2023/12/06

Hemos roto los silencios, una y otra vez, para recordarnos que existimos.

Ya no hablamos, gritamos cada tanto, pedimos auxilio; que nadie va a salvarnos responde el eco del abismo.


El plural, voz de la necedad o del descuido: no hablamos, no gritamos, no (nos) recordamos ni existimos.

Si alguien ha de salvarme seré yo, entre ecos de silencios abisales, silencios reconstruidos.


2023/08/04

De silencios y palabras

Entonces me callé para no escucharte, porque entendí que la voz te la doy (o no: tú me la arrebatas y así finges que son tuyas mis palabras) hasta parecer que soy solo un eco. Con el silencio llegó la confirmación de lo que hemos sabido siempre: me detestas por no asumirte como centro, por negarme a ser tu objeto, por ser cada vez más yo-a-pesar-de-ti.

Y aquí estoy, escribiendo –que no escribiéndote–, contándome que hice bien en mantenerme a salvo en mis intentos de salvarte de tu sombra (quizá más que nobleza lo mío es necedad, lo sé). Me cuento además que contigo no cuento, y eso lo supe también siempre, pues tu estar intermitente depende de las demandas de tu ego.

¿Sabes que he hecho con tus esfuerzos constantes para convencerme de que estoy mal y de que no me quiero?, pues los he ido juntando en un frasquito que uso de pisapapeles, porque también colecciono tus papeles de víctima, de persona genial o de personaje cariñoso y bueno.

En fin, ahora tengo sueño y siempre, pero siempre, tengo muchos sueños (y no lo digo para acrecentar tu insomnio, pero serán efectos colaterales, creo).

Eso es todo. Buen viento y mucho cielo (para mí, porque yo sí lo merezco).

2023/07/19

Leí Betibú hace algunos meses…

Confieso que me he distraído. Entre trabajos, achaques y otras lecturas, he postergado esta suerte de reportes que decidí hacer creo que desde la pandemia. Y sí que se complica escribir la reseña de un libro con meses y otras obras de por medio, pero igual lo voy a intentar. 

Empiezo con lo obvio para quienes ya conocen a la autora: no cabe duda de que Claudia Piñeiro sabe contar historias policiales, tal como Nurit Iscar, la protagonista de su novela Betibú. En esta obra la realidad de la Argentina contemporánea se asoma entre líneas y le da una verosimilitud que la vuelve más atractiva. A diferencia de lo que suele pasar con otro tipo de narraciones, hay detalles que el lector puede deducir y comprobar unas páginas después sin saborear lo rancio de lo predecible, pues quien lee es parte del equipo de El Tribuno, el diario para el que trabajan Betibú (Nurit), Jaime Brena y "el pibe de Policiales", así que es su deber encontrar pistas, atar cabos y establecer teorías que permitan resolver los crímenes.

Ahora bien, si el vínculo con los personajes nos convierte a los lectores en nuevos habitantes de esas páginas, me siento obligada a reclamar una continuación de la historia, aunque sea un epílogo en el que se expliquen los motivos del verdadero culpable y si –en efecto– la mente (y la mano) detrás de todo es quien parece ser: también estas sospechas y conjeturas merecen confirmación o una narración que exponga la respuesta correcta.

Finalmente, me separo un poco del rol de lectora-personaje para mencionar lo fascinante de la casualidad con que llegan ciertos libros a cimentar circunstancias o procesos: desde hace un tiempo he leído mayoritariamente a mujeres, sin haber puesto atención a este detalle al momento de escoger las obras, y en muchos casos los textos han estado vinculados con el ejercicio de la escritura literaria y periodística. Aunque Nurit Iscar es un ser ficticio, ahora forma parte de las mujeres que me han incentivado a reflexionar sobre el porqué, el para qué y el cómo de la escritura: gracias por esto, Claudia.


2023/06/30

Mis ojitos de papel, mi corazón de tiza

He pasado una semana y un día de ver hacia adentro (porque afuera todo se veía borroso, y aún un poco), una semana y un día de no poder hacer ejercicio ni nada que requiera esfuerzo, de enfrentar un episodio de ansiedad por una vulnerabilidad no imaginada, de intentar leer mensajes y ver sombras en lugar de letras, de solo escuchar videos, de ver tele sin que las imágenes fuesen siempre claras, de tener junto a mi cama una torre de libros cerrados… ¿Qué pasó? Una cirugía necesaria que no era urgente, pero decidí no postergar porque el solo hecho de imaginarla me generaba cierta angustia que no quería prolongar. ¿Pasó algo más? Una oportunidad para mi subconsciente, mi inconsciente y mi disconscinte (?) de hacer una limpieza de verano en esos cajones que mi yo consciente había decidido no abrir más.

En estos días poscirugía he pasado noches de no hallar una postura que me permitiera dormir más de una hora seguida, también tuve dos o tres noches de un sueño tranquilo, profundo, delicioso, y he tenido noches "maso", con sueños en los que dos personajes detestables aparecieron: el uno vestido de payaso, intentando acercarse mientras yo me daba cuenta de sus intenciones y me iba; el otro mudo, sabiéndose no grato, no bienvenido, no aceptado, no perdonado, en la parte de atrás de un auto que yo conducía con la incomodidad inmensa de no poder echarlo porque a su lado estaba alguien a quien quería evitar un mal rato… 

Qué mal me caen los tres hermanos de mi consciente, seres malévolos que se aprovechan de un estado de sensibilidad inesperado para callarme, doblarme en zigzag y pasar ante mí nuevos niveles de ansiedad desbloqueados: la posibilidad  de rozar mis ojos con las manos o la almohada mientras duermo, la necesidad de apretar los párpados cuando estornudo, lloro o río descontroladamente, la angustia de pasar las horas sin leer, sin escribir, sin hacer aunque sea un par de estiramientos de esos que tanto agradecen mi cuello y mi espalda. (No vi la película, pero imagino que por aquí tiene que ir el guion de Intensamente).

Por suerte la realidad fuera de mi cabeza es, en ocasiones, menos ríspida que dentro de ella: mi familia ha cuidado de mis ojos y me ha ayudado con paciencia a calmar mi alma; ya veo mejor (y sé que todo volverá a la normalidad en unos días), ya puedo escribir y leer (aunque todavía no me animo con los libros, ellos son panas y entienden: no puedo hacerles zoom y no quiero forzar una lectura continua en la que todavía las letras bailan o se disfrazan), he caminado un poco más (con gafas y sombrero, muy juiciosa) y en el último chequeo el doctor dijo que todo está bien, que todo lo que me asustaba está dentro de lo normal y que debo cuidarme y tener paciencia nomás.

En resumen, todo pasa excepto algo: en situaciones como esta, tal como todos los días, extraño a mi mamá.

2023/05/06

Sobre El peligro de estar cuerda

 "Siempre he sabido que algo no funcionaba bien en mi cabeza", pero no sé si es algo excepcional o ya casi una generalidad en este mundo enloquecido en demasiadas formas. No puedo afirmar que mi mente funciona dentro de todos los parámetros que otras personas pueden llamar "normal", lo que sí tengo claro es que la gente cuerda es ordenada, de ahí que no sé si me pueda incluir en ese grupo selecto. O tal vez, más allá de algunos cortocircuitos, yo sea de las cuerdas desordenadas (en la sección aspectos varios y, con énfasis, en la sección tiempo). ¿A dónde voy con esto? Pues es un intento flojo de introducir el comentario sobre un libro y, a la par, justificarme por hacerlo meses después de haberlo leído.

Escribir sobre lo que leo se volvió una costumbre que me es útil para enfrentarme a cada obra desde un ángulo distinto: ya no solo recorro las letras de alguien, como en la lectura, sino que busco letras propias para "aterrizar" ese recorrido y mi reflejo en ambos procesos. Lejos de ser una crítica junior, soy una escribiente a la que libros como El peligro de estar cuerda, de Rosa Montero, le generan un oleaje interno que es tan terapéutico como el mismo ejercicio de escribir sobre ellos o cualquier otro tema. En suma, me pasa lo que Rosa describe, pues también creo que los escribientes "tenemos la intuición, la sospecha o incluso la certidumbre de que, si no escribiéramos, nos volveríamos locos, o nos descoseríamos, nos desmoronaríamos, se haría ingobernable la multitud que nos habita. Sin duda sería una existencia mucho peor", ¿por qué?, porque "para la mayoría, seamos buenos o malos, la escritura es un esqueleto exógeno que nos mantiene en pie".

Imagino que, con lo dicho en el párrafo anterior, queda claro que lo que me produjo la obra va más allá de un "me gustó". Sin ser escritora, me intuí cercana a varios pasajes que quizá puedan perturbar un poco a algún otro lector, pero a mí me significaron respuestas posibles, umbrales que me dejaron ver un poquito más allá, en doble vía: eso siempre será bueno. Y no es que este sea un libro de "autoayuda" ni cosa que se le parezca, es un compendio de anécdotas de la autora y otros escritores, de datos científicos, de reflexiones, de ideas que han ido madurando en las miles de páginas que Rosa Montero leyó, escribió e imaginó; todo en torno al oficio de escribir con intención artística que, como lo deja ver la obra, en muchos casos se asocia con mentes equilibristas no siempre equilibradas. Y creo que en este punto es importante mencionar un dato importante: además de escritora, Rosa es periodista y estudió Psicología, así que todo lo que menciona en su texto tiene el peso (en el mejor de los sentidos) de ese bagaje que se suma al de los años tan intensos que ha vivido.

"La vida es un sueño diminuto, un espejismo de luz en una eternidad de obscuridades", "los humanos somos una pura narración, somos palabras en busca de sentido" y "el yo es un garabato fugaz, una estela de humo que va mudando de forma constantemente", de ahí que volver a nuestra esencia (los sueños, las palabras: los libros) sea de lo poco que aún pueda salvarnos de un paso adelantado e innecesario hacia esa eternidad.



2023/03/08

8M, (mi) versión 2023

 Una crece (todavía no diré "envejece" jajaja) y aprende cosas, entiende cosas, aplica cosas y vive cosas que van dándole matices más honestos a las "luchas" de los primeros años de la adultez. Luchas entre comillas porque una de las cosas que he entendido es que no quiero que mi vida se resuma en una suma de luchas, de guerras, de peleas, de enfrentamientos: ya la violencia externa me ha agotado tanto que sería insensato aplicarla también a mis procesos. Yo quiero paz, así, en términos generales y globales, aunque sé que eso está difícil; lo que sí depende de mí es procurar esa paz en mi interior y en mi entorno inmediato.


En cuanto al 8M, puntualmente, debo decir que en este momento valoro mucho más que en mi época de apasionadas consignas todo lo que implica. Agradezco a las primeras mujeres que levantaron su voz, a las que sí tuvieron que pelear para poder votar y para que se les permita estudiar carreras universitarias, a las que han contribuido para que se respete nuestra soberanía sobre nuestros cuerpos. Aplaudo a las mujeres que han sido pioneras en cada uno de los ámbitos de la vida en sociedad y también de la vida familiar y personal. Abrazo a las mujeres que han podido juntar sus escombros, reconstruirse y contarle al mundo quiénes las dañaron, dejando en claro que la vergüenza debe recaer sobre ellos (o sobre ellas, porque también hay "ellas" entre los agresores). Y, sobre todas las cosas, honro con respeto y amor infinito a mi mami, a mis abuelas, a mis hermanas, a mis tías, a mis primas y a mis amigas: a sus luchas cotidianas les debo gran parte de la mujer que soy (lo demás es mérito propio, por supuesto), imperfecta como todas, pero también consciente de que sus huellas son para mí metas, parámetros de lo generosa, paciente, trabajadora, cariñosa y sabia que quiero llegar a ser.

Respeto a quienes aún ven la vida como un campo de batalla, tal vez eso sea lo correcto, no lo sé, y aunque no faltarán ojos que me vean y dedos que me juzguen como "tibia", no dejaré de decir que soy feminista, porque lo soy. Así que, siendo coherente con el feminismo que ya no predico tanto pero sí practico, diré que este día para conmemorar es también día para recordar que todas aún somos víctimas del patriarcado, que también los son las niñas, los niños, les niñes* de las generaciones más recientes, pero también lo fueron todos los hombres de nuestras generaciones, a los que les prohibieron llorar, a los que les dijeron que "a la mujer, ni con el pétalo de una rosa" pero que estaba bien masacrarse entre ellos, a los que les taladraron el cerebro hasta que se convenzan de que hay cosas que solo ellos pueden y tienen que hacer…

Hoy, como todos los días, procuro ser coherente con mi feminismo y no aplaudo la violencia innecesaria, venga de quien venga, esto implica que no respaldo el agredir psicológicamente a quienes no se enojen por recibir regalos hoy, a quienes ejerzan sobre sí mismas los dogmas en los que creen o a quienes expresen con respeto su desacuerdo con el feminismo o con determinadas agrupaciones feministas. Por supuesto que no estoy de acuerdo, ni estaré de acuerdo jamás, con el antifeminismo ciego, tan irracional como dañino, ni con agresores que hoy tienen el descaro de decir "feliz día" o se muestran al mundo como "aliados", "deconstruidos", "compas" y, puertas adentro, son machistas de la peor calaña.


*Estoy de acuerdo con la evolución del lenguaje, por lógica, y apoyo específicamente el uso del lenguaje inclusivo en la mayoría de contextos (con esto me refiero exclusivamente al uso de la e en ciertos términos para volverlos neutros, a eso de remplazar vocales por x o @ no le hallo sustento ni trascendencia posible, porque si no puede leerse, no tiene sentido ni aporta nada). No soy nadie para decir si está bien o mal que alguien no se sienta a gusto cuando se le menciona usando pronombres o sustantivos en masculino o femenino; por tanto, no soy nadie para sumarme a las quejas, burlas y/o rabietas que intentan frenar todo tipo de evolución, incluida la del lenguaje.

2023/02/03

De Lemebel y su banda sonora

Cuando supe de la existencia de Pedro Lemebel, sentí la necesidad de leer algo que él hubiera escrito, pero no había libros suyos acá (o yo no los encontraba); un día, mientras curioseaba qué había en una librería, me encontré con Tengo miedo torero, joya que se volvió una de mis novelas favoritas y ella, la Loca, un personaje de esos que me gustaría sacar de las páginas para abrazarlos con cariño. Y bueno, fui por más: agarré Serenata cafiola básicamente me enganchó su contraportada.

¿Qué puedo decir luego de haberlo leído? Primero que me arrepiento de no haber escrito esto antes, porque pasaron algunos meses desde que lo terminé y seguro hoy se me escaparán varias cosas; pero lo más importante está: al igual que con la novela, me sentí fascinada de descubrir a este hacedor de crónicas que narra de forma encantadora incluso sus experiencias más duras.

En este libro-serenata hay de todo, desde un tarareo beatlesco hasta el lujo de una Guantanamera cantada por Omara Portuondo. Y es que aquello de que la música nos salva es más que una frase hecha; el mismo Pedro lo deja claro en la sinopsis inicial: "No fui cantor (…), pero la música fue el único tecnicolor de mi biografía descompuesta".

Y quizá quienes escribimos (bien o mal), lo hacemos porque la voz no nos da para cantar todos los sonidos que rondan nuestras almas y nuestras cabezas. "Llegué a la escritura sin quererlo, iba para otro lado, quería ser cantora, trapecista o una india pájara trinándole al ocaso. Pero la lengua se me enroscó de impotencia y en vez de claridad o emoción letrada produje una jungla de ruidos", dice el cronista.

Hablar de "la pluma" de Lemebel sería incompleto, injusto, ridículo: él estaba lleno de plumas, lentejuelas, pinturas de colores, perfumes e historias que lo adornaban, aunque al mirarse al espejo –sospecho– veía en el fondo de sus ojos a un niño pequeño, indefenso, que extrañaba tanto a su madre que es ella a quien dedicó el inicio y el fin de su cafiola serenata. "Mi mami también se fue una noche de lobos, y con ella se apagaron las navidades. Cuando empiezan los arreboles pascueros me enfermo de melancolía (…). Era ella mi Navidad", escribió y yo, al leerlo, sentí que lo había hecho por un encargo mío. 

Este libro de portada rosa intenso (magenta, dirán los entendidos), es en sí un canto, no a una existencia idealizada, sino a la vida travestida que muchos no quieren ver, quizá por las cicatrices que expone, por las heridas que nunca cerraron y por la ternura infinita que a veces molesta más que la crueldad. Por esto, no recomiendo su lectura a quienes se asusten con la sensibilidad ajena, ni a quienes reducen el amor a los genitales, peor a quienes ven perversidad en el atreverse a ser lejos de cualquier molde de esos que reducen el espíritu a nada.

Conocer otras realidades y ver el mundo a través de otros ojos puede ser sanador, tanto como lo es la música que cada tanto nos exorciza el alma.