2021/12/28

tiempo despiadado

En un poco más de una hora (a la 01:31) se cumplen tres meses desde que mi mami dejó su cuerpo y un agujero enorme en mi alma. En algo así como tres días se termina el peor de los años de mi vida.

Y nada, mientras relojes y calendarios no paran, yo sigo sin creer que tanto haya podido pasar en un lapso tan corto; sigo sin entender cuál es el sentido de existir y amar profundamente a algunas personas para luego perderlas en el más cruel de los parasiempre.

Mentiría si dijese que no estoy un poco mejor que hace unas semanas, también mentiría si dijese que estoy un poco mejor que hace unas semanas: solo tengo claro que llevo conmigo una tristeza camaleónica que quizá desde afuera parezca despiste, enfado, pereza, egoísmo, indiferencia, incluso una suerte de optimismo o algo así. Y pesa, pesa mucho esa tristeza, pero siento que se vuelve más ligera por instantes, cuando recibo abrazos de la gente que quiero y me quiere (la dichosa covid no deja que todos esos abrazos sean físicos, pero los de alma cuentan más), o cuando logro no pensar en nada que duela.

Que solo existe el presente, dicen, que no existen pasado ni futuro, pero no es así para mí; el pasado se queda conmigo porque es ahí donde están mis momentos felices (sí, también hay cosas negativas por ahí, pero escojo no darles protagonismo) y mantengo al futuro como la posibilidad de reencontrarme con trozos de felicidad (si algo me parece cierto es que no hay felicidad completa). 

Por ahora, en este presente que quisiera no existiese, se me olvida casi todo lo práctico, lo cotidiano, pero a cambio recuerdo mucho a mi mami: en la huerta, en su cuarto, en la cocina, en la terraza, sonriendo, conversando, tejiendo, con mi papi, con sus hermanos, con sus amigos, con mis hermanas, conmigo acurrucada en sus brazos y sintiendo que solo ahí estaba a salvo de todo lo que me hacía daño… Por ahora recuerdo que en los días en que la enfermedad avanzaba sin compasión, yo me repetía "un día a la vez" y me aferraba a sus manos, y trato de buscar una forma de aplicarlo ahora, pero ya sin ella, sin un motivo para hacer cualquier payasada con tal de hacerla reír. No hallo otra forma de transitar este tiempo despidadado.

2021/12/13

Día de lluvia

Hoy desperté llorando, con una sensación de angustia, de tristeza profunda, y sé que fue por mi sueño, pero no recuerdo qué soñé… Hoy (que en términos estrictos ya es ayer) llovió todo el día y también yo llovía mientras me alistaba para salir a almorzar y pasar la tarde con algunos de mis amigos más queridos: escampé un ratito (gracias a los cinco). Hoy terminé el día viendo una serie en la que uno de los personajes se despide de su mamá en el hospital y, a la par, seguí lloviendo porque viví esa escena, porque mucha gente no pudo vivirla por esta peste que no acaba, porque quisiera que el motivo por el que lloro fuese solo un sueño.

Aunque dicen quienes saben de astros que el que me rige es el Sol, suelo llevarme bien con el frío, con la llovizna y con la niebla; el problema es que si llevo las nubes por dentro, me cuesta mucho hallar fuerza para abrir los ojos, levantarme de la cama, vestir algo que no sea pijama, sonreír no solo con los labios, hablar. Hoy desperté llorando, nublada, lloviendo, extrañando como loca a mi paraguas, mi parasol, mi abrigo, mi alma; hoy –como siempre, pero un poquito más– extraño a mi mamá.

Y sí, sé que es un proceso, que este dolor no pasará nunca pero se irá transformando, por eso me permito llover, escribir sobre la lluvia para llorar más, porque si lluevo con letras y lágrimas tal vez las nubes pasen, tal vez la niebla me deje ver más allá y pueda recordar que este hoy ya es ayer, que mañana ya está aquí y no hay tormenta que me pueda, porque aunque me rompa y me desarme, mañana-hoy-siempre (con lluvia, sol, viento o niebla) llevo conmigo siempre a mi mamina adorada.

Hoy ya es mañana y va pasando la tormenta, cosa buena porque sea cual sea el clima hay que trabajar.



Gracias, ma.

2021/12/02

Sobre el derecho a la ira

Tengo muchas cosas dando vueltas en mi cabeza y cada tanto necesito escribir sobre ellas (a manera de terapia, creo). Esta vez le tocó el turno de pasar bajo mi lupa-pluma a una emoción que no sé si a alguien le sea ajena: la ira y sus derivados (llámense resentimiento, agresividad, injusticia, crueldad; en suma, autodestrucción lenta y constante). Todos nos sentimos en algún momento molestos (con respecto a un hecho, a una persona, a un grupo de gente, al mundo) y ese malestar tiene que manifestarse de alguna forma. Si nos interesase ser justos, las consecuencias de la ira deberían recaer solo sobre su causa, ¿cierto?, pero no siempre es así; de ahí que me pregunto qué pasa cuando trasladamos el enojo que sentimos por algo o alguien a otras personas. A saber: multiplicamos la ira y el daño que nos causa, podemos dañar también a esos terceros (si es que se enteran, porque generalmente los sentimientos negativos se quedan en nosotros mismos y rebotan sin cesar sobre nuestra alma). Y no es que esté mal sentir rabia, furia, fastidio, ira; tenemos el derecho y, a veces, la necesidad de experimentar todas esas emociones, el tema es que construir (o destruir) relaciones a partir de ellas no va a resolver las causas. 

Sí, es más "fácil" pelear contra el mundo que mirar hacia adentro y luchar contra los fantasmas que nos habitan hasta derrotarlos; es más "fácil" golpear (en sentido figurado, aunque a veces también los golpes son físicos) a quienes más nos quieren porque creemos que deben aguantar nuestra furia, o a quienes ni siquiera conocemos, porque sí; es más "fácil" refugiarnos en quienes nos conocen menos y lograr que se sumen no a nosotros sino al desprecio que lanzamos contra quienes nos han dañado e incluso contra quienes acusamos sin razón. Es más fácil, siempre, hallar errores en los demás y –de paso– adjudicarles los nuestros, en lugar de procurar algo de objetividad si no de empatía con los otros y con nosotros mismos (es que a veces la supuesta fortaleza, el aparente amor propio no son más que máscaras, intentos de ocultar nuestra esencia, porque la ira también nos hace detestarla a ella).

Y bueno, nada, esto solo es una reflexión "en voz alta" que surge a partir de un autoexamen, de un intento de evaluar mi proceso de duelo y de la observación de mi entorno (sí, también del inmediato, pero sobre todo del gran colectivo al que llamamos "sociedad"): el dolor, el miedo, la incertidumbre, la angustia, la ansiedad muchas veces se transforman en ira, quizá porque preferimos fruncir el ceño y construir (o ampliar) muros en lugar de enfrentar y asumir nuestra propia fragilidad; es que tal vez creamos que así nos protegemos o que "ganamos", pero a mí me parece que solo pierde y se pierde a sí mismo quien levanta más la voz, quien es más sarcástico, quien distribuye culpas gratuitamente, quien busca molestar e incluso lastimar.