2020/10/19

Siete meses y contando…

 Nos contamos las historias como quien cuenta monedas: calculando, procurando que nada se vaya demás, que alcance, que quede algo… Quizá el silencio sea más auténtico, quizá el tener las bocas tapadas sea un mandato de la esencia: es tiempo de dejar hablar a las miradas, de sonreír con el alma.

¿Y qué hacemos sin apretones de manos, sin abrazos, sin caricias? Agradecer por la distancia impuesta para con los desconocidos o los conocidos detestables o aquellos que nos son indiferentes; transmitir amor a los conocidos queridos sin contacto físico: poner en juego la creatividad, las formas de mimar desde una distancia que solo es física y que –aunque cueste entenderlo– ahora nos salva.

Mirar hacia adentro es siempre un reto, incluso puede ser una experiencia dolorosa al principio, pero vale la pena aprovechar el "aislamiento" –al que aún tratamos de acogernos algunos, o propiciarlo si es que nunca quisimos cumplirlo del todo– para hacerlo: reencontarnos, reconocernos, enfrentarnos a heridas y fantasmas, hallar soluciones, dejar de lado lo que daña más, empezar a sanar, volver a soñar, reconstruirnos, respirar profundo y, solo entonces, reconectarnos con los demás.

Sobre las causas hablan los científicos (y hay que escucharlos, que por necios hemos llegado al punto en el que estamos), pero las consecuencias de la pandemia dependen de cada uno de nosotros: podemos intentar sobrevivir y –ojalá– no fallar en el intento, o podemos vivir con intensidad, responsabilidad y generosidad (para con los otros, para con nosotros mismos) este proceso.

2020/10/09

Rotos

 No nos rompió la pandemia: estuvimos siempre rotos. ¿Qué hacer con los pedazos? En eso sí ha intervenido la pandemia: antes pocos nos aceptábamos quebrados, las piezas estaban amontonadas y nos acostumbramos tanto a la informa que ya no nos dábamos cuenta, ahora sabemos que somos un manojo de retazos con el riesgo de enredarse o perderse ante cualquier viento o sacudón…


Encerrarnos nos ha lastimado y también nos ha sanado; no tuvimos más opción que alzar la mirada en varias de las miles de veces que pasamos frente al espejo, no nos quedó más que vernos, primero muy de fuera: alguna cana nueva, una arruguita, una mancha de sol…, luego el espejo se volvió imán y nos obligó a mirarnos más de cerca, a enfrentar al ser que traspasa cualquier reflejo. Ahora nos conocemos más (tal vez a los otros inmediatos, seguro a nosotros mismos), ahora duelen más los dolores añejos y saben más dulces los detalles que solíamos dejar pasar. Ahora estamos más solos que nunca y, a la par, estamos más auténticamente acompañados por los amores reales.

La pandemia no nos rompió: nacimos rotos (como sociedades y como individuos) por herencia, por decisión propia nos mantuvimos así. ¿Es tarde para reconstruirnos? No lo sé, pero sé que yo elijo honrar cada una de mis partes, tratar de darles un sentido, y procurar no quebrar más a los otros seres fragmentados.

2020/10/06

Monólogo a dos voces

–Nos perdimos.

–¿Escuchaste ese crujido?

–Nos perdimos.

–¿No me escuchas? Te pregunté algo.

–No me preguntaste nada, no me hablas hace tiempo, no estás, no te busco porque ya nunca te voy a encontrar.

–¿De qué hablas?

–Eres tú quien no me escucha, nunca lo has hecho. Hoy no existes más, nunca has existido.

–¡Deliras! Deja de beber ese vino.

–Nos perdimos. No me escuchas. No estás. No existes. Nos perdimos.

–Ok, si quieres me voy, pero…

–Alguien dijo que el "pero" es un gatillo: no existes pero me disparas, pero me lastimas, pero insistes, pero, pero, pero…

–No te entiendo un carajo, no te entendí jamás, no sé qué hago aquí intentando que me escuches.

–Tienes razón: es un crujido.

–¿Qué? 

–Nada. Un crujido: se rompió todo para siempre. Nos perdimos.