2021/12/02

Sobre el derecho a la ira

Tengo muchas cosas dando vueltas en mi cabeza y cada tanto necesito escribir sobre ellas (a manera de terapia, creo). Esta vez le tocó el turno de pasar bajo mi lupa-pluma a una emoción que no sé si a alguien le sea ajena: la ira y sus derivados (llámense resentimiento, agresividad, injusticia, crueldad; en suma, autodestrucción lenta y constante). Todos nos sentimos en algún momento molestos (con respecto a un hecho, a una persona, a un grupo de gente, al mundo) y ese malestar tiene que manifestarse de alguna forma. Si nos interesase ser justos, las consecuencias de la ira deberían recaer solo sobre su causa, ¿cierto?, pero no siempre es así; de ahí que me pregunto qué pasa cuando trasladamos el enojo que sentimos por algo o alguien a otras personas. A saber: multiplicamos la ira y el daño que nos causa, podemos dañar también a esos terceros (si es que se enteran, porque generalmente los sentimientos negativos se quedan en nosotros mismos y rebotan sin cesar sobre nuestra alma). Y no es que esté mal sentir rabia, furia, fastidio, ira; tenemos el derecho y, a veces, la necesidad de experimentar todas esas emociones, el tema es que construir (o destruir) relaciones a partir de ellas no va a resolver las causas. 

Sí, es más "fácil" pelear contra el mundo que mirar hacia adentro y luchar contra los fantasmas que nos habitan hasta derrotarlos; es más "fácil" golpear (en sentido figurado, aunque a veces también los golpes son físicos) a quienes más nos quieren porque creemos que deben aguantar nuestra furia, o a quienes ni siquiera conocemos, porque sí; es más "fácil" refugiarnos en quienes nos conocen menos y lograr que se sumen no a nosotros sino al desprecio que lanzamos contra quienes nos han dañado e incluso contra quienes acusamos sin razón. Es más fácil, siempre, hallar errores en los demás y –de paso– adjudicarles los nuestros, en lugar de procurar algo de objetividad si no de empatía con los otros y con nosotros mismos (es que a veces la supuesta fortaleza, el aparente amor propio no son más que máscaras, intentos de ocultar nuestra esencia, porque la ira también nos hace detestarla a ella).

Y bueno, nada, esto solo es una reflexión "en voz alta" que surge a partir de un autoexamen, de un intento de evaluar mi proceso de duelo y de la observación de mi entorno (sí, también del inmediato, pero sobre todo del gran colectivo al que llamamos "sociedad"): el dolor, el miedo, la incertidumbre, la angustia, la ansiedad muchas veces se transforman en ira, quizá porque preferimos fruncir el ceño y construir (o ampliar) muros en lugar de enfrentar y asumir nuestra propia fragilidad; es que tal vez creamos que así nos protegemos o que "ganamos", pero a mí me parece que solo pierde y se pierde a sí mismo quien levanta más la voz, quien es más sarcástico, quien distribuye culpas gratuitamente, quien busca molestar e incluso lastimar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario