2014/03/08

8 de marzo


Es un tema de reivindicación, sí. ¿Pero quién, en qué espacios, cuándo y hasta cuándo debe reivindicarnos? La demanda de igualdad no puede ir huérfana de esfuerzo, de méritos propios, de conquistas más pequeñas, más cotidianas. Somos seres completos y muy complejos, con características físicas, emocionales e históricas diferentes a las de otros seres de género masculino, de otra especie animal y, seguramente, de otros lugares del Universo: el punto de partida para nuestro empoderamiento es entenderlo y asumirlo.

El no aceptarnos diferentes en esencia es, a mi juicio, lo que nos detiene en luchas disparatadas (esto también a mi juicio y riesgo)... Buscamos que el idioma nos descubra (o nos cubra) e inventamos palabras que no dicen más ni menos que sus equivalentes neutros: lideresa, gerenta, concejala, poetisa  (detesto esta última en particular: minimiza, excluye, ridiculiza). Y lo peor: condenamos a "las otras" por no querer revolucionarse, revolucionar su entorno y dar su "salto feminista" (es un mea culpa esto, porque no logro entender la sumisión y el desapego a la vida propia, una vida construida en función de una misma aunque sin desligarse del resto).

Aceptarnos frágiles en ciertos aspectos no es reconocernos inferiores: es reconocernos humanas. Potenciar nuestras habilidades y fortalezas con la guía o compañía de un hombre no nos vuelve dependientes, nos vuelve sabias. Llorar, sonreír, seducir, dejarnos seducir, recibir una flor no son traiciones al género, al contrario, todo eso es ser coherentes con esa sensibilidad tan nuestra y tan válida al relacionarnos con "otros y otras".

Es fundamental debatir sobre temas como la violencia intrafamiliar, el aborto, el acoso callejero o laboral, la equidad en remuneraciones y condiciones de acceso a educación y empleo. Demandar acciones y resultados en todos estos ámbitos, también. Pero no desvirtuemos nuestro feminismo, nuestra "lucha progénero"  en pos de una "lucha de géneros".

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