2019/10/17

La guerra de los mil mundos: todos terminamos vencidos

I
Todo el que quiera puede intentar tapar el sol con un dedo, pero —como es bien sabido— el sol no deja de estar.
¿Hubo excesos en el "uso de la fuerza" por parte de policías y militares? Sí.
¿Hubo vandalismo, violencia y crímenes por parte de manifestantes? Sí.
¿Generaron calma y confianza las intervenciones de Lenin Moreno en cadenas nacionales? No.
¿Aportaron algo las ‘amenas’ charlas poscadenas de funcionarios gobierno? No. 

¿La actitud de dirigentes de la CONAIE generó confianza y tranquilidad en la población asustada? No.

Hubo angustia, ira, miedo, incertidumbre, desconfianza, decepción, agresividad. Hay dolor.  
Y en medio de ese caudal de hechos y emociones hubo/hay gente que se aprovechó del caos para hacer campaña política, para desprestigiar a sus adversarios, para justificar su racismo y/o clasismo…

A diferencia de los terremotos físicos que sacaron lo mejor de nosotros, este terremoto social ha sacado a flote lo peor: ese es el sol que tratamos de ocultar con los dedos que, al no poder cubrirlo, señalan acusadores al otro bando.

II
Los comentarios respecto a la reciente crisis (o respecto casi a cualquier tema) fueron y siguen siendo, en su mayoría, agresivos: desde el sarcasmo "pilas" (mojigato) o la minimización del otro hasta incitación a la barbarie o amenazas directas. ¿Quiénes emitieron y suelen emitir esos comentarios? Mestizos de cualquier nivel académico, sustrato económico o edad (señalo lo de "mestizos" porque resulta que ahora para muchos ecuatorianos los únicos agresivos son los indígenas, y todos los indígenas, además).
En esos días de pesadilla, entre muchas otras perlas, leí: “Preferible muertos que haciendo vandalismo”, refiriéndose a un reporte de víctimas; “Quémenlos vivos”, respecto a los periodistas retenidos en la asamblea indígena; y frases como “reviéntenlos”, “denles bala” y otras evidencias de la clase de seres humanos que escupen toda esa rabia. 
Pero la más terrible forma de violencia en esos caóticos días fue la que se ejerció contra los caídos, contra las víctimas de la otra orilla: reclamos furibundos o palabras llenas de pesar por unos, silencio, burlas o desprecio por otros. 
Era como si se tratase de una competencia perversa en la que "mis víctimas importan más que las tuyas o las de ellos"... De manera irresponsable tiraron datos elevando o disminuyendo cifras –que representaban a seres humanos–, creando u omitiendo circunstancias y llegando a resultados que parecían no contabilizarse como pérdidas. La supuesta empatía terminaba justificando con un "pero" la violencia contra "el enemigo" (porque ya a ese nivel estábamos y hay quienes parecían disfrutarlo, por absurdo que suene).
Esa guerra de poderes, de ideas y de egos no tuvo que ver únicamente con temas económicos o históricos o ideológicos, tuvo y tiene que ver con la deshumanización de todos (líderes, fans y el resto de mortales) y con nuestras taras individuales y colectivas, como la evidente incapacidad de autocrítica que nos impide crecer. 
Difícil apagar un incendio así si alimentamos el fuego a diario con la furia que expresamos contra "indios ignorantes", "chapas brutos", "resentidos sociales", "pelucones privilegiados", "periodistas vendidos", "empresarios explotadores", "negros vagos" y todas las otras etiquetas que les ponemos a quienes no nos gustan (porque no hacen lo que queremos o no nos dan la razón, básicamente). 
Difícil construir un puente si insistimos en olvidar que quien está al otro lado también es un ser humano.

III
Anoche hice una lectura silenciosa de varios posts en Facebook (de distintas personas, con distintas líneas, cuadrados o círculos de pensamiento), o quizá no fue tan silenciosa, porque sí creo que se me escapó un "like" por ahí... Bueh, el punto es que me quedé atónita al ver que ni después de vivir una guerra (psicológica, informativa y física) han cambiado algunas cosas.
Llamaré arenal a este país, lo que implica que cada ser que lo habita es un grano de arena: ninguno es igual, algunos se empapan, se juntan y se compactan, al secarse se vuelven a separar y luego, si el viento así lo quiere, vuelan y caen un poco más allá.
Esta arena que somos es lo que tenemos en común, nada más, y eso es maravilloso. 
Como granito de arena declaro que a mí no me gustan las gotas de agua que caen para formar masas y anular voluntades: prefiero ser partícula en movimiento, unida sí –desde las ganas y la esencia, por voluntad y no por fuerza, y no necesariamente de manera física/literal– a esos granos de arena que yo reconozco como fundamentales para mí. Y siendo granito de arena asocial, "agremial" y "acool" (iba a poner "apopular", pero con eso de que la palabra "pueblo" y sus derivadas parecen ya estar patentadas por unos o por otros, para bien o para mal, preferí evitar que mis ideas se vinculen con unos u otros seres de este arenal), puedo decir con pesar que desde la distancia y el silencio el horror se nota más.
(Abandono en este punto la metáfora, porque ya me empecé a hacer líos para evitar redundancias 😬 y, sobre todo, para ser más clara con lo que quiero expresar).
Ahora sí al grano –de arena jeje–: todos tenemos la razón en nuestras apreciaciones, ninguno tiene la razón en general. Las experiencias que vivimos constituyen una parte de nuestra cosmovisión y se evidencian en nuestro discurso, pero esa cosmovisión y ese discurso también se nutren de cosas menos íntimas, como nuestras lecturas, nuestros círculos sociales, nuestros intereses de todo tipo, nuestras inseguridades, nuestra capacidad y ganas de razonar más allá de los dogmas de una creencia religiosa, ideológica, política. Vemos al mundo con nuestros ojos, pero a veces también con gafas que alguien nos presta o con lentes que queremos usar porque refuerzan nuestra imagen; razonamos a partir de nuestro criterio, pero también lo hacemos bajo influencias externas de las que no siempre nos percatamos; actuamos en función de lo que consideramos correcto, pero también a sabiendas de que correcto o no es lo que conviene a intereses individuales o colectivos... Somos complejos, jodidos todos, rejodidos y rejodones algunos.
Eso de "si no estás conmigo, estás contra mí" es el nuevo mantra de las iglesias ideológicas, de las religiones políticas que han captado tantos fieles seguidores como en otros tiempos las comunidades cristianas. Parece que en los catecismos del activismo ideológico se determina que el primer mandamiento que se debe cumplir es "odiarás a todo el que piense distinto" y que el segundo mandato es "juzgarás al otro sin piedad pero a ti y a tus coidearios jamás: la autocrítica es pecado capital".
El agua tibia puede causar náusea, es cierto, pero es perfecta para un baño placentero: el equilibrio al que le tememos (por no aparecer entre las virtudes de ninguno de los nuevos credos) no es tan malo como nos lo pintan desde los extremos: a veces vale la pena buscarlo, hallarlo y defenderlo.