Sí, es más "fácil" pelear contra el mundo que mirar hacia adentro y luchar contra los fantasmas que nos habitan hasta derrotarlos; es más "fácil" golpear (en sentido figurado, aunque a veces también los golpes son físicos) a quienes más nos quieren porque creemos que deben aguantar nuestra furia, o a quienes ni siquiera conocemos, porque sí; es más "fácil" refugiarnos en quienes nos conocen menos y lograr que se sumen no a nosotros sino al desprecio que lanzamos contra quienes nos han dañado e incluso contra quienes acusamos sin razón. Es más fácil, siempre, hallar errores en los demás y –de paso– adjudicarles los nuestros, en lugar de procurar algo de objetividad si no de empatía con los otros y con nosotros mismos (es que a veces la supuesta fortaleza, el aparente amor propio no son más que máscaras, intentos de ocultar nuestra esencia, porque la ira también nos hace detestarla a ella).
Y bueno, nada, esto solo es una reflexión "en voz alta" que surge a partir de un autoexamen, de un intento de evaluar mi proceso de duelo y de la observación de mi entorno (sí, también del inmediato, pero sobre todo del gran colectivo al que llamamos "sociedad"): el dolor, el miedo, la incertidumbre, la angustia, la ansiedad muchas veces se transforman en ira, quizá porque preferimos fruncir el ceño y construir (o ampliar) muros en lugar de enfrentar y asumir nuestra propia fragilidad; es que tal vez creamos que así nos protegemos o que "ganamos", pero a mí me parece que solo pierde y se pierde a sí mismo quien levanta más la voz, quien es más sarcástico, quien distribuye culpas gratuitamente, quien busca molestar e incluso lastimar.
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