2023/02/03

De Lemebel y su banda sonora

Cuando supe de la existencia de Pedro Lemebel, sentí la necesidad de leer algo que él hubiera escrito, pero no había libros suyos acá (o yo no los encontraba); un día, mientras curioseaba qué había en una librería, me encontré con Tengo miedo torero, joya que se volvió una de mis novelas favoritas y ella, la Loca, un personaje de esos que me gustaría sacar de las páginas para abrazarlos con cariño. Y bueno, fui por más: agarré Serenata cafiola básicamente me enganchó su contraportada.

¿Qué puedo decir luego de haberlo leído? Primero que me arrepiento de no haber escrito esto antes, porque pasaron algunos meses desde que lo terminé y seguro hoy se me escaparán varias cosas; pero lo más importante está: al igual que con la novela, me sentí fascinada de descubrir a este hacedor de crónicas que narra de forma encantadora incluso sus experiencias más duras.

En este libro-serenata hay de todo, desde un tarareo beatlesco hasta el lujo de una Guantanamera cantada por Omara Portuondo. Y es que aquello de que la música nos salva es más que una frase hecha; el mismo Pedro lo deja claro en la sinopsis inicial: "No fui cantor (…), pero la música fue el único tecnicolor de mi biografía descompuesta".

Y quizá quienes escribimos (bien o mal), lo hacemos porque la voz no nos da para cantar todos los sonidos que rondan nuestras almas y nuestras cabezas. "Llegué a la escritura sin quererlo, iba para otro lado, quería ser cantora, trapecista o una india pájara trinándole al ocaso. Pero la lengua se me enroscó de impotencia y en vez de claridad o emoción letrada produje una jungla de ruidos", dice el cronista.

Hablar de "la pluma" de Lemebel sería incompleto, injusto, ridículo: él estaba lleno de plumas, lentejuelas, pinturas de colores, perfumes e historias que lo adornaban, aunque al mirarse al espejo –sospecho– veía en el fondo de sus ojos a un niño pequeño, indefenso, que extrañaba tanto a su madre que es ella a quien dedicó el inicio y el fin de su cafiola serenata. "Mi mami también se fue una noche de lobos, y con ella se apagaron las navidades. Cuando empiezan los arreboles pascueros me enfermo de melancolía (…). Era ella mi Navidad", escribió y yo, al leerlo, sentí que lo había hecho por un encargo mío. 

Este libro de portada rosa intenso (magenta, dirán los entendidos), es en sí un canto, no a una existencia idealizada, sino a la vida travestida que muchos no quieren ver, quizá por las cicatrices que expone, por las heridas que nunca cerraron y por la ternura infinita que a veces molesta más que la crueldad. Por esto, no recomiendo su lectura a quienes se asusten con la sensibilidad ajena, ni a quienes reducen el amor a los genitales, peor a quienes ven perversidad en el atreverse a ser lejos de cualquier molde de esos que reducen el espíritu a nada.

Conocer otras realidades y ver el mundo a través de otros ojos puede ser sanador, tanto como lo es la música que cada tanto nos exorciza el alma.