2021/12/28

tiempo despiadado

En un poco más de una hora (a la 01:31) se cumplen tres meses desde que mi mami dejó su cuerpo y un agujero enorme en mi alma. En algo así como tres días se termina el peor de los años de mi vida.

Y nada, mientras relojes y calendarios no paran, yo sigo sin creer que tanto haya podido pasar en un lapso tan corto; sigo sin entender cuál es el sentido de existir y amar profundamente a algunas personas para luego perderlas en el más cruel de los parasiempre.

Mentiría si dijese que no estoy un poco mejor que hace unas semanas, también mentiría si dijese que estoy un poco mejor que hace unas semanas: solo tengo claro que llevo conmigo una tristeza camaleónica que quizá desde afuera parezca despiste, enfado, pereza, egoísmo, indiferencia, incluso una suerte de optimismo o algo así. Y pesa, pesa mucho esa tristeza, pero siento que se vuelve más ligera por instantes, cuando recibo abrazos de la gente que quiero y me quiere (la dichosa covid no deja que todos esos abrazos sean físicos, pero los de alma cuentan más), o cuando logro no pensar en nada que duela.

Que solo existe el presente, dicen, que no existen pasado ni futuro, pero no es así para mí; el pasado se queda conmigo porque es ahí donde están mis momentos felices (sí, también hay cosas negativas por ahí, pero escojo no darles protagonismo) y mantengo al futuro como la posibilidad de reencontrarme con trozos de felicidad (si algo me parece cierto es que no hay felicidad completa). 

Por ahora, en este presente que quisiera no existiese, se me olvida casi todo lo práctico, lo cotidiano, pero a cambio recuerdo mucho a mi mami: en la huerta, en su cuarto, en la cocina, en la terraza, sonriendo, conversando, tejiendo, con mi papi, con sus hermanos, con sus amigos, con mis hermanas, conmigo acurrucada en sus brazos y sintiendo que solo ahí estaba a salvo de todo lo que me hacía daño… Por ahora recuerdo que en los días en que la enfermedad avanzaba sin compasión, yo me repetía "un día a la vez" y me aferraba a sus manos, y trato de buscar una forma de aplicarlo ahora, pero ya sin ella, sin un motivo para hacer cualquier payasada con tal de hacerla reír. No hallo otra forma de transitar este tiempo despidadado.

2021/12/13

Día de lluvia

Hoy desperté llorando, con una sensación de angustia, de tristeza profunda, y sé que fue por mi sueño, pero no recuerdo qué soñé… Hoy (que en términos estrictos ya es ayer) llovió todo el día y también yo llovía mientras me alistaba para salir a almorzar y pasar la tarde con algunos de mis amigos más queridos: escampé un ratito (gracias a los cinco). Hoy terminé el día viendo una serie en la que uno de los personajes se despide de su mamá en el hospital y, a la par, seguí lloviendo porque viví esa escena, porque mucha gente no pudo vivirla por esta peste que no acaba, porque quisiera que el motivo por el que lloro fuese solo un sueño.

Aunque dicen quienes saben de astros que el que me rige es el Sol, suelo llevarme bien con el frío, con la llovizna y con la niebla; el problema es que si llevo las nubes por dentro, me cuesta mucho hallar fuerza para abrir los ojos, levantarme de la cama, vestir algo que no sea pijama, sonreír no solo con los labios, hablar. Hoy desperté llorando, nublada, lloviendo, extrañando como loca a mi paraguas, mi parasol, mi abrigo, mi alma; hoy –como siempre, pero un poquito más– extraño a mi mamá.

Y sí, sé que es un proceso, que este dolor no pasará nunca pero se irá transformando, por eso me permito llover, escribir sobre la lluvia para llorar más, porque si lluevo con letras y lágrimas tal vez las nubes pasen, tal vez la niebla me deje ver más allá y pueda recordar que este hoy ya es ayer, que mañana ya está aquí y no hay tormenta que me pueda, porque aunque me rompa y me desarme, mañana-hoy-siempre (con lluvia, sol, viento o niebla) llevo conmigo siempre a mi mamina adorada.

Hoy ya es mañana y va pasando la tormenta, cosa buena porque sea cual sea el clima hay que trabajar.



Gracias, ma.

2021/12/02

Sobre el derecho a la ira

Tengo muchas cosas dando vueltas en mi cabeza y cada tanto necesito escribir sobre ellas (a manera de terapia, creo). Esta vez le tocó el turno de pasar bajo mi lupa-pluma a una emoción que no sé si a alguien le sea ajena: la ira y sus derivados (llámense resentimiento, agresividad, injusticia, crueldad; en suma, autodestrucción lenta y constante). Todos nos sentimos en algún momento molestos (con respecto a un hecho, a una persona, a un grupo de gente, al mundo) y ese malestar tiene que manifestarse de alguna forma. Si nos interesase ser justos, las consecuencias de la ira deberían recaer solo sobre su causa, ¿cierto?, pero no siempre es así; de ahí que me pregunto qué pasa cuando trasladamos el enojo que sentimos por algo o alguien a otras personas. A saber: multiplicamos la ira y el daño que nos causa, podemos dañar también a esos terceros (si es que se enteran, porque generalmente los sentimientos negativos se quedan en nosotros mismos y rebotan sin cesar sobre nuestra alma). Y no es que esté mal sentir rabia, furia, fastidio, ira; tenemos el derecho y, a veces, la necesidad de experimentar todas esas emociones, el tema es que construir (o destruir) relaciones a partir de ellas no va a resolver las causas. 

Sí, es más "fácil" pelear contra el mundo que mirar hacia adentro y luchar contra los fantasmas que nos habitan hasta derrotarlos; es más "fácil" golpear (en sentido figurado, aunque a veces también los golpes son físicos) a quienes más nos quieren porque creemos que deben aguantar nuestra furia, o a quienes ni siquiera conocemos, porque sí; es más "fácil" refugiarnos en quienes nos conocen menos y lograr que se sumen no a nosotros sino al desprecio que lanzamos contra quienes nos han dañado e incluso contra quienes acusamos sin razón. Es más fácil, siempre, hallar errores en los demás y –de paso– adjudicarles los nuestros, en lugar de procurar algo de objetividad si no de empatía con los otros y con nosotros mismos (es que a veces la supuesta fortaleza, el aparente amor propio no son más que máscaras, intentos de ocultar nuestra esencia, porque la ira también nos hace detestarla a ella).

Y bueno, nada, esto solo es una reflexión "en voz alta" que surge a partir de un autoexamen, de un intento de evaluar mi proceso de duelo y de la observación de mi entorno (sí, también del inmediato, pero sobre todo del gran colectivo al que llamamos "sociedad"): el dolor, el miedo, la incertidumbre, la angustia, la ansiedad muchas veces se transforman en ira, quizá porque preferimos fruncir el ceño y construir (o ampliar) muros en lugar de enfrentar y asumir nuestra propia fragilidad; es que tal vez creamos que así nos protegemos o que "ganamos", pero a mí me parece que solo pierde y se pierde a sí mismo quien levanta más la voz, quien es más sarcástico, quien distribuye culpas gratuitamente, quien busca molestar e incluso lastimar.

2021/10/28

Un mes sin mi mamina

Los días pasan, no la tristeza. Hace un mes la última esperanza de que todo fuese una pesadilla se esfumó, hace un mes vivimos con la ausencia física de mi mami, hace un mes tratamos de aprender a seguir sin ella.

En algún momento de mi adolescencia tuve un sueño muy extraño, vi en él lo que interpreté como el apocalipsis, desde entonces le pedí muchas veces a Dios que estuviéramos los cinco juntos si alguna gran tragedia sucediese. Cuando empezó la pandemia y la cuarentena en marzo de 2020, pensé que esa era la mayor desgracia que podía suceder, pero estábamos los cinco y eso lo agradecí; luego, el 20 de enero de este año, entendí que algo peor nos estaba pasando: fue entonces cuando recibimos el diagnóstico de mi mami, ese golpe nos rompió a todos, pero estábamos juntos; ¿podía haber algo que nos lastimase más? Sí, y eso pasó el martes 28 de septiembre a la 01:31.

La gente sabia dice que ante los problemas y los dolores debemos dejar de buscar el porqué y tratar de hallar el para qué; yo, que no soy sabia, sigo preguntándome ambas cosas… Quizá las respuestas lleguen en algún momento, mientras tanto busco en el remolino de mi cabeza y mi corazón razones para agradecer a pesar de todo y encuentro pequeños milagros que nos fueron concedidos en medio de todo este caos.

Desde que supimos que mi mami padecía ELA, oramos con todas nuestras fuerzas para que el resto de su vida transcurriese en condiciones dignas, sin todo el sufrimiento que una enfermedad así conlleva; Dios nos concedió la gracia de que su final llegase antes de tener que recurrir a procedimientos y situaciones que hubiesen sido mucho más crueles para ella y también para nosotros. La segunda bendición es que pudimos estar los cinco juntos en el último instante: ese dolor inmenso hubiera sido aún mayor si alguno de nosotros hubiese faltado. Y hay un tercer motivo para agradecer: todo el amor que hemos recibido en este, el peor momento de nuestras vidas.

En nombre de mi papi, mis hermanas y el mío, quiero decirles a los tíos, a los primos, a los amigos de mis papis, a los amigos de mis hermanas, a mis amigos y a todas las personas que han estado presentes física o virtualmente en este proceso: gracias, gracias por cada palabra de aliento que nos dieron quienes supieron de la enfermedad de mi mami, gracias por los abrazos con que nos han sostenido luego de su partida, gracias por los mensajes, las golosinas, las flores y todos los mimos con los que han tratado de hacernos sentir mejor; gracias por las palabras cálidas y también por la cariñosa distancia y el respetuoso silencio que nos han concedido cuando han percibido que necesitábamos estar solo los cuatro o incluso cuando cada uno de nosotros ha necesitado aislarse un ratito; gracias de todo corazón por su presencia a lo largo de este mes, pero sobre todo gracias por el amor que le expresaron de múltiples formas a mi mamita cuando estaba físicamente, si alguien merecía tanto y más, era ella.


2021/10/20

Una semana, un día y doce horas

 Un día a la vez. Hace tres semanas, un día y doce horas me permito llorar siempre, un poquito, mucho, en silencio, sola, acompañada, en mi cuarto, en la terraza, en la sala, en la cocina, en el limbo. Un día a la vez. Me hago bolita, abrazo ropa, beso objetos, palabras, fotos, la mano que imagino sosteniendo la mía. Un día a la vez. Entiendo que esto es real, me enojo y creo que no puede haber sucedido, agradezco porque el dolor no se extendió, le reclamo a la vida los diez o hasta veinte años que siento que me robó. Un día a la vez. No sé cómo ayudar, no sé ni siquiera cómo lidiar con mi propio dolor, no quiero que me consuelen más, quiero que el mundo entero me abrace y me dé alivio. Un día a la vez, quisiera recoger sus cosas y compartirlas (como sé que habría querido), no quiero que nadie toque nada, que cada huella suya permanezca intacta, en su sitio. Un día a la vez. Me niego a ir a donde sé que ella no está, quiero ir a cada lugar que amó o que le podría haber gustado, Un día a la vez de lidiar con mi cabeza tan llena de recuerdos y de pensamientos tan lógicos que me resultan ilógicos para este momento. Un día a la vez, que no sabremos si habrá luego.

2021/10/10

Mi derecho a la tristeza

Aunque hubiese intentado llevar la cuenta, no sabría cuántas veces me han dicho que sea fuerte, en ocasiones incluso de forma imperativa: "Tienes que ser fuerte"; tampoco puedo calcular cuántas veces yo misma me lo he dicho mientras aprieto la mandíbula, los puños, los lagrimales y el alma. ¿Tengo que ser fuerte? Ok, entonces que me digan también cómo lograrlo. Y debo decir que valoro las palabras de consuelo, la empatía honesta, pero no "tengo que" ni "debo" enfrentar el dolor más grande de mi vida según lo que el resto del mundo demanda de mí.

Nadie es igual, cada ser tiene formas distintas de vivir y comunicar sus emociones, y a mí no me alcanzan la mente, el cuerpo ni el alma para transitar la tristeza infinita de ya no tener físicamente a mi mamita. Me duelen la panza, la cabeza, la rodilla izquierda, la espalda, tengo náusea, tos y un agotamiento físico que aunque duerma mucho no se me pasa; tengo momentos de aparente tranquilidad, a veces estoy de mal humor, a veces enmudezco, estoy sin estar, a veces me río o logro distraerme, pero ante detalles pequeños (palabras, objetos, situaciones, recuerdos) no puedo evitar llorar. Y sí, soy la hija y la hermana mayor, soy la sobrina de tíos amorosos que están sufriendo mucho, soy la man que toda la vida evitó llorar en público por cosas importantes (aprovecho películas, noticias tristes o videos tiernos para hacerlo sin delatar mis emociones por causas más profundas, más mías), pero nada de eso implica que en mí exista esa fortaleza obligada de la que tanto me hablan.

Tengo derecho a estar triste, mundo, tengo derecho a expresar mi tristeza de la forma en que necesite o pueda hacerlo, claro que quisiera ser la mitad de valiente o la mitad de fuerte de lo que fue mi mami, pero lamentablemente no es así; aunque pocas veces lo demuestre, soy mucho más vulnerable de lo que quisiera, me cuesta mucho enfrentar esta realidad-pesadilla, agradezco pero a la vez empiezo a sentirme fastidiada por los consejos o por los discursos hechos de personas a las que apenas conozco (las palabras amorosas de quienes sí me conocen y quieren, y/o de quienes sí apreciaban de verdad a mi mamita las valoro con el alma, aunque por momentos también me aturden)… Estoy tratando de mantenerme en pie (metafórica y literalmente, pues me levanto cada día aunque solo quisiera quedarme hecha bolita en la cama), pero desde hace algo más de un año la vida mía y de mi familia ha sido una tormenta, y lo peor de toda esta tempestad es que ya no puedo refugiarme en los brazos de mi mamina adorada.


2021/10/01

Mamina de mi alma

Mi mami puso en mis manos la primera novela que leí: Corazón, de Edmundo de Amicis, y no solo eso, sino que halló la forma de despertar en mí la curiosidad necesaria para leerla sin sentir que fuese una obligación (si no recuerdo mal, fue en la vacaciones luego de tercer grado, me dijo que los niños de esa historia tenían mi edad y que ella también la leyó cuando era niña). A los 15 años, más o menos, me presentó otro libro, confesándome que a ella su lectura se le hizo pesada, pero que tenía la esperanza de que yo lo disfrutara y es así como dio paso a mi primer encuentro con una de mis obras favoritas para siempre: Cien años de soledad. Y sí, mi mundo laboral se centra en los libros, mi alma muchas veces se sostiene con ellos, pero esto que les cuento no fue el principal legado materno que recibí.

Mi mamina preciosa nos regaló a mis hermanas y a mí, también a mi papi, claro, lo mejor que podía darnos: un amor profundo a toda prueba y el ejemplo diario de lo que significa ser un hermoso ser humano. Aprendimos sobre generosidad no con discursos, lo hicimos cada vez que la vimos compartir con sus hermanos, con nosotros cuatro, con sus cuñados y sobrinos, con amigos, con compañeros de trabajo, con nuestra señora Jenny, con inquilinos y con desconocidos desde golosinas hasta productos de primera necesidad, ropa, juguetes o dinero. Nos enseñó a ser empáticos y solidarios siéndolo ella cuando con amor se volvía pilar inquebrantable si alguien a su alrededor sentía que empezaba a desmoronarse. Nos demostró que para tener buenos amigos hay que serlo (gracias por tanto amor para mis papitos y por sus abrazos siempre cariñosos para nosotras tres, queridos Magui, Santi, Lucho, Cheli, Pili, Edwin, Gladys, Michita). 

En estas líneas hablo de mi madre, pero no miento ni exagero: fue una mujer íntegra, leal, honesta, responsable, generosa, valiente, inteligente, con un carácter firme pero cálido. Mi mamita fue una gran mujer y si mis hermanas y yo alcanzamos a ser la mitad de lo que fue ella creo que podremos sentirnos orgullosas.

Y acá viene lo más duro: la despedida. Debo decir que el martes, cuando nos fuimos en la noche de la funeraria, algo en el alma me dijo que no estábamos dejando a mi mamita, que esa caja en la que el miércoles la sepultamos no la contiene a ella, que no hay espacio que pueda encerrar un alma tan grande y luminosa. La Colombia, Colombi, Colombina, señora Colombita, ñaña, amor, mami, mamita preciosa, mamina está en mi alma para siempre, está en la Anita, en la Paty, está en mi papito, en mis tíos y primos, en sus amigos, en cada persona que la conoció, en nuestra casita, en su amado San Antonio, en Guayllabamba, en sus plantitas, en el aire y en el cielo. Ya despedimos a ese cuerpo amado, y duele profundamente no poder sostener sus manitas o acurrucarnos entre sus brazos, duele no escuchar más su voz hermosa o no ver los gestos con los que en los últimos meses se comunicó, duele saber que ya no volverá a escribir mensajes en su libretita (gracias, Verito, por regalársela cuando empezaban a escaparse las palabras de sus labios, fue el regalo más dulce que le pudiste haber hecho a ella y a nosotros); pero es solo su cuerpo el que ya no está: no nos despedimos de mi mamita porque sé que no habrá instante en que estemos sin ella.


Descansa en paz, mamita preciosa, mamita de mi alma, tus cuatro amores estaremos bien con tu bendición.

2021/08/05

Para no despertar demonios, los despierto

 Hoy pienso en los que no están, no hablo en términos metafísicos, en los que se fueron abiertamente y en los que dicen cada tanto "estoy, siempre estoy" y mienten. Hoy pienso en las veces que yo misma me fui, de mí, de los otros, y en las veces que no he podido irme por más que lo he necesitado angustiosamente.

Estoy parada en un camino que parece no tener salida, no puedo retroceder, no debo, avanzar es algo que no recuerdo cómo hacer, pero no hace falta: este camino es una banda de aeropuerto, me lleva sin que yo haga más que respirar (y con dificultad, a veces contra mi voluntad). Estoy parada quietecita, como para no despertar a los demonios, pero la vida me sacude con violencia, quiere que grite con todas mis fuerzas y yo tengo los labios sellados.

Hoy pienso en los que no están, en los que quisiera estén pero no están. Hoy pienso en mi ausencia constante, en mis huidas, en mis torpes intentos de regreso. Hoy pienso en las voces que me aturden desde sus silencios, en el silencio mío que dice tanto aunque nadie más pueda entenderlo.

Estoy parada en la banda de aeropuerto y mis piernas no resisten más. Estoy cansada, quiero dejarme caer, quiero hacerme bolita y sellar también mis ojos y oídos por un momento. Quiero dejarme caer pero mis piernas cansadas son también necias: ni siquiera se doblan un poco, no se mueven, no se separan la una de la otra y ninguna del suelo.

Hoy entiendo que el camino está, que estoy conmigo, que quienes están cuentan, que las ausencias son crédito a favor. Hoy entiendo, siempre entiendo, pero no me sirve de mucho hacerlo, porque pienso en los que no están y me quedo parada en este camino-banda de aeropuerto.

2021/08/03

Las potentes letras de Ampuero

Muchas veces se ha dicho que los libros son puertas, lo que nadie puede asegurar es qué hallaremos detrás de ellas. En mi momento actual, tengo la sensibilidad a flor de piel (insisto con los lugares comunes, lo sé, pero mi imaginación tiene patitas cortas en estos días, pasa lo mismo con mi léxico), así que tenía una disyuntiva respecto a un libro del que había leído muy buenos comentarios, pero siempre enfatizando en su dureza, pues me atraía enormemente y –a la par– me preocupaba la posibilidad de que un texto así pudiese roer más mi ánimo. Más pudo la atracción: hace poco terminé de leer Sacrificios humanos, de María Fernanda Ampuero, y fue una gran decisión.

No es fácil escribir cuentos, a veces tampoco es sencillo leerlos, es que requieren condensar todo y, paradójicamente, expandir todo tanto como se pueda. ¿Qué implican esos dos "todo" a los que me refiero? En el primer caso, se incluyen acciones, personajes, escenarios, tiempos, en fin: los recursos técnicos. El segundo todo se centra en las emociones, la capacidad de transmitir ideas y sensaciones, así como de conmover de tal forma al lector para que genere las suyas (que, como es sabido, no siempre coinciden con las del autor). No es fácil, Ampuero lo logra de forma impecable.

Cuando se trata de creaciones estéticas humanas, hay quienes hacen una división: artistas y escritores, suelen decir, pero esa división no cabe cuando en un libro se pinta, se compone, se entona, se esculpe, se crea y recrea tanto como en cualquier otra arte, ¿cómo?, entre varios otros recursos, por medio de imágenes (en el amplio sentido de la sensorialidad, es decir, imágenes literarias) dibujadas con palabras. María Fernanda es una artista y su más reciente obra es arte, sin duda. Solo una artista como ella es capaz de elevar el espanto a lo estético, lo brutal a lo bello, y de generar reacciones físicas en quien lee su obra: respiración acelerada, ojos abiertos al máximo, mano a la boca para tratar de contener la expresión de sorpresa.

Y como todo gran libro, en este también se nota la mano de su editor (o editora, lamentablemente su nombre no consta, por eso tampoco yo lo menciono): el orden de los cuentos, por mencionar un detalle, es un gran acierto. "Biografía" abre un conjunto de doce que se cierra con "Freaks": dos historias potentes, la primera causa la necesidad de cerrar el libro para hacer una pausa, respirar profundo e ir por más; la segunda es un final indiscutible, el cierre perfecto para este puñado de sacrificios humanos, pues delinea en medio de la tragedia de sus personajes su salvación.

¿Disfruté igual de todos los cuentos? Casi. Uno me gustó un poco menos, pero no porque encuentre en él  una calidad distinta, sino porque quizá interpreté mal el final y para mí son muy importantes los finales de cuentos y novelas. ¿Algún cuento me gustó más que los otros?, difícil decir que sí, porque disfruté mucho de toda la obra, así que aquí podría mencionar once títulos, pero ya que antes me referí brevemente a dos, acá voy a sumar uno, "Pietà", y le agregaré la transcripción de una anotación que hice al terminarlo de leer: "hi-jue (el final: hi-jue)", así de coloquial, así de espontáneo, así de necesario fue sintetizar lo que me produjo esa historia que, para mí, logró su clímax en el cierre.

Los gustos literarios, al igual que todos los demás, son muy personales, pero me atrevo a recomendar universalmente la lectura de Sacrificios humanos, y de paso planeo mi próxima adquisición literaria: Pelea de gallos, es que me quedé con ganas de más.



2021/07/23

Lectura recomendada para brujes buenes 😉

 Julio de 2021: han pasado algo más de dieciséis meses desde que empezó esta pesadilla colectiva a la que llamamos pandemia; en estos días eternos me sucedieron muchas cosas, aunque no pierda la costumbre de contestar "nada" cuando alguien pregunta qué me pasa, algunas han sido buenas y muy oportunas, como mi reencuentro con la lectura-por-placer (que de la lectura-por-trabajo no me he desvinculado del todo, por suerte). En este ir y venir por páginas nuevas me he encontrado con mujeres maravillosas a las que había omitido parcial o totalmente de mis estantes y de mis lecturas; cosa curiosa –para mí– es que todas ellas han llegado por azar a mi camino "inpandemia". Me explico mejor: muchos de los libros que tengo los compré o los recibí como regalo hace tres, seis o más años y la mayoría son obras creadas por hombres (cosa del azar también, pues cuando adquiero un libro me guío más por la intuición que por otra cosa y le doy prioridad a los paratextos antes que al género del autor), pero la mayoría de los títulos que han llamado mi atención de octubre 2020 para acá han resultado ser escritos por mujeres.

Con Mujeres del alma mía el encuentro también fue casual: fui a la librería para buscar un regalo, no planeaba comprar nada para mí, pero en un arrebato me lo traje (como hice hace uno o dos meses con un par de libros más) y lo empecé a leer sin siquiera haber ojeado la contraportada o las solapas. No sé si agradecerle a la casualidad, a la buena fortuna o a MrBooks por tener este libro, así que gracias a quien corresponda.

He leído pocas obras de ficción de Isabel Allende y me han gustado especialmente dos: La casa de los espíritus e Inés del alma mía. Ahora siento que me he conectado profundamente con la Isabel-autora y con la Isabel-mujer. El feminismo es un tema complejo para muchos, pero para ella y para mí es algo más simple, es una forma de vida; si bien este es el punto de partida del texto (ya leí la contraportada), creo que a mí me condujo a temas aún más cercanos para mi realidad actual.

Isabel tiene una edad cercana a la de mi mami y una cosmovisión similar a la mía. Dicho de otro forma, en cada página de este libro he contado con la perspectiva de tres mujeres: la escritora, mi mamá y yo. Creo que he logrado ponerme en los zapatos de quien ha vivido algunas décadas más y circunstancias que ya no estaban cuando empecé a intentar entender el mundo; creo que también he podido hallar trozos de espejo en varios fragmentos y eso es algo que me viene muy bien siempre. 

Y más allá de la carga emocional que le he dado a esta lectura, también creo que la valoro como un instrumento-argumento para afianzar muchas ideas o conceptos que rondan esta cambiante época. Allende se refiere, entre otros temas relacionados, al origen, presencia y trascendencia del lenguaje inclusivo (tema que causa escozor en las pieles de quienes se niegan a aceptar cualquier asunto que no conste un manual); dice algo con lo que concuerdo plenamente: "El lenguaje es muy importante porque suele determinar la forma en que pensamos. Las palabras son poderosas". No solo se ocupa del lenguaje por ser su herramienta de trabajo, lo hace por ser parte de esa cultura que evoluciona irrefrenablemente; es que Isabel podrá rondar los 80, pero está más actualizada que muchas personas de 20, 30 o 40 años, ¿por qué?, porque le importa la gente, porque escucha a sus nietos y sabe que "aceptamos automáticamente ser puestos en categorías de género, raza, edad, etc., pero muchos jóvenes están desafiando esas divisiones", porque ellos tienen claro que las etiquetas solo excluyen y restan.

En el transcurso de mi lectura hice varias anotaciones al margen, algunos dibujos y subrayé muchas ideas, ese es para mí el parámetro de cuánto me ayudó a descubrir o fortalecer el texto (parámetro para este libro, hay otros que he disfrutado mucho y apenas los he rayado), es que no necesita un centenar más de páginas para reflexionar sobre la sexualidad y la independencia femenina o sobre la migración, la solidaridad y la sororidad (término que jamás usa, pero que está presente en varios fragmentos). Temas todos ligados con el central (el feminismo), temas todos importantes, actuales, urgentes.

Tan fresco es este libro que no deja afuera a la covid-19 y los estragos que ha causado, pero lejos de tener una visión pesimista al respecto, concluye la obra con un párrafo esperanzador al que apenas yo logré contestar (como anotación final en tinta verde) "Ojalá, Isabel, ojalá".

2021/06/28

La novela de Leonora

 La trompetilla acústica pudo ser una historia realista sobre una mujer de 99 años abandonada por su familia en una residencia para ancianas; pudo serlo, pero no. La genial Leonora Carrington no solo pintó mundos surreales, también los escribió y este es el caso.

Entre la juventud de su espíritu y las ocurrencias de su amiga Carmela, Marion Leatherby pasa los días en el cuarto de atrás de la casa de su nieto. Si bien no recibe muestras de afecto por parte de su familia, e incluso es maltratada por su bisnieto, ella se mantiene firme con la ilusión de regresar a Laponia y ocupa su tiempo en múltiples quehaceres, como cuidar de sus gatos, alimentar a la gallina colorada o visitar a Carmela para escuchar las cartas en las que cuenta a destinatarios desconocidos lo que su imaginación le dicta. Nada poco usual, como tampoco lo es el hecho de que fuese casi sorda, razón por la que su amiga le regala una trompetilla acústica.

Dado que el nombre de la novela coincide con el del aparato que Marion usa para escuchar, parecería que la trama se desarrolla a partir de ese aparato, pero en realidad la narración no obedece a ningún estándar, pues ya se ha dicho que su estilo corresponde al mismo que desarrollo Leonora como pintora: el surrealismo. No es mi intención "espoilear" el contenido del texto, por lo tanto solo diré que la fantasía va creciendo conforme avanza la lectura, llegando a un final que bien podría haberse resuelto como un sueño de la protagonista o quizá una alucinación, producto de algún caramelo o bebida de los que acostumbraba a brindarle Carmela, pero no: parte del encanto de lo surreal es que no requiere de la lógica ni de ningún patrón que pueda acomodarse a las expectativas tradicionales de cualquier lector.

En este punto debo comentar que conocí a Leonora Carrington como personaje antes que como pintora y escritora. La lectura que hice a finales del año pasado de la biografía novelada Leonora, de Elena Poniatowska, me dejó absolutamente encantada con ese ser que conjugaba sensibilidad, creatividad, talento, valentía e inteligencia; a partir de ese libro exploré –vía internet, que es lo que ahora tengo al alcance– algunos de sus cuadros, supe que hay en México un museo dedicado a ella-pintora y decidí que tenía que leer su narrativa (y en versión impresa, que es con lo que me siento cómoda). Empecé entonces mi búsqueda en las páginas web de librerías locales: la Rayuela tenía un ejemplar de una de sus obras (que yo asumí era un conjunto de cuentos, no sé por qué) y eso bastó para que vaya por el volumen editado por Fondo de Cultura Económica; la primera sorpresa fue que el libro incluye láminas de ocho de sus cuadros, la segunda fue que se trataba en realidad de una novela.

Y bueno, con lo comentado en el párrafo anterior, queda claro que empecé mi lectura un gran prejuicio: si Leonora era la autora, ya amaba la obra. Muy lejos no estuve, pues confieso que me fascinaron Marion y Carmela, disfruté cada uno de sus diálogos, sus pensamientos y ocurrencias. Cuando en la novela se insertó otra narración, no estaba segura de hacia dónde se dirigiría todo, pero también disfruté de los detalles mítico-legendarios, así como de la avidez de Marion como lectora (aunque aquí hallé una pequeña inconsistencia, pero no creo que sea relevante, sobre todo porque bien podría tratarse de una omisión en la traducción) y de su postura crítica-feminista ante la historia que había llegado a sus manos.

Si bien en la novela todo tiene un porqué, pues el surrealismo evidencia "la razón de la sinrazón", admito que este estilo me es más familiar en la poesía, por tanto en un momento pensé que ya todo era muy disparatado, pero el retomar algunos párrafos de las primeras páginas le devolvió la paz a mi estructurada (?) alma de lectora y aprendiz de editora. Debo decir, además, que en la helada noche de pandemia en que escribo esto, voy encontrando aciertos en la clarividencia de la escritora que se presenta en la novela por medio de distintos tipos de voz narrativa.

¿Recomiendo la lectura de La trompetilla acústica? La recomiendo tanto como Leonora, pues son especialmente coloridas las letras concebidas entre las pinceladas de una mujer-bruja (en la más bella de las concepciones), y quien piense que magnifico a la autora sin mayores argumentos, que no me crea a mí, pero sí a don Octavio*: "Leonora Carrington no era una poeta sino un poema que camina, que sonríe, que de repente abre una sonrisa que se convierte en un pájaro, después en pescado y desaparece".


–––––––––
*Paz, don Octavio Paz

2021/06/13

Dos dos puntos, lo sé, pero es lo que pinta

"Tengo ganas de escribir", me dije, así que nada, agarré la compu y me vine directo al blog e hice clic en la pestaña "Crear nueva entrada". Bueno, para no darle más vueltas al asunto, resumiré la experiencia de manera tan real –que no retórica, palabra de palabrista– como descendente: cuatro inicios de párrafo, tres temas distintos, dos líneas mal logradas en cada caso, una conclusión muy clara: para escribir no alcanza con las ganas.

2021/06/07

Que quiera caminar un poquito o salir a pasear en el auto, que coma todo su almuerzo, que no se atore con el té de la noche, que sonría y que me abrace: eso es un buen día para mí, si a eso le puedo sumar que no me duela la cabeza, no pensar mucho y no tener ganas de llorar o discutir por cualquier cosa, ¡gran día!

2021/06/05

Me lío y me deslío

Ayer estaba muy sensible, con una tristeza de esas que no tienen motivo (bueno, en mi caso sí que hay un motivo, pero es algo permanente que trato de que tenga menos protagonismo que las cosas buenas), no me hallaba y lo único que pude hacer para tratar de equilibrar mis emociones fue echarme de panza en la terraza para leer un poco. Había sol y también viento, volaba mi pelo como las páginas de mi libro, así que en un intento por ver el caos de lo que fue un intento de peinado (intento nomás, no me llevo muy bien con esas artes embellecedoras), agarré mi celu, puse la cámara en modo selfie, y ya en ese punto "clic". Me quedé un buen rato mirando mi foto (me gusta más tomar fotos que aparecer en ellas), vi ojeras, vi un intento de sonreír, vi una especie de ira y de tristeza en los ojos (ya me habían dicho que tengo la mirada triste), vi que mi piel está triste también, vi que necesitaba ver todo eso y que si estaba peinada o no era lo de menos. ¿Qué hice entonces? Subí la foto a los tales estados de WhatsApp.

"Dichosa tú que puedes despeinarte y tomar el sol", me escribió una amiga a la que no veo desde hace muchísmo antes de que empiece la pandemia; le respondí cualquier cosa (en buen plan), pero me quedé con esa frase, con su interpretación de mi autofoto y su necesidad de comunicármela… Dichosa yo, sí, a veces, no tanto en los últimos meses y especialmente no ayer desde la madrugada hasta el final de la tarde; puedo despeinarme y tomar el sol, sí, todas podemos, todos, ¿por qué no hacerlo?, ¿qué le impide a mi amiga darse esos "lujos" y exponer que yo –sí– puedo? Quizá si le preguntase (no voy a hacerlo, creo que no tiene mucho sentido porque yo sola me engancho con cosas que para el resto carecen de importancia), me diría que no tiene tiempo, porque trabaja en línea, porque tiene un hijo universitario y otro de primaria, porque imagino que ella se encarga de la mayor parte del trabajo relacionado con su casa y su familia, porque creo que cuida de su papá, porque su esposo también le demanda atención…, mientras que yo soy la no-oveja del que solía ser nuestro grupo de amigas del colegio (éramos físicas, solo yo me desvié del camino de los números y terminé siendo literata), la freelance, la que ni siquiera sabe cómo usar un secador de pelo…

Y en este punto, luego de imaginar hacia dónde podrían dirigirse las respuestas a una también imaginaria pregunta, entiendo que lo que al principio interpreté como un posible prejuicio (imaginario, una vez más, porque yo me hice esa novela solita), me doy cuenta de que lo que en realidad me dejó con ganas de ahondar en un mensaje tan simple es todo el mambo que tengo yo en la cabeza y la cantidad de ideas y emociones opuestas que llevo dentro últimamente. Me hizo ruido que mi amiga de la adolescencia notara mi pelo alborotado pero no la expresión de mi cara, me dejó un sabor extraño que ese comentario viniera de la única con la que mantengo contacto frecuente (aunque sea solo virtualmente) de mis panas de secundaria, una de las más cariñosas, una de las que me sostuvieron con infinita delicadeza y respeto durante una crisis feroz, una de las que trató de evitar que yo me alejara. Creo que ayer, si ella me preguntaba qué me pasaba, seguramente le habría contado todo, porque ayer era uno de esos días extraños en los que necesito que nadie me diga nada y, a la par, que alguien me abrace muy fuerte o al menos me escuche hasta que se me acaben las palabras.

En fin, lo bueno de hacerme lío sola es que sola debo hallar la forma de desliarme, y en ese proceso dejo de pensar por un rato en eso que me impulsa a meterme en mi caparazón hasta recordar que si otros no se pueden dar el lujo de tomar el sol, yo no puedo darme el lujo de estar muy sensible y experimentar a mis anchas una de esas emociones "que no tienen motivo"… 

2021/05/23

Aunque en unos meses podamos ir y vayamos al lugar que habíamos planeado visitar en 2020, ese será el viaje que ya nunca haremos.

Circunloquio que quizá debería incinerar

Es de fuego el sol que derritió las alas del atrevido Ícaro, y son los libros alas que nos condenan a volar con la necedad de quien quiere escapar de un laberinto que no es sino solo un pasillo de otro que es un pasillo de otro que en otro laberinto está… ¿Es, entonces, Montag una versión futurista de Ícaro? No. Montag es solo un habitante del laberinto que creyó hallar la salida sin llegar siquiera a descubrirse a sí mismo; apenas empezó a andar, apenas logró acercarse a una grieta en el cubo que creía el mundo, apenas entendió que el mismo fuego que derrite alas sirve para iluminar el instante último de una ciudad que ya no logra existir más.

Mi más reciente lectura fue, por si aún queda alguna duda, la famosa novela de Ray Bradbury Fahrenheit 451, y nada, me enganchó desde la primera línea, identifiqué en la ficción un espejo de la circunstancia general que nos atraviesa como sociedad distópica, me pareció poética la intención de rescatar de entre las cenizas a las páginas que pueden ser antídoto contra el embobamiento que nos agrupa en manadas fáciles de controlar y de destruir, me dejó un sabor agridulce con su final (es que me supo a una suerte de moraleja macerada en una conclusión demasiado abierta, demasiado amplia por la incursión de nuevos personajes cuya función parece apenas empezar cuando ya todo acaba), pero –este "pero" creo que es la causa del "y nada" que precede a la enumeración en curso– no me dejó citas a manera de huellas especialmente memorables para acompañar este capítulo de mi ejercicio "in-pandémico"* de registrar las sensaciones que me van produciendo los libros con los que intento descansar de la realidad. No obstante, quiero dejar claro que si bien no tengo la intención de memorizar esta historia, tampoco pretendo condenar al incinerador las 180 páginas que la conforman,  así que trataré de explicarme mejor: me gustó la novela, no me encantó (como sí ha pasado con otras obras sobre las que he escrito entusiasmada en este mismo espacio), quizá más por mi falta de méritos como lectora que por falta de méritos literarios del libro, quizá solo porque antes había leído fragmentos (el primer apartado y algún diálogo entre Clarisse y Montag) que me generaron una expectativa que no alcanzó a cumplirse por el cierre que considero se podía postergar.


*He aquí un claro ejemplo de mis conflictos actuales con las palabras (por cuánto me cuesta hallarlas, concatenarlas, transmitirlas, etc.): a esta suerte de neologismo le he puesto y quitado varias veces el guion, porque es bien conocida la regla de que antes de p va m, pero el prefijo que quiero usar es in-, me niego a transformarlo en im- porque le resta sentido… En fin, da igual, pues en esta discusión conmigo misma siempre llevo las de perder.

2021/04/10

Escribir sobre escribir (a propósito de La loca de la casa)

"Para ser, tenemos que narrarnos, y en ese cuento de nosotros mismos hay muchísimo cuento: nos mentimos, nos imaginamos, nos engañamos", dice Rosa Montero en La loca de la casa (sí, recién la leí) y yo estoy de acuerdo. No soy escritora, ni siquiera me creo escritora, pero hallé en este libro no solo una ventana, sino un espejo: el proceso de escritura que ella ejerce brillante y exitosamente como oficio yo lo vivo como una herramienta para dialogar conmigo misma en mi afán de autodescubrimiento, como uno de mis tantos y torpes intentos de relacionarme con el mundo exterior y como una balsa de salvación. Ambas, con distintas motivaciones y con distintos resultados, escribimos y nos cuestionamos sobre qué, cómo, por qué y para qué escribir. Al final de cuentas, más allá de parámetros editoriales, "uno escribe siempre contra la muerte", y eso es algo que nos aúna a Rosa, a mí y a una legión de escritores y escribidores. (Me estoy comparando con una escritora, y de las más reconocidas, lo sé, pero no es por vanidad, es un ejercicio para intentar explicar/me mi relación con este libro).

La loca de la casa hoy está distraída, por eso en este punto ya no sé a dónde quería llegar con este escrito, lo que sé es que no pretendo desarrollar un texto paralelo al de Montero, tampoco quiero centrarme en mis motivaciones como escribidora (no es un error, ya he dicho que escritora no soy y aunque no lo dijese, eso está claro), pero sí quiero mencionar que me parece fascinante que se hable de las palabras con tanta pasión y con tanto saber, no desde la acumulación de conceptos, sino desde la experiencia. Es que coincido también con aquello de que para escribir "conviene seguir siendo niño en alguna parte de ti mismo. Conviene no crecer demasiado", no racionalizar un ejercicio en el que debe primar la sensibilidad (que nada tiene que ver con lo cursi, sí con lo sensorial), pues "el pensamiento racional y la conciencia del yo destrozan la creatividad, que es una fuerza que debe fluir tan libre como el agua y abrir sus propios caminos, sin que en ello intervengan ni el conocimiento ni la voluntad".

"Son mañosas las palabras, y rebeldes, y huidizas. No  les gusta ser domesticadas", por eso quienes sentimos la necesidad de jugar con ellas "escribimos en la oscuridad, sin mapas, sin brújula, sin señales reconocibles del camino. Escribir es flotar en el vacío" y es aquel vértigo el que nos atrapa para salvarnos, al menos por instantes, de la realidad. Pero esas mismas palabras –mañosas, rebeldes, huidizas– que apenas llegan a partir de la propia escritura son, además, tenaces: saben cómo colarse a borbotones en donde hacen falta, basta con recordar que "mucho antes que la escritura está la lectura"; no sé si pueda decir que en mi caso particular un libro me haya salvado –literalmente– la vida, pero sí que todas mis lecturas me han salvado de adversarios (?) más o menos tangibles, "por eso aconsejo ir siempre con un libro en la mano, porque así cuando llega la muerte y ve el libro se asoma a ver qué lees […], entonces se distrae".

Dije que no pretendía escribir un texto paralelo… Bueno, el párrafo anterior parece contradecirme, pero en realidad quiero afirmar, a partir de él, que leer a Rosa Montero en esta ocasión específica me ha salvado de una realidad que me abruma, también ha logrado despertar –aunque no del todo, como es evidente en este texto– a mi loca de la casa: en cada línea que subrayé encontré preguntas para mi yo-escribidora, respuestas también para ella, para mi yo-lectora y para mi yo-humana/mujer, así como puntos de partida para imaginar y para escribir sobre escribir, alejándome así de mi ombligo y de mis demonios… "Eso es la escritura: el esfuerzo de trascender la individualidad y la miseria humana, el ansia de unirnos con los demás en un todo, el afán de sobreponernos a la oscuridad, al dolor, al caos y a la muerte".


2021/04/06

¿Qué será de nosotros?

¿Qué será de nosotros cuando no queden más palabras, cuando ni siquiera nos quede el silencio? Los días pasan entre sustos, risas, miedo, ternura, enojos, paciencia y amor infinito, los días pasan…

¿Qué será de nosotros cuando pasen todos los días? Solo pensarlo duele, intentar no pensar es un reto siempre difícil porque cuando la mente se calla habla el silencio. Las palabras flotan pequeñitas, confusas, doloridas, asustadas y yo trato de atraparlas, guardarlas en el fondo del alma para siempre, a veces devuelvo otras igual de temerosas, vestidas de esperanza o disfrazadas, qué más da. Las palabras no son abrazos, no son manos entrelazadas, no son sonrisas ni lágrimas, pero qué será de nosotros cuando no queden más días ni palabras…

2021/03/30

De dolores y de tiempos

El cuello, la espalda, las manos, la rodilla: dolores que se suman a la palpitación del párpado, las ojeras, la "necesidad" de comer más y más en la noche. Un sumario, una lista de cosas que pasan pero pasarán (y ya no importa tanto si no pasan), un recuento de las huellas que va dejando la vida, la pandemia y su desvida, el miedo, la angustia, la impotencia y la obligación de sobreponerme a pesar de todo eso, porque todo eso es mínimo, insignificante, lo que sí importa es lo que me pone de pie cada día, lo que da fuerza a mis manos, lo que me ayuda a respirar profundo y a tratar de ser más paciente, lo que me duele en el alma pero a la par me da un motivo para agradecer cada día.

Hace un año y días me enfrenté con uno de mis mayores temores y pude agradecer porque se me concedió una de mis principales súplicas: que si llegase a pasar alguna catástrofe, estuviese con toda mi familia. Hace dos meses y días se me partió el corazón en dos, pero al mismo tiempo descubrí que esa fractura del alma permitió que salga a flote la fuerza que nunca creí tener. Y sí, el dolor no para, pero estoy aprendiendo a vivir con él, porque esa herida mía la produjo el más grande amor, el más honesto, el único que cumple a cabalidad aquello de "para toda la vida". No sé cuánto tiempo más le tenga que sumar a ese año y días, espero que poco; no sé cuánto tiempo más le pueda sumar a esos dos meses y días, espero que mucho, que todo… Y yo que siempre me llevé tan mal con el tiempo, hoy solo le pido que sea mi aliado, que me perdone el poco caso que le hice, que corra solo para alcanzar lo bueno y, para todo lo demás, vaya despacito.

Y ya, eso nomás sería.

2021/03/17

Un año

 Decir que mis sueños siguen intactos sería mentir: llevan un año mutando, desapareciendo, reapareciendo, postergándose, eliminándose, sustituyéndose por otros que ahora siento más urgentes aunque quizá menos realizables… La pandemia nos obligo a hacer un recuento de esperanzas, metas, anhelos y nos fue robando varios mientras nos quedábamos paralizados porque la calle se había vuelto un sitio prohibido, las manos un instrumento peligroso y el aire compartido un potencial peligro.

Un año llevamos de agendas vacías o llenas de tachones. Un año de vernos de lejos o no vernos. Un año de abrazar recuerdos. Un año de contar los días, primero de forma descendente y luego ascendentemente: quince días de confinamiento, catorce, seis, una semana más, ocho, diez meses, doce y quién sabe cuántos más. Se dice muy fácil, parece poco: un año. Pasamos de la Rata al Buey (según la cultura china) y quiero pensar que eso es bueno, quizá porque no hay bicho sobre la Tierra que me cause tanto malestar como la rata, así que imagino que hasta en cuestiones astrológicas el roedor ese es lo peor, así que su partida siempre será algo bueno, ojalá. Del buey sé que representa trabajo, fortaleza, campo: quiero creer entonces que su llegada es un mensaje claro, que implica la transición necesaria para salir del todo de la cloaca en la que se mueve la rata, que este será un año de transición, que implicará esfuerzo, pero que lograremos volver a lo esencial, que recuperaremos espacios vitales, que volveremos a la vida.

No sé si sea ingenuidad o un reflejo de una necesidad profunda, pero quiero creer –a pesar de todas las evidencias que la realidad me estrella en la cara a diario– que vienen días mejores: que la vacuna será el inicio de un reencuentro con esa libertad que la genial Nina Simone definía como "no tener miedo". Volver a abrazarnos será la forma de empezar a sanar, y creo que esto aplica para todos, porque la sensación de soledad no se va con tener gente alrededor, las tristezas no se espantan con choques de puños o codos, las palabras no logran transmitir las emociones que se producen cuando se juntan los corazones de forma físicamente metafórica. Quiero creer, necesito creer, creo que la tormenta pasará y el amor nos habrá salvado, aunque suene cursi o sea una fase hecha, porque no hay dinero, poder, ego ni nada más que sirva como el amor (propio y hacia/desde los demás) para abrigar el alma, ponernos de pie, sostenernos, impulsarnos, acompañarnos y celebrar el que podamos ser mejores personas.

2021/01/30

Reflexiones intrascendentes sobre la monarquía, la democracia y la culpa de la vaca

 De todas las cosas en las que pienso últimamente y de todo lo que escribo aquí a manera de desahogo o de ganas de exponer mis puntos de vista, esto es lo menos importante, pero igual, va:

Estaba viendo el primer capítulo de "The crown" (soy fan de LadyDi y cuando supe que se hablaba de ella en la más reciente temporada, decidí ver la serie) y en una escena se ve cómo pasa el tren con la tal familia real por algún lugar tipo campo y los habitantes de ese sitio corren emocionados hasta cerca de las rieles, agitando sus manos, solo para "saludar" a los viajeros y con la esperanza de verlos, imagino. De esta imagen y de otros detalles, como que trasladan todo un quirófano para operar al rey en su castillo (?), me quedó dando vueltas una idea respecto al sentido de la monarquía y su prevalencia –no tan agónica como se suele señalar cada vez que un "noble" de aquellos tiene un "desliz" ético– en este destartalado y falsamente novedoso siglo 21: miembros de una familia y contados "escogidos" gozan de lujos inimaginables y más dinero mensual del que cualquier mortal en años de trabajo, todo esto a costa del tan mentado "pueblo" (claro que hacen labor diplomática, social y hasta, en algunos casos, humanitaria, pero la retribución viene igual si su actividad es mínima o superficial); no obstante, es ese mismo pueblo el que los mantiene ahí, en sus cómodos tronos, con sus trajes y joyas con cuyo costo se podría vestir y alimentar a muchísimas personas que hoy viven en situaciones precarias. La monarquía existe porque la gente quiere, el enriquecimiento de reyes y su combo cuenta con el beneplácito de sus "súbditos" y ahí sí que ya nada, caduno caduno, que se dice.
Ahora bien, por otro lado, por estos lados, tenemos este sistema tan peculiar al que solemos llamar "democracia", la cosa esta es parecida pero radicalmente diferente a la monarquía: acá también hay familias que se enriquecen a costa del pueblo, pero lo hacen mediante un método conocido técnicamente como "robo".
La cosa no es muy distinta en cualquier rincón de Latinoamérica que se analice, pero centrémonos en Ecuador: acá en cada periodo de gobierno salen enriquecidos (o más enriquecidos, porque hay muchos reincidentes, aunque van cambiando de rol) si no el presidente de turno, el vice y/o uno de sus ministros y/o varios y/o mandos medios y/o gente de la cúpula militar y/o líderes religiosos y/o empresarios abusivos… Pero claro, en ningún caso los bolsillos de estos sátrapas se llenan de forma honesta, leal con ese pueblo que –ciegamente– los aclama por creerlos salvadores ante las desgracias que cada día son más y que ellos ofrecen cambiar en tarimas construidas a partir de mentiras y oscuras negociaciones previas.
No tengo un recuerdo vivencial de lo que fue el gobierno de Roldós, intuyo que si lo asesinaron fue porque era de los pocos que podía salirse de la lista de podredumbre política, tampoco tengo muy claro lo que pasó cuando Hurtado asumió la presidencia, pero de ahí en adelante puedo decir que mana la misma pestilencia de gobiernos de derecha como de "izquierda" (entrecomillo porque la izquierda es un ideal que no se aplica a este mundo, mucho menos a este rincón del mundo en el que los líderes de la supuesta izquierda son más conservadores, falsos, deshonestos y despiadados que muchos de los peores ultraderechistas de la historia). No veo una diferencia importante, que permita catalogar a alguno de "menos peor", entre León Febres Cordero, Abdalá Bucaram, Rafael Correa; Lucio fue igual de inescrupuloso aunque quizá menos violento, salvo en la represión de los días en que salimos a la calle para repudiarlo; Moreno, aunque se le salió del corral al capataz Correa, mantuvo entre sus aliados a varios de los peores especímenes del correato, ha amparado a funcionarios corruptos de alto y mediano rango, y él mismo tiene muchas cosas que explicar (cosa que nunca hará, claro).
¿Y ahora?, ahora nada, toca votar nomás (anoche soñé con eso: un montón de papeletas, una vacía, un tedio doblarlas de tantas que eran, con ganas de irme rápido pero teniendo que quedarme a buscar mis gafas perdidas en el desgano de hacer algo que considero una farsa). ¿Por quién votar? Si hay algo que detesto es que la gente le diga a otra por quién "debe" votar y por quién no; me parecen insoportables los fanáticos de unos o de otros, me desesperan los ilusos, me fastidian los que se creen más inteligentes y resultan ser tan "borregos" o tan "tontos útiles" como aquellos de los que se burlan, los egoístas, los que piensan que con prepotencia y desprecio o groserías van a lograr votos para sus arauces, sus lassossss, sus yakus (y hasta ahí nomás, porque los otros todavía no tienen clubs de fans con tanto alcance y capacidad de generar desagrado). En lo personal, sigo debatiendo internamente entre el votar en contra de o hacerlo por quien realmente me parece una opción mejor: el correísmo, desde el cabecilla para abajo, me produce repulsión física, intelectual, emocional, espiritual; por tanto, es obvio que por Arauz no votaría incluso si fuese el único candidato para todas las dignidades a elegir; Yaku Pérez hubiese sido una de mis opciones si no fuera porque mostró su verdadero rostro en los oscuros días de octubre 2019 (al menos esos días horribles sirvieron para romper caretas de todos los bandos); Freile (¿o es Freire?) me parecería buena opción si no fuese porque en su colectivo se incluye el nefasto Salcedo y todas las sombras que lo amparan; me quedan dos alternativas: Hervas y Lasso (ni yo lo puedo creer). Hervas tiene sus cosillas populistas o no sé qué será eso (lo del TikTok), pero creo que sus ideas (al menos las que ha hecho públicas, porque con los políticos nunca se sabe) son más cercanas a mi forma de pensar y a lo que considero importante. Lasso… ay… nada, estoy tratando de encontrarle algo que me ayude a votar por él y no solo en contra de Arauz; en general, no me gusta CREO, pero suelo votar por las personas, obviando el membrete político (porque sino siempre votaría nulo para todas las dignidades), lo malo es que Lasso tampoco me gusta como individuo, o sea aparte de su nulo carisma (que no es lo más importante, pero que sería al menos alguito), no comulgo con la gente tan conservadora (jajaja, parece chiste, esto de no comulgo… 😂, sorry) que de un día para el otro se pone una camiseta tipo "yo soy pueblo" y come tripa mishky con la mano en alguna esquina para sacarse fotos (ya sé que no pasó tal cual, pero es la idea). No me incomoda que sea un ejecutivo de traje ni que tenga el dinero que se ha ganado con su trabajo, no estoy en contra de los empresarios honestos, sí de los "posers", de los que impulsan o frenan (a través de la gente de su bancada) leyes o similares que luego en tarima prometen cambiarán o incentivarán.
En fin, como dije al inicio, de todo lo que pasa en la vida lo menos importante es esto (para mí, porque hace mucho que dejé de creer en los sistemas y las políticas como espacios para mejorar en algo a este mundo agónico), pero al menos me distrae pensar en estas vainas cada tanto.

2021/01/21

 Estoy tratando de entender, estoy tratando de sostenerme y encontrar un equilibrio que no sé si existe.

Escribo porque hay días en que no hallo otra forma de agarrarme de la vida, es que a veces –hoy– pesan tanto los miedos, pesa tanto la incertidumbre… Diría que siento rabia, quisiera sentirla, pero no es así: ¿rabia contra qué, contra quién? 

Escribo porque no entiendo, porque por momentos siento que no puedo sostenerme, que no hay equilibrio posible. Escribo porque los abrazos que necesito no los puedo dar. Escribo porque trato de poner en palabras todo lo que no puedo explicarme. Me obligo a ordenar mis ideas y a sacarme de dentro esa roca inmensa que en un instante me creció en el pecho y ya no me deja respirar: no puedo.

No sé por qué escribo. Sí intuyo por qué escribo aquí: necesito contarle a alguien lo que está pasando, lo que estoy sintiendo, pero las únicas personas que podrían entenderme ya lo saben y sienten lo que yo, o tal vez no, tal vez entienden mejor todo, tal vez logran actuar a pesar de todo, yo solo me paralizo, apenas puedo preguntar algo, intentar mostrarme fuerte siendo en realidad torpe… Entonces nada, no entiendo, no sé nada.

2021/01/02

Mi experiencia con Las voladoras

Hace unos días vi en Twitter alguna nota de prensa que hacía referencia a Las voladoras,  el primer libro de cuentos de Mónica Ojeda, compartí ese tuit con un deseo en la cabecera: quería recibirlo por Navidad. Esa "petición" pública en realidad era una forma de difundir, de apoyar la obra de una escritora que sabía reconocida pero a la que aún no había leído. ¿El resultado? Una persona muy generosa a la que le tengo mucho cariño me escribió por MD y me dijo que ella quería regalarme el libro: le agradecí muchísimo por el gesto, porque sé que fue algo espontáneo, pero en una época tan complicada no me parecía justo que gastase ese dinero en mí. Bueno, para resumir, sí recibí la obra en Navidad: me la regaló una de mis hermanas.

Entonces, una mujer escribió un grupo de cuentos que otra mujer deseó, también es mujer quien quiso obsequiar el libro y es mujer quien se lo compró a una librera –mujer– y lo regaló. ¿Coincidencia? Probablemente sí, pero aunque suene redundante, debo añadir que la mayoría de personajes de las historias son mujeres y, de yapa, llevo un tiempo escribiendo cuentos y todos tienen una mujer como protagonista.

Terminado el preámbulo, voy a lo que importa: Las voladoras

Tal vez por andina, por mujer o por bruja, reconocí algo de mí en varias de las ocho narraciones (no sé si esto deba preocuparme o preocupar a quienes me rodean…) y eso, puedo decir desde mi experiencia como lectora y como editora literaria, ya es un punto a favor del texto. Imagino que otras lectoras experimentaron algo similar, pero quizá pocas reconocerán que, al pasar las páginas, vieron sus uñas manchadas de sangre, se imaginaron danzando hasta desprender sus cabezas y verlas caer al otro lado de un cerco, escucharon retumbar sus miedos en habitaciones contiguas, se leyeron refiriéndose a sus amigas (?) o quisieron que también les cayese el cielo encima… Pienso también que a muchas la ficción de las 121 páginas las estremeció porque, incluso si no la experimentaron en carne propia, vieron distintos rostros de una violencia que espanta tanto porque sabemos que no es irreal.

Las mujeres somos seres complejos y nuestros entornos lo son aún más: la región andina está cimentada en mitos que a veces tienen la única función de ocultar la crudeza de la realidad. Los escenarios de estos ocho cuentos lo son también de historias en los que la violación, el incesto, el femicidio, las perversiones, la crueldad y el dolor no son motivos literarios sino horrores cotidianos. La maestría en la pluma de Ojeda se evidencia en la capacidad de narrar esos horrores con una voz poética y, a la par, fuerte: pone sobre el tapete todo aquello de lo que no queremos hablar o de lo que hablamos bajito, pero solo si le sucede a alguien más.

La estética de lo grotesco puede resultar perturbadora, sobre todo cuanto no es la perturbación lo que prima en el sabor que deja la obra al terminar de leer la última línea, pero yo elijo quedarme con la gama entera de sensaciones que me produjo el conjunto de páginas: sí sentí angustia, desconcierto, ira y hasta asco en algunos pasajes, pero también experimenté ternura, compasión, curiosidad, deleite. No hay síntesis mejor para Las voladoras que las mismas palabras de su autora en el último de los cuentos: "Esta escritura es un conjuro entretejido en lo más profundo de la tierra. Un desafío arrojado al estómago de mi duelo".