2012/09/23

"El libro perdido y hallado en el tiempo"

Sin puntuación, sin nombres propios: recreando el caos y la despersonalización de los seres no siempre tan humanos que habitamos el mundo, así es como conocí la obra de Saramago. Su Ensayo sobre la ceguera logró en mí aquello que me obliga a leer nuevamente un texto y retomar sus fragmentos cada tanto. Con El Evangelio según Jesucristo y Caín me sucedió algo similar: las historias de esos personajes sobre los que se escribió miles de años atrás, me parecieron más auténticas, más completas, más entrañables que las que se encuentran en los pasajes bíblicos.

Las pequeñas memorias de este hombre maravilloso no me cautivaron, no sé si empecé a leerlas en el momento equivocado (intentaré retomarlas más adelante); sin embargo apenas hallé El viaje del elefante y Claraboya decidí revivir mi idilio con las letras del portugués. Por tratarse de un libro muy grande (en tamaño y -al parecer- en contenido), apenas he podido leer las primeras mágicas de ese cuento ilustrado -para adultosniños- que me regalé hace unos meses: El viaje... Pero Claraboya no es un cuento, no tiene gráficos y está repleto de nombres propios y una puntuación muy bien colocada.

La primera novela de Saramago fue la última en publicarse: ese dato ya me sedujo, necesitaba saber qué había detrás de esa postergación. Pilar del Río lo explica clara y brevemente en la introducción que hace a la novela, el manuscrito se extravió en la editorial a la que fue entregado; mucho tiempo después lo hallaron, pero el autor no quiso que se publique, pues llevaba años pensando que no era una obra lo suficientemente buena como para -al menos- recibir un comentario de los editores. Pilar, según sus palabras, quiso regalar a los lectores esta puerta de entrada al ícono de la literatura que, además, fue su compañero de vida.

Antes de empezar mi lectura, la curiosidad era otra, ¿Saramago siempre tuvo ese estilo "anárquico" en su escritura? Ya en el primer párrafo tenía clara la respuesta: no. Se trata de una novela de personajes, con una estructura gramatical tradicional y está dividida en capítulos enumerados. Reconozco que no me parece la mejor obra del autor, ni la incluiría entre mis favoritas; sin embargo tiene muchos puntos a favor. Me gusta que se trate de una historia de historias; un escenario -una casa grande, de aquellas que albergan a algunas familias de clase media baja- reúne a varios personajes agrupados en familias y sobre cada familia se narran episodios que permiten descubrir ciertos rasgos íntimos de cada uno de sus integrantes.

En más de dos fragmentos me encontré con ideas que me cautivaron, que reafirmaron mi admiración por el autor y mi amor por el mundo mágico de las palabras. Las reflexiones e imágenes creadas-ya sea en voz del narrador o de los personajes- sobre la fugacidad, la música, el miedo y lo cotidiano me alentaron a no postergar la lectura de este libro para priorizar los otros muchos pendientes que tengo junto a mi cama.

Los personajes son memorables como conjunto, pero -a mi juicio- ninguno sobresale, o quizá sí: Abel, es que tiene un aire de lobo estepario, un poco de esa "rareza" que me resulta tan atractiva en personajes de papel y en seres de carne y hueso... Es notable esa capacidad de Saramago, que en sus obras posteriores se hace mucho más evidente, de tejer un tapiz con tantos personajes sin dejar nudos a la vista ni hilos por cortar.

En su momento, el portugués no lo supo, pero en Claraboya, su primera/última novela, escribió una frase sobre sí mismo, una explicación sobre el valor de sus letras: "Las palabras parecían nacerle de la boca en el momento en que eran dichas: venían todavía repletas de significado, pesadas de sentido, vírgenes".


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