Escribir la nostalgia es una tarea necesaria, urgente, pero muy difícil de cumplir. ¿Cómo se traduce esa sensación en el paladar (que no en la garganta, porque eso es tristeza y es más fácil de explicar), ese peso en los párpados, ese hilo que atraviesa y junta los labios?
No sé escribir la nostalgia, aunque alguna vez pude, quizá porque la de entonces era una nostalgia clara, sencilla y hermosa; hoy no logro entender a mi nostalgia, apenas la presiento, no sé qué la causa, si es una persona o varias, si es un hecho o la vida entera… Y sí, probablemente es eso: la vida entera y, en ese caso, no es una nostalgia que se pueda retratar con palabras, es un coctel de tristeza, temor, angustia por no poder detener el tiempo y retrocederlo hasta los días en que respirar no daba miedo y abrazar curaba el alma.
Nostalgia o no, igual trato de escribirla y de escribirme con ella, porque hay una palabra que no hallo, pero sé que está clavada en mi paladar o quizá entre mis ojos, y hay más palabras, muchas, que se unen y se adhieren alrededor y sobre mis labios, como una mascarilla de esas que ahora son vitales y que a mí me causan claustrofobia; a esas palabras montoneras más o menos las intuyo, más o menos las agarro y las desprendo como si no tuviese la certeza de que se volverán a juntar para posarse sobre mis labios y sobre mis manos, para volver a complicarme la tarea de escribirme escribiendo a mi nostalgia.