2022/07/25

El 28 serán diez meses y nuestro primer cumpleaños sin ti, mamina

Estabas con el poncho beige tejido (no recuerdo si lo habías tejido tú, lo más probable es que sí), acompañada por mi Cotita y creyendo que era una falsa alarma, pero era un buen momento para despejar la duda porque igual tenías que asistir al control médico: te habían dicho que sería al rededor del 15 de agosto y apenas era la mañana del 28 de julio… Seguramente te dieron permiso en el trabajo para ir al médico, tal vez planeabas ir a las clases de la universidad en la tarde y, dependiendo de lo que te dijeran, empezar a preparar las cosas que deberías llevar al hospital y tener en casa para la vuelta: tan organizada siempre tú y yo ya empezaba a desorganizarte la vida. Mi papi estaba enfermo, lo habían hospitalizado por una infección, no sabía lo que estaba pasando, tampoco tú, pero pronto te lo dirían: no era una falsa alarma, había empezado la labor de parto.

Ahora estabas solita, aunque con otras mujeres (recuerdo a una, no sé cuántas más había), pero solita de familia: en el hospital del IESS no siempre le dan prioridad a las necesidades emocionales de los pacientes y de su gente querida (imagino que dirán que es por logística, y en parte creo que es así). En la sala helada en la que te dejaron mientras llegaba el momento, tú tenías tu ponchito (no habías llevado nada, ibas solo por un chequeo, quedarte no estaba en los planes), pero la señora de la cama vecina no estaba bien cubierta y tenía sed; no había ninguna enfermera, alguna de mal carácter aparecía cada mucho y la señora necesitaba ayuda. Imagino que tenías dolor y algo de miedo, era la primera vez para ti y no dejaban que mi Coti te acompañara, pero te levantaste, cobijaste bien a la señora y le ayudaste a beber algo: ella no se podía mover, tenía un embarazo de alto riesgo y también tenía miedo, como tú, imagino. Conversar con ella, ayudarla, tratar de calmar su temor dejando de lado el tuyo: qué resumen tan perfecto de lo que fue siempre tu vida.

Me tardé en llegar, te tuve esperándome todo el día en esa sala helada, alejada del cariño de los abuelitos y los tíos, sin saber si mi papi ya sabía. Como a las 22:00 (¿o 22:30?, siempre se me olvida y ahora ya no puedo preguntarte…) nací. Leona de signo, pero tu cachorra toda la vida. Ese 28 de julio fue el inicio para ambas: ya no estaba más en tu panza, pero pudimos vernos por primera vez, me acunaste en tus brazos por primera vez, enfrentaste el peor de los dolores por primera vez para que yo pudiera tener la bendición inmensa, unos meses después, de llamarte mamá como quien dice refugio, paz, seguridad, alegría, consuelo, ejemplo, amor de mi vida. Para ti empezó un aprendizaje (que nadie nace sabiendo cómo ser madre, dicen, y es cierto) que imagino a veces fue hermoso, pero que sé también fue muy difícil en ciertos momentos (perdón, ma, perdón por cada vez que lloraste por mí, por cada vez que rezaste por mí con dolor, miedo, enojo, angustia o impotencia: nunca me hablaste de eso, pero sé de mi torpeza, sé que no siempre fui la hija que merecías).

Ahora tengo todo enredado en mi cabeza, es que el tiempo de la pandemia lo deformó todo, pero creo que fue el último cumpleaños antes de la peste: yo quería festejar yéndome con ustedes a Cochasquí, ¿te acuerdas? (por aquello de la energía y tal, pero sobre todo porque desde hace varios años descubrí que es mi forma favorita de celebrar: saliendo de la ciudad con la gente que quiero, aunque sea un ratito), pero cuando quisimos subir en el auto no nos dejaron, había que parquear ahí y continuar a pie; que tú esperabas en el carro, dijiste, por supuesto nos negamos a ir sin ti, al final de cuentas el festejo era perfecto, estaba fuera de Quito, con ustedes, viendo un paisaje hermoso, respirando un aire distinto. En algún momento te disculpaste conmigo, dijiste que querías que hiciera lo que había planeado, pero que de verdad te dolían las rodillas: mamita, te dije y te digo, lo importante es estar con ustedes, ya habrá otro momento para ir a ese sitio, y si igual no se puede, iremos a otro. Y sí, tal vez un día vaya, porque ahora sé que tú irás conmigo: ya no hay dolor ni nada que te detenga.

El año pasado ya estabas malita: te costaba caminar, comer, hablar, pero salimos, y comiste todo, aunque despacito, te reíste de mis tonterías, caminamos un poquito de la mano, para que veas las flores del jardín del restaurante, luego regresamos a la casa y, también despacito, subiste las gradas. En ese momento sabía que el tiempo se acortaba, pero nunca imaginé que ya solo nos quedaban dos meses exactos para volver al hospital del IESS, a otra sala (no sé si también era helada, no lo recuerdo), a ver pasar con dolor el tiempo hasta que llegase el momento de las últimas veces: la última vez que te tomé la mano, la última vez que te hicimos "sánduche de mamita" (como todas las noches desde que fue necesario ayudarte a prepararte y preparar la cama para dormir), la última vez que te dije algo al oído (y no sé qué fue, no logro recordarlo), la última vez que vi tus ojitos abiertos (aunque decían que ya no me veías), pero también fue la última vez que sentiste que tu cuerpo no te respondía y que no te alcanzaba el aire, y eso un poco me alivia.

Por supuesto que daría todo por tener un abrazo tuyo el jueves, tu cumpleaños de mamá y mi cumpleaños de hija, pero no te merecías la crueldad de la agonía que se describe al hablar de tu enfermedad, así que me aferro con todo el amor que en mí sembraste a ese 26 de septiembre, cuando nos quedamos un rato solitas y me acosté junto a ti en la cama, extendiste tus brazos para abrazarme y, mientras me acurrucaba a tu lado, me dijiste "mi bebé", y yo te respondí: "sí, soy tu bebé, mamita".