2020/10/19

Siete meses y contando…

 Nos contamos las historias como quien cuenta monedas: calculando, procurando que nada se vaya demás, que alcance, que quede algo… Quizá el silencio sea más auténtico, quizá el tener las bocas tapadas sea un mandato de la esencia: es tiempo de dejar hablar a las miradas, de sonreír con el alma.

¿Y qué hacemos sin apretones de manos, sin abrazos, sin caricias? Agradecer por la distancia impuesta para con los desconocidos o los conocidos detestables o aquellos que nos son indiferentes; transmitir amor a los conocidos queridos sin contacto físico: poner en juego la creatividad, las formas de mimar desde una distancia que solo es física y que –aunque cueste entenderlo– ahora nos salva.

Mirar hacia adentro es siempre un reto, incluso puede ser una experiencia dolorosa al principio, pero vale la pena aprovechar el "aislamiento" –al que aún tratamos de acogernos algunos, o propiciarlo si es que nunca quisimos cumplirlo del todo– para hacerlo: reencontarnos, reconocernos, enfrentarnos a heridas y fantasmas, hallar soluciones, dejar de lado lo que daña más, empezar a sanar, volver a soñar, reconstruirnos, respirar profundo y, solo entonces, reconectarnos con los demás.

Sobre las causas hablan los científicos (y hay que escucharlos, que por necios hemos llegado al punto en el que estamos), pero las consecuencias de la pandemia dependen de cada uno de nosotros: podemos intentar sobrevivir y –ojalá– no fallar en el intento, o podemos vivir con intensidad, responsabilidad y generosidad (para con los otros, para con nosotros mismos) este proceso.

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