Escribo cuando me falta el aire, cuando olvido cómo respirar.
2020/08/13
Cuatro mujeres
2020/08/09
Renunciar a un inútil combate
Alexis o el tratado del inútil combate se publicó en 1929 y Marguerite Yourcenar la escribió cuando tenía 24 años: datos que menciono porque me parecen relevantes, pues es más que meritorio que una mujer tan joven haya publicado a inicios del siglo pasado un texto incómodo –incluso en estos días– para gran parte de la sociedad.
Antes de sumergirme en el fondo de la obra y en cuánto me conmovió, debo decir que parte de la calidad literaria de esta novela se centra en la forma: son algo más de 100 páginas que corresponden a una confesión que Alexis, el protagonista, le dirige a su esposa Mónica. ¿Alguien podría escribir una carta así de extensa que no aburra, canse o fastidie al lector? ¿Alguien podría narrar toda una vida en un texto que resulta corto cuando hay tanto que contar? Pues Alexis, dibujado en primera persona y con maestría por la autora, sí.
Alexis debía liberarse, pero para lograrlo del todo también debía liberar a Mónica. "Si es difícil vivir, es aún mucho más penoso explicar nuestra vida", le escribe a la destinataria en las primeras líneas, pero eso no lo detiene: no quiere callar más y sabe que su esposa merece la verdad entera, esa verdad tan grande que abarca toda una vida que se fue construyendo sobre negaciones y autoengaños.
Es increíble la profundidad que logra Yourcenar al crear este "retrato de una voz": la historia de Alexis es develada a la par que se desnuda a una sociedad asfixiante e hipócrita. Las palabras de este hombre exponen a un alma que ha decidido priorizar su esencia y a una piel que ya no quiere escapar de sus instintos.
En este discurso que pretende ser un diálogo (como lo pretenden todas las cartas), el protagonista se dirige a Mónica, sí, pero sobre todo se enfrenta con lo que intentaba ser y con lo que es, da lugar a la confesión como una forma de disculparse –con ella y consigo mismo– por lo que dejó de hacer o por lo que no hizo a tiempo. Sin embargo, Alexis no se victimiza: entiende que, a pesar de lo severa que pueda ser la jueza-sociedad, nadie podía dañarlo como lo había hecho él mismo al obligarse a parecer y negarse ser, y que cambiar su realidad dependía exclusivamente de vivir por fin de forma coherente con sus emociones y deseos.
Por supuesto que el texto me llevó más allá del personaje, sus cavilaciones y circunstancias, pues es fácil hallar reflejos de situaciones y reflexiones propias en sus líneas de carácter intimista, pero ahora no me quiero referir a eso, es que me parece más importante remarcar una realidad vigente que, aunque no la viva en primera persona, me importa, me conmueve y me impulsa a acompañarla.
Leer esta obra me puso en el lugar de receptora de la carta, de hecho logré entender de alguna forma a Mónica y empatizar con ella, pero sobre todo imaginé en la voz de Alexis a quienes han vivido las mismas angustias, porque los años han pasado pero en este siglo los prejuicios y la crueldad siguen estando, así que tuve ganas de responder y decirle a Alexis que no pudo hacer nada mejor que dejar salir a sus fantasmas para que sean visibles, para tener conciencia de que tiene el poder de dejarlos atrás, que sus palabras lo liberan para siempre a él, a Mónica y a todos esos otros Alexis que han aceptado sobre sus hombros un peso que no les corresponde: el de la moral y del egoísmo ajenos.
Al terminar mi lectura y cerrar el libro quise abrazar a Alexis, aún quiero hacerlo, y quise también aplaudir, agradecer, esbozar las emociones que me produjeron las líneas transitadas, y no hallé otra forma que esta, porque si en algo coincido con el protagonista es en que "escribir es una elección perpetua entre mil expresiones de las que ninguna me satisface".