Artículo publicado en la edición de marzo 2013 de la revista Nuestro Mundo
El fenómeno literario que se conoció como el Boom Latinoamericano
abrió las puertas del mundo a la narrativa del subcontinente. Medio siglo
después, nuestra prosa sigue atrayendo a los lectores del mundo y se publica
-entre otros idiomas- en inglés, francés, italiano, portugués y alemán.
Hasta la década de los 50, parecía que, para el resto del planeta,
en Sudamérica “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre,
y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”, tal como se describe en Cien años de soledad el inicio de un
mundo tan real y mágico como todo el subcontinente. Pero a inicios de los 60, algunos escritores "no solo veían las imágenes de sus propios sueños, sino que los unos veían las imágenes soñadas por los otros" y empezaron a plasmar en sus obras esa realidad onírica circundante.
Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario
Vargas Llosa y Carlos Fuentes son los nombres de esos autores que lograron lo
que hasta entonces no había sucedido: que la
narrativa de América Latina empezase a cobrar notoriedad y que se valorase su
calidad al punto de darle un lugar importante dentro de la literatura mundial. Por
muchos años, fueron esos nombres y los de otros escritores destacados, como
Jorge Luis Borges, Juan Rulfo y Alejo Carpentier, los que dieron a conocer la
particular cosmovisión latinoamericana al mundo. Incluso ahora, medio siglo
después, lectores de diversos países se siguen maravillando con novelas como Rayuela, La ciudad y los perros o La
muerte de Artemio Cruz.
Pero ¿qué ha pasado con la literatura del subcontinente en estas
últimas décadas? ¿Siguen siendo el realismo mágico o la introspección sartreana
los ejes de nuestra narrativa? Las respuestas van de la mano con la historia
reciente: exilios, guerras internas, narcotráfico, corrupción gubernamental y
una lucha constante por la reivindicación de la mujer dentro de la sociedad han
sido los acontecimientos que han marcado el final del siglo XX y el inicio del XXI
en Latinoamérica y –por tanto- la evolución de su arte. Marcela Serrano,
Roberto Bolaño, Santiago Roncagliolo, Ángeles Mastretta, Juan Gabriel Vásquez,
Fernando Iwasaki, Gioconda Belli, Santiago Páez y Rafael Lugo son algunos de
los representantes de esa narrativa contemporánea que nos retrata de una manera
quizá menos elaborada o experimental, pero tan atractiva como la de sus
antecesores.
Aunque es arriesgado, e incluso irreal,
hablar de una nueva corriente literaria, es evidente que en la mayoría de obras
“posboom” ha habido una tendencia a recuperar la sencillez como recurso
narrativo; es decir, las novelas de esta etapa le apuestan al estilo directo,
fácil de leer. Los personajes se alejan de esa aura etérea que distinguía a
muchos de los protagonistas de las historias del Boom, ahora son más “terrenos”.
El peruano Fernando Iwasaki ejemplifica a la perfección esto en El libro del mal amor, cuyo narrador
protagonista es un joven que cuenta hilarantes momentos de su vida relacionados
con fallidos intentos de conquista, de ahí el nombre de la obra.
La inquietud por explorar y dar a conocer el
universo femenino en general y de la mujer latinoamericana en particular ha
sido el punto de partida de importantes obras de este tiempo. La mujer habitada es una historia en la
que Gioconda Belli fusiona dos épocas -momentos de lucha y resistencia social-
en Lavinia, una joven arquitecta que descubre dentro de sí la esencia de Itzá,
una guerrera náhuatl, y con esa fuerza participa en el proceso de liberación de
su país de la tiranía de su gobernante (hecho que refleja la realidad nicaragüense
de la década de los 70). Marcela Serrano -autora de Nosotras que nos queremos tanto y El albergue de las mujeres tristes, entre otras novelas- y Ángeles
Mastretta –que con su libro Mal de amores
fue la primera mujer en hacerse acreedora al premio Rómulo Gallegos- se centran
en ese redescubrimiento de la mujer en el que, en primer término, se enfrenta
consigo misma para dar pasos firmes en el camino hacia la reivindicación de su
capacidad de asumir más roles de los que hasta hace algunos años la sociedad le
permitía.
Santiago Roncagliolo, Juan Gabriel Vásquez y
Rafael Lugo están en el grupo de los más jóvenes, en la treintena o apenas
saliendo de ella, lo que los aleja un poco de temas como el exilio y la
subversión relacionada con ideologías políticas. El peruano Roncagliolo se
convirtió en 2006 en el autor más joven galardonado con el Premio Alfaguara,
por su novela Abril rojo, obra que,
al igual que El ruido de las cosas al
caer (Premio Alfaguara 2011) -del autor bogotano Juan Gabriel Vásquez- usa
la investigación detectivesca como nexo entre la ficción de sus obras y los
fragmentos/retratos de la realidad de sus países. Lugo dibuja en 7 el perfil de un personaje marginal: un
loco que huye de la cordura y busca enredarse en excesos, pero al mismo tiempo
permite ver la “cara oscura” de la clase media alta de Quito, la ciudad en la
que nació y vive este escritor.
Entre la ciencia ficción y la novela policial,
el quiteño Santiago Páez es el creador de una tetralogía que evidencia varios
rasgos de su formación académica (estudió Derecho, Antropología, Comunicación y
Literatura). Crónicas del Breve Reino
es un conjunto de cuatro pequeñas novelas -la primera es una narración histórica, la segunda policial, la tercera de aventuras y la cuarta de ciencia ficción- que se entrelazan por medio de la
repetición de personajes y escenas para formar una sola.
Pero de entre todos los autores
latinoamericanos que se han destacado luego del Boom, sin duda Roberto Bolaño
ocupa un sitial muy especial. Los
detectives salvajes, 2666 –publicación
póstuma, pues este chileno murió prematuramente en 2003- y Estrella distante son tres novelas suyas que están entre las
primeras 15 de las 100 mejores obras en español de los últimos 25 años, lista
elaborada por varios escritores y críticos literarios. La pasión de Bolaño por
la literatura se refleja en el conjunto de sus creaciones, de hecho es un tema
constante en sus escritos. Cuenta la voz narrativa en el breve y magistral párrafo
que da inicio a Los detectives salvajes:
"He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por
supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así."