2012/09/25

corre


Caminaba sin mirar a los otros transeúntes, tropezó. No era una piedra, era algo como la cabeza de un muñeco de plástico, pero con el cabello arrancado, sin rostro… daba igual, los que caminaban por su misma vereda tampoco tenían rostro, tal vez ni siquiera alma, eran obstáculos mediocres, de esos que no detienen el caminar de nadie, porque terminan por moverse para que cualquier otro pueda pasar.

Caminaba y pensaba en que de nada servía pensar, a veces tarareaba mentalmente una canción de la que no recordaba la letra y tampoco le importaba, pero tarareaba; sin embargo, entendió que el tarareo equivalía a un pensamiento, por eso lo descartó y se concentró en eso: no pensar.

Caminaba y sentía que sus zapatos ya no servían, que sus pies se desgastaban, que ninguna ropa lo cubría, pero la ausencia de vestido no le resultaba ni más ni menos cómoda que la ausencia de compañía, emociones o palabras.
Caminaba sin mirar, sin pensar, sin sentir frío, calor, dolor… caminaba sin sentir.

Caminaba y chocó contra algo, no sabía qué era, pero le sorprendió que lo detuviera. Levantó su cabeza –¡cómo costó ese movimiento!, hace tanto que no enderezaba el cuello- y miró algo extraño: un rostro, ojos que miraban a los suyos, labios que tarareaban esa canción de la que nunca supo la letra. Algo no estaba bien, sintió frío, calor, dolor y algo parecido al miedo (tal vez sí era miedo). Algo estaba mal, una mano acarició su rostro y luego tomó su mano, entonces recordó que él también tenía un rostro, ¡tenía rostro y manos!

Ya no camina más, solo corre, corre y choca con Otros, con todos, llenos de rostros, manos y quizá hasta almas. Corre y siente y piensa, piensa todo el tiempo en que habría sido bueno quedarse al menos hasta aprender la letra de la canción que ya no sabe tararear.

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