2016/01/11

De vuelta del paseo

Mi ejército de ángeles de la guarda ya tiene cinco miembros, ojalá algún día tenga la fuerza para escribir los otros cuatro cuentos, por ahora dejó aquí esta historia que la escribí por amor a mi Carlotita y para explicarle a la niña chiquita que me habita cómo es que ella siempre está, aunque ya no la vemos…


Cuando era más pequeña y aún no iba a la escuela, me despertaba tempranito en las mañanas para hacer lo que más me gustaba: jugar con Carlotita, mi abuela. Iba a su casa y me recibía feliz, creo que a ella también le gustaba jugar conmigo. A veces yo era su doctora, a veces su maestra, a veces cocinaba deliciosas sopas para ella.

Carlotita preparaba para mí la comida más rica y también invitaba a almorzar a mis muñecas. En la tarde, luego de descansar un poco, me enseñaba a saltar cuerda o rayuela.

Cuando me volví una niña grande y tuve que ir a la escuela, ya no jugaba con Carlotita, tenía nuevas amigas y en las tardes debía hacer la tarea. Pero, misteriosamente, sus postres y sus sopas siempre estaban en mi mesa cuando llegaba la hora de la cena.

Un día la profe nos dijo: 

–Chicos, mañana iremos de paseo, vengan temprano a la escuela. 

Yo me sentí muy contenta, ¡mis amigos y yo pasaríamos el día divirtiéndonos y no tendríamos tarea!

Cuando llegué a casa, les conté a mis papás a dónde iríamos, saqué de mi mochila todos los cuadernos y, en su lugar, guardé una gorra, caramelos y una cometa. Mi mamá me preguntó si quería ir a visitar a Carlotita, seguro se sentiría muy contenta de escuchar mis planes; le expliqué que prefería dormir temprano, que la profe dijo que ahorremos energía porque en el paseo jugaríamos sin parar.

¡Llegó el día esperado! Cuando sonó el despertador yo ya estaba vestida y con la mochila en la mano, apenas pude terminar mi desayuno, quería salir corriendo porque me preocupaba no estar a tiempo y perderme de ese viaje con mis amigos de la escuela.

Lindo todo: el parque, la piscina, los pajaritos que también jugaban cerca; pero yo no estaba tan contenta. Tenía como un dolor en la barriga, como ganas de quedarme muy quieta. La profe me preguntó si quería volver a casa, le dije que no, que seguro en un ratito estaría mejor y podría volar mi cometa.

En la tarde, cuando regresamos, vi a mi papá en la puerta de la escuela: estaba vestido de negro, con cara de tristeza. Fui corriendo a abrazarlo, me cargó y me dijo:

–Carlotita te quería mucho, vamos a despedirnos de ella.

Lo miré asustada, ¿por qué me decía eso? ¿a dónde se iba mi abuelita?

En el auto fuimos en silencio, yo miraba por la ventana las calles, ese no era el camino para ir a la casa de mi abuelita. “Papá es un despistado no se ha dado cuenta de que estamos yendo a otro sitio…”, pensé. Pronto nos detuvimos, él se bajó del auto, abrió mi puerta y me tomó de la mano. 
–Vamos, pequeñita –me dijo.

Me llevó a una casa muy grande, ahí estaban mis tíos, mis primos, mi mamá… Había mucha gente, pero Carlotita no estaba, ¿no había dicho que iríamos a despedirnos de ella?

Mi mamá se acercó llorando, me abrazó con mucha fuerza y me dijo: “

–Mi niña, hoy es un día triste, pero feliz a la vez. Carlotita, tu compañera de juegos, estaba muy enferma; hoy, mientras tú estabas de paseo, ella murió… 

Me quedé quieta, como una estatua, sentí muy frías las manos y mis ojos se llenaron de lágrimas. Mi mamá continuó: 

–¿Sabes por qué es también un día feliz? Porque Carlotita va a estar siempre contigo, ella será tu ángel de la guarda. 

Yo la miré enojada: cuando se murió Pelusa, mi perrita, nunca más pude verla, ni la escuché ladrar otra vez, ni rompió otro de mis juguetes… ¡Cómo iba a hacer Carlotita para estar siempre conmigo! 

–¡No me mientas mamá, Carlotita ya no va a jugar conmigo, ya no está, no la veo, no me mientas, no me mientas!

Papá y mamá me tomaron de las manos, besaron mi frente y me ayudaron a entender:

–Cuando amas mucho a alguien, cuando recuerdas a esa persona y sonríes, cuando tienes ganas de que esté cerca aunque no puedas verla, esa persona estará viva siempre en tus sueños, en tus alegrías, en tu corazón… 

Al principio me pareció confuso lo que decían, pero esa noche, al dormir, comprendí lo que me habían querido explicar.

Cerré los ojos, un poco cansada, un poco molesta, un poco triste, y me quedé dormida. En su casa, con la puerta abierta me esperaba Carlotita. La miré y me reí mucho: 

–Sabía que era una broma, ¡qué susto tuve, pensé que ya no volvería a verte! 

Mi abuelita sonrió y me contó lo que pasaba: 

–Esto es un sueño, tus papitos no mintieron ni te hicieron una broma, ya no me encontrarás en mi casa, no podré llevarte tus golosinas ni te voy a poder abrazar, pero recuerda que aunque no me veas, yo estaré siempre cuidándote.

–¿Cómo? –le pregunté–, si no me vas a poder abrazar cuando esté triste, ni me podrás hacer cosquillas… 

–Te voy a contar un secreto –me dijo y se acercó a mi oído–, ahora vivo en el cielo y eso es muy bueno, porque desde aquí se ve todo, así que me será más fácil cuidar de ti y visitarte en sueños muy bonitos, en los que podremos volver a jugar y me podrás contar todo lo que quieras.


Desperté con un beso de mi mamá, quien me miraba con ternura y me dijo:
–Te he estado viendo desde hace unos minutos, parece que soñaste en algo muy bonito, porque aún dormida sonreías. 

–Sí, mamita –le dije–. Soñé con Carlotita.