2021/03/17

Un año

 Decir que mis sueños siguen intactos sería mentir: llevan un año mutando, desapareciendo, reapareciendo, postergándose, eliminándose, sustituyéndose por otros que ahora siento más urgentes aunque quizá menos realizables… La pandemia nos obligo a hacer un recuento de esperanzas, metas, anhelos y nos fue robando varios mientras nos quedábamos paralizados porque la calle se había vuelto un sitio prohibido, las manos un instrumento peligroso y el aire compartido un potencial peligro.

Un año llevamos de agendas vacías o llenas de tachones. Un año de vernos de lejos o no vernos. Un año de abrazar recuerdos. Un año de contar los días, primero de forma descendente y luego ascendentemente: quince días de confinamiento, catorce, seis, una semana más, ocho, diez meses, doce y quién sabe cuántos más. Se dice muy fácil, parece poco: un año. Pasamos de la Rata al Buey (según la cultura china) y quiero pensar que eso es bueno, quizá porque no hay bicho sobre la Tierra que me cause tanto malestar como la rata, así que imagino que hasta en cuestiones astrológicas el roedor ese es lo peor, así que su partida siempre será algo bueno, ojalá. Del buey sé que representa trabajo, fortaleza, campo: quiero creer entonces que su llegada es un mensaje claro, que implica la transición necesaria para salir del todo de la cloaca en la que se mueve la rata, que este será un año de transición, que implicará esfuerzo, pero que lograremos volver a lo esencial, que recuperaremos espacios vitales, que volveremos a la vida.

No sé si sea ingenuidad o un reflejo de una necesidad profunda, pero quiero creer –a pesar de todas las evidencias que la realidad me estrella en la cara a diario– que vienen días mejores: que la vacuna será el inicio de un reencuentro con esa libertad que la genial Nina Simone definía como "no tener miedo". Volver a abrazarnos será la forma de empezar a sanar, y creo que esto aplica para todos, porque la sensación de soledad no se va con tener gente alrededor, las tristezas no se espantan con choques de puños o codos, las palabras no logran transmitir las emociones que se producen cuando se juntan los corazones de forma físicamente metafórica. Quiero creer, necesito creer, creo que la tormenta pasará y el amor nos habrá salvado, aunque suene cursi o sea una fase hecha, porque no hay dinero, poder, ego ni nada más que sirva como el amor (propio y hacia/desde los demás) para abrigar el alma, ponernos de pie, sostenernos, impulsarnos, acompañarnos y celebrar el que podamos ser mejores personas.

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