2012/09/26

no tiene nombre


camina sin tocar el suelo. viste un traje suelto, largo, de colores que varían según la gente que lo mira, a veces se pone una bufanda decorada con pétalos de girasol, margargarita y perfume d azahar, quizá por eso siempre hay un colibrí rondando y algunas abejas tímidamente se le acercan a medio día.

no tiene un nombre, no uno solo, a veces despierta siendo brisa, a veces es nube blanca, a veces lluvia, a veces luna llena o luz. alguna vez fue cielo, agua, noche, alas, paz; quizá pronto sea música, montaña, neblina, flor... le gusta ser, y ser incluye a todos sus nombres, los que le han dado, los que se ha puesto, los que vendrán, porque ser es como todo: como la noche y el día, ser es todo, y todo es demasiado para encerrarlo en un pequeño grupo de letras...

a veces olvida, olvida a los otros, a sí misma, a veces solo se deja llevar, pero cuando recuerda se siente mejor, le gusta mirar con la certeza de saber que lo que ve es nuevo o ya lo conocía, le gusta sentir la familiaridad de unos ojos, de unas palabras, de un abrazo...

respira, llora, ríe, habla, piensa, siente... pero el doble, sí: el doble, porque todas las personas respiran, lloran, ríen, hablan, piensan, sienten, pero ella respira más, lo hace no solo con la nariz o la boca, respira con la piel y con los ojos; ella llora más, llora hasta cuando no llora, llora hasta cuando ríe, porque ríe, porque la risa la conmueve, y si no siempre sus lágrimas pueden verse, siempre están; ella ríe más, porque su dolor se vuelve alegría, la alegría de saber que está viva y la vida le hace cosquillas; ella habla más, no habla mucho con los labios, habla sí con su silencio, es tanto lo que dice con lo que calla, que si intentase ponerlo en palabras, tendría que inventar muchas, muchas palabras nuevas para decirlo todo; ella piensa tanto, no para de pensar, a veces piensa ¡qué bueno sería no pensar!; y siente... ella siente con una intensidad que a veces le impide respirar, llorar, reír, hablar y hasta pensar...

ahora tiene ganas de contar cuentos, ahora piensa en compartirlos con seres ultraterrenos, pero no sabe por dónde empezar...

2012/09/25

corre


Caminaba sin mirar a los otros transeúntes, tropezó. No era una piedra, era algo como la cabeza de un muñeco de plástico, pero con el cabello arrancado, sin rostro… daba igual, los que caminaban por su misma vereda tampoco tenían rostro, tal vez ni siquiera alma, eran obstáculos mediocres, de esos que no detienen el caminar de nadie, porque terminan por moverse para que cualquier otro pueda pasar.

Caminaba y pensaba en que de nada servía pensar, a veces tarareaba mentalmente una canción de la que no recordaba la letra y tampoco le importaba, pero tarareaba; sin embargo, entendió que el tarareo equivalía a un pensamiento, por eso lo descartó y se concentró en eso: no pensar.

Caminaba y sentía que sus zapatos ya no servían, que sus pies se desgastaban, que ninguna ropa lo cubría, pero la ausencia de vestido no le resultaba ni más ni menos cómoda que la ausencia de compañía, emociones o palabras.
Caminaba sin mirar, sin pensar, sin sentir frío, calor, dolor… caminaba sin sentir.

Caminaba y chocó contra algo, no sabía qué era, pero le sorprendió que lo detuviera. Levantó su cabeza –¡cómo costó ese movimiento!, hace tanto que no enderezaba el cuello- y miró algo extraño: un rostro, ojos que miraban a los suyos, labios que tarareaban esa canción de la que nunca supo la letra. Algo no estaba bien, sintió frío, calor, dolor y algo parecido al miedo (tal vez sí era miedo). Algo estaba mal, una mano acarició su rostro y luego tomó su mano, entonces recordó que él también tenía un rostro, ¡tenía rostro y manos!

Ya no camina más, solo corre, corre y choca con Otros, con todos, llenos de rostros, manos y quizá hasta almas. Corre y siente y piensa, piensa todo el tiempo en que habría sido bueno quedarse al menos hasta aprender la letra de la canción que ya no sabe tararear.

todas las puertas


Cierto, usted tiene razón: no hay salida.
Puede montar una bicicleta, pedalear hasta desfallecer, treparse en un avión, volar muy muy lejos. Puede abrir una, dos, todas las puertas y cruzarlas una a una. Puede saltar por la ventana (su ventana, mi ventana, la de ella, la de él). Puede no volver a entrar, nunca, a ninguna parte, en ningún ser.

Usted tiene razón.
No hay salida.

"Pasajera en tránsito perpetuo"


A menudo encuentra nuevos caminos y se pierde en ellos, nada es más fácil que dejarse llevar por sus pies sin conciencia de lo que está haciendo. A veces, cuando el sol es muy fuerte, se detiene para descansar, para mirar lo andado, lo que está por venir; entonces descubre que no sabe en dónde está, por qué está ahí, cuándo llegará y a dónde. Las respuestas son solo más preguntas, es su voz la que escucha en el silencio y eso le resulta grato, aunque a veces siente nostalgia de los sonidos de otros, los que se quedaron atrás o corrieron y se perdieron en el horizonte.

Siente una brisa nueva, retoma su viaje. Le gusta creer que detrás de todo lo que ve a su paso hay un mensaje. Si a un lado del camino encuentra flores, significa que debe detenerse, admirarlas, identificar todos los colores que las visten, contarles algún secreto y –solo entonces- seguir. Si lo que ve es un árbol viejo, debe abrazarlo, cerrar los ojos y absorber toda la energía que en su tronco se ha acumulado. Cuando tropieza con alguna piedra, se disculpa, la acaricia y descubre el calor que se esconde en tanta dureza.

Ahora está quieta, es el tiempo de mirar hacia adentro, de descifrar los más complicados mensajes con los que jamás se ha enfrentado: no son parte del camino, o quizá sí, quizá ella es el camino, por eso es en ella donde están los signos, todos.

2012/09/23

TATOOame (texto publicado en la Barranco 2)


Guantes y el más fino de los pinceles. Un rito ancestral empieza a recrear la vida: ansiedad, dolor, satisfacción y paz.

Poco a poco se va adentrando en la piel de la memoria el placer profundo de una herida sonora y colorida. Lienzo que se rasga y se transforma, comunión de signos sagrados y humanas creaciones que desnudan lo intangible.

La sangre se evapora en un instante que se vuelve imagen, palabra, garabato sin sentido que se siente en una dimensión ajena a los bípedos desalados, seres inconscientes de que lo que trasciende se escapa de los límites de la carne, de lo sensorial, de lo terreno.

No es valor, masoquismo o rebeldía, es intentar atrapar un sueño, un instante; un deseo de gritar silencios que pueden disfrazar de abismo al más elevado cielo.

desRUEDAda

Cuando me encuentro con alguien que me saluda y me pregunta “¿cómo vas?” yo respondo “a veces a pie, a veces en bus...”. Aunque parezca lo contrario, no estoy tratando de ser graciosa o de jugar con el sentido literal de la pregunta, simplemente estoy haciendo una confesión honesta y orgullosa de mi especie en el ecosistema de las calles de Quito: soy una peatona (desruedadus citadinus).

Tal vez el mundo piense que ser peatona es el equivalente a ser una pelusita en la solapa del traje gris del tiempo, es decir: que no trasciende. Seguro entonces “el mundo” lo conforman los seres ruedados, o sea aquellos que se movilizan sobre ruedas (muchas, cuatro, tres, dos, una, da igual).

Me explico: para los seres ruedados, los de a pie estorbamos. Si estos van por la calle y tienen cuatro ruedas o más, se lanzan los unos sobre los otros, se insultan o compiten para ganar el trofeo a la mayor contribución para la adecuada contaminación –sonora, del aire y espiritual- del planeta. Si su camino es el mismo, pero no superan las dos ruedas… ¡uy! De tanto ninguneo y maltrato en la vía, optan por circular por las veredas (si los ruedados de cuatro no dejaron ahí sus extremidades para tenerlas lo más cerca posible y no ser confundidos con esos raros bichos sin ruedas). Eso sí, abandonar sus ruedas ¡nun-ca! (en algunos casos por pasión, en otros por salud, en otros porque está de modafff).

Los desruedados, entonces, somos seres con tiempo y sin espacio (no tengo muy claro lo que es “el tiempo”, aunque -al parecer- a los ruedados siempre les falta…). Pero tampoco es que somos tan etéreos, de hecho, cuando las calles se llenan de agua porque ha llovido a millares surgir y los de muchas, cuatro, tres, dos o una –da igual- ruedas pasan con su apuro habitual junto a nosotros, ¡nos mojamos! Cuando vamos de lo más tranquilos por la vereda y uno de los de la subespecie de ruedados motorizados lanza una nubecilla negra, ¡la respiramos! (¡¡fuchi!!). Y cuando se adhieren al pito como si fuese un conducto por el que pueden enviar los malos momentos del día, ¡nos contagiamos de su ira!

¿Cómo no estar orgullosa de pertenecer a una especie en constante peligro de extinción? Si salir a la calle así no más, sin ruedas ni ninguna coraza, no es una muestra clara de valentía, ¿qué lo es? Por eso, con mi frente en alto, una vez más lo digo: ¡soy una peatona! y a todos los sobrevivientes de mi especie los convoco: desruedados del mundo, ¡unámonos!


p. d. viajar en bus... ¡esa es otra historia!

"El libro perdido y hallado en el tiempo"

Sin puntuación, sin nombres propios: recreando el caos y la despersonalización de los seres no siempre tan humanos que habitamos el mundo, así es como conocí la obra de Saramago. Su Ensayo sobre la ceguera logró en mí aquello que me obliga a leer nuevamente un texto y retomar sus fragmentos cada tanto. Con El Evangelio según Jesucristo y Caín me sucedió algo similar: las historias de esos personajes sobre los que se escribió miles de años atrás, me parecieron más auténticas, más completas, más entrañables que las que se encuentran en los pasajes bíblicos.

Las pequeñas memorias de este hombre maravilloso no me cautivaron, no sé si empecé a leerlas en el momento equivocado (intentaré retomarlas más adelante); sin embargo apenas hallé El viaje del elefante y Claraboya decidí revivir mi idilio con las letras del portugués. Por tratarse de un libro muy grande (en tamaño y -al parecer- en contenido), apenas he podido leer las primeras mágicas de ese cuento ilustrado -para adultosniños- que me regalé hace unos meses: El viaje... Pero Claraboya no es un cuento, no tiene gráficos y está repleto de nombres propios y una puntuación muy bien colocada.

La primera novela de Saramago fue la última en publicarse: ese dato ya me sedujo, necesitaba saber qué había detrás de esa postergación. Pilar del Río lo explica clara y brevemente en la introducción que hace a la novela, el manuscrito se extravió en la editorial a la que fue entregado; mucho tiempo después lo hallaron, pero el autor no quiso que se publique, pues llevaba años pensando que no era una obra lo suficientemente buena como para -al menos- recibir un comentario de los editores. Pilar, según sus palabras, quiso regalar a los lectores esta puerta de entrada al ícono de la literatura que, además, fue su compañero de vida.

Antes de empezar mi lectura, la curiosidad era otra, ¿Saramago siempre tuvo ese estilo "anárquico" en su escritura? Ya en el primer párrafo tenía clara la respuesta: no. Se trata de una novela de personajes, con una estructura gramatical tradicional y está dividida en capítulos enumerados. Reconozco que no me parece la mejor obra del autor, ni la incluiría entre mis favoritas; sin embargo tiene muchos puntos a favor. Me gusta que se trate de una historia de historias; un escenario -una casa grande, de aquellas que albergan a algunas familias de clase media baja- reúne a varios personajes agrupados en familias y sobre cada familia se narran episodios que permiten descubrir ciertos rasgos íntimos de cada uno de sus integrantes.

En más de dos fragmentos me encontré con ideas que me cautivaron, que reafirmaron mi admiración por el autor y mi amor por el mundo mágico de las palabras. Las reflexiones e imágenes creadas-ya sea en voz del narrador o de los personajes- sobre la fugacidad, la música, el miedo y lo cotidiano me alentaron a no postergar la lectura de este libro para priorizar los otros muchos pendientes que tengo junto a mi cama.

Los personajes son memorables como conjunto, pero -a mi juicio- ninguno sobresale, o quizá sí: Abel, es que tiene un aire de lobo estepario, un poco de esa "rareza" que me resulta tan atractiva en personajes de papel y en seres de carne y hueso... Es notable esa capacidad de Saramago, que en sus obras posteriores se hace mucho más evidente, de tejer un tapiz con tantos personajes sin dejar nudos a la vista ni hilos por cortar.

En su momento, el portugués no lo supo, pero en Claraboya, su primera/última novela, escribió una frase sobre sí mismo, una explicación sobre el valor de sus letras: "Las palabras parecían nacerle de la boca en el momento en que eran dichas: venían todavía repletas de significado, pesadas de sentido, vírgenes".