel, conforme con la ignorancia y la prepotencia de unos pocos. Esos juicios muchas veces las lastimaron, luego lidiaron con ellos hasta que dejaron de darles importancia: nunca lograron detenerlas.
- Las cuatro se hermanaron con sus demonios y los usaron como materia prima para sus obras/actos.
No hallo forma de no conmoverme con mujeres así de intensas (en el mejor sentido del término) y no dejo de preguntarme cuántas otras Frida, Chavela, Leonora, Inés siguen sepultadas entre los escombros de una historia contada por hombres, de críticas escritas por hombres… Y, por si queda la duda, no es un tema de “odio a los hombres” o esas vainas que dicen contra el feminismo, es algo real: se sabe que entre omisiones de nombres propios y/o de hechos, páginas arrancadas, traducciones dudosas e interpretaciones bastante pobres, se ha tratado de minimizar el papel de las mujeres en la Biblia, en libros de historia, en notas de prensa, etc. La buena noticia es que la fuerza de esas mujeres –y ojalá de otras, de todas– pudo, puede, podrá siempre más.
Ya. Eso nomás quería decir (por ahora)

2020/08/09

Renunciar a un inútil combate

Alexis o el tratado del inútil combate se publicó en 1929 y Marguerite Yourcenar la escribió cuando tenía 24 años: datos que menciono porque me parecen relevantes, pues es más que meritorio que una mujer tan joven haya publicado a inicios del siglo pasado un texto incómodo –incluso en estos días– para gran parte de la sociedad.

Antes de sumergirme en el fondo de la obra y en cuánto me conmovió, debo decir que parte de la calidad literaria de esta novela se centra en la forma: son algo más de 100 páginas que corresponden a una confesión que Alexis, el protagonista, le dirige a su esposa Mónica. ¿Alguien podría escribir una carta así de extensa que no aburra, canse o fastidie al lector? ¿Alguien podría narrar toda una vida en un texto que resulta corto cuando hay tanto que contar? Pues Alexis, dibujado en primera persona y con maestría por la autora, sí.

Alexis debía liberarse, pero para lograrlo del todo también debía liberar a Mónica. "Si es difícil vivir, es aún mucho más penoso explicar nuestra vida", le escribe a la destinataria en las primeras líneas, pero eso no lo detiene: no quiere callar más y sabe que su esposa merece la verdad entera, esa verdad tan grande que abarca toda una vida que se fue construyendo sobre negaciones y autoengaños.

Es increíble la profundidad que logra Yourcenar al crear este "retrato de una voz": la historia de Alexis es develada a la par que se desnuda a una sociedad asfixiante e hipócrita. Las palabras de este hombre exponen a un alma que ha decidido priorizar su esencia y a una piel que ya no quiere escapar de sus instintos. 

En este discurso que pretende ser un diálogo (como lo pretenden todas las cartas), el protagonista se dirige a Mónica, sí, pero sobre todo se enfrenta con lo que intentaba ser y con lo que es, da lugar a la confesión como una forma de disculparse –con ella y consigo mismo– por lo que dejó de hacer o por lo que no hizo a tiempo. Sin embargo, Alexis no se victimiza: entiende que, a pesar de lo severa que pueda ser la jueza-sociedad, nadie podía dañarlo como lo había hecho él mismo al obligarse a parecer y negarse ser, y que cambiar su realidad dependía exclusivamente de vivir por fin de forma coherente con sus emociones y deseos. 

Por supuesto que el texto me llevó más allá del personaje, sus cavilaciones y circunstancias, pues es fácil hallar reflejos de situaciones y reflexiones propias en sus líneas de carácter intimista, pero ahora no me quiero referir a eso, es que me parece más importante remarcar una realidad vigente que, aunque no la viva en primera persona, me importa, me conmueve y me impulsa a acompañarla.

Leer esta obra me puso en el lugar de receptora de la carta, de hecho logré entender de alguna forma a Mónica y empatizar con ella, pero sobre todo imaginé en la voz de Alexis a quienes han vivido las mismas angustias, porque los años han pasado pero en este siglo los prejuicios y la crueldad siguen estando, así que tuve ganas de responder y decirle a Alexis que no pudo hacer nada mejor que dejar salir a sus fantasmas para que sean visibles, para tener conciencia de que tiene el poder de dejarlos atrás, que sus palabras lo liberan para siempre a él, a Mónica y a todos esos otros Alexis que han aceptado sobre sus hombros un peso que no les corresponde: el de la moral y del egoísmo ajenos.

Al terminar mi lectura y cerrar el libro quise abrazar a Alexis, aún quiero hacerlo, y quise también aplaudir, agradecer, esbozar las emociones que me produjeron las líneas transitadas, y no hallé otra forma que esta, porque si en algo coincido con el protagonista es en que "escribir es una elección perpetua entre mil expresiones de las que ninguna me satisface".

2020/08/05

Sobre ·Las intermitencias de la muerte·

"Al día siguiente no murió nadie": el inicio de una ausencia, el inicio de la presencia permanente. Saramago se convierte nuevamente en un narrador omnisciente que, sospecho, es también un omnipotente personaje nunca mencionado en esta novela, pero que es parte de ella, como nos lo deja saber la muerte.

Quizá contar de qué trata la historia y resumir su desarrollo sería lo más sencillo, pero mi intención es retomar las sensaciones que me produjo esta lectura que ha sido un punto de partida en mi reencuentro no-profesional con los libros. Para empezar, debo decir que hay dos obras del genial portugués que están entre mis novelas favoritas: El evangelio según Jesucristo y El ensayo sobre la ceguera; la ruptura de la estructura tradicional que se logra con la ausencia de signos de puntuación y mayúsculas (e incluso de nombres propios que identifiquen a los personajes, en el caso de la segunda) me cautivó tanto como la fluidez de la narración y la profundidad de los temas. Entonces, las expectativas que tengo cada vez que leo un nuevo título del autor son muy, muy altas.

Escogí Las intermitencias de la muerte de entre otros libros por leer porque el título, el abstract de contraportada y la anormal normalidad de la pandemia me impulsaron a hacerlo. ¿Creo que fue una buena selección? Definitivamente sí: las letras de Saramago siempre lo son. Y en este punto entro en conflicto: debo decir que el último tercio del libro no me hizo tan feliz como el resto.

Pasa que, para mí, el dejar de lado al personaje colectivo no favoreció tanto como esperaba al relato, es que mientras la voz narrativa me permitía adentrarme en la muerte como personaje, también me presentaba a un músico gris que ocupó el lugar de toda una comunidad variopinta y, ante semejante responsabilidad, quizá no dio la talla… Y quién soy yo para cuestionar las decisiones del autor, me pregunté mientras este nuevo personaje se iba mostrando, pero la pregunta me la tuve que repetir conforme las páginas por leer disminuían y mi temor por conocer de antemano el final crecía…

Al llegar a la última página mi temor se volvió realidad: uno de los escritores que más admiro (independientemente de que me gusten más algunas de sus obras que otras) había terminado esta novela de una forma predecible, aunque en algo me alivió el guiño final con el que decidió romper la linealidad de la trama.

Ahora bien: yo, que para bien o para mal, soy de esas lectoras que vuelven a veces en más de una ocasión a transitar por una historia, ¿volvería a leer esta novela? Sí, la dejaré reposar un tiempo, me permitiré leer o releer otras cosas, luego seguro me reencontraré con esta muerte (nombre propio, tanto que ella misma decide que no debe incluir mayúsculas) que seguro veré, entenderé de forma distinta, quizá mejor, quizá más profunda, porque la relectura enriquece, genera nuevas ideas, nuevas sensaciones y nuevas interpretaciones, es parte de la magia de las obras de arte creadas con palabras, "porque las palabras, si no lo sabe, se mueven mucho, cambian de un día a otro, son inestables como sombras, sombras ellas mismas, que tanto están como dejan de estar, pompas de jabón, caracolas que apenas dejan oír la respiración".