2013/11/21

25 de noviembre (II)


He viajado en bus y en taxi: he sido agredida como pasajera, como mujer.
He caminado por las calles de Quito: he sido agredida como peatona, como mujer.
He sido incluida en generalizaciones y etiquetas absurdas ("todas", "hippies", "progres", entre otras): he sido agredida como individuo, como mujer.

Hace un año me enfrenté por primera vez con la violencia directa, enfocada no a "una" pasajera, a "la" peatona, a "todas" las que no son como las pequeñas mentes creen que es aceptable. Hace un año fui violentada como la mujer múltiple que soy. 

"Esa hija de puta", "la perra esa", "está loca", "ya le mandé a la verga", decía el caballero andante -entre otras palabras que al final lo definen a él, no a mí- en un mail que nunca imaginó que yo leería, pues me lo reenvió (por solidaridad de género) la persona a quien estaba dirigido, alguien que nada tiene que ver conmigo. Cada línea fue una bofetada. La "maravillosa mujer" a la que él había estado conquistando desde hace algunos meses, esa mujer a la que abría la puerta del auto y a la que besaba con ternura infinita se volvió su enemiga en el instante en que publicó un texto, lo leyó la pareja (novia, amante, ex, conquista, o algo así) de esta versión tardía de Dr. Jekyll y su máscara cayó... No, yo no sabía que tenía pareja (en algún momento supe que flirteaba con alguien y me alejé, pero si el caballero de brillante armadura y con exquisito gusto musical había vuelto a "rondarme" seguro era porque no tenía una relación. ¿Ingenua? tal vez, o tal vez no quería ver más allá, es que mis grandes errores fueron asumirlo honesto y estar absolutamente seducida, casi enamorada).

No, no fui golpeada. No me gritaron. No minaron mi autoestima sistemáticamente. Fui insultada de una forma patética, con la cobardía que suele caracterizar a los "pasivos agresivos". Y me derrumbé: nunca había sido tratada así, nunca había visto transformarse a un personaje casi perfecto en un ser horrible desde el alma... Quienes me acompañaron en ese momento lo saben: tuve miedo de salir a la calle y encontrarlo, tuve miedo de ese desconocido que sabía tanto de mí... Quizá para el mundo sea difícil entender: se considera que la violencia es la que se ejerce con las manos o con gritos; no recibí un manotazo ni me insultaron mirándome a los ojos y en voz alta, pero yo fui violentada. Lo que yo sentí en ese momento fue mucho más allá de la decepción, estaba profundamente triste y muy asustada: si el hombre amable, delicado y romántico de pronto explotó y se refirió a mí con tanta ira, ¿qué impediría que, ya sin máscara, expresase su enojo con otras formas de agresión? 

Pasó un año, la depresión y el miedo duraron tres días, se curaron con los abrazos de mis amigos, con esas palabras que me permitieron abrir los ojos y recuperar mi fortaleza. No he sabido nada más del personaje. No lo odio. Escribo esto porque ese episodio de mi vida fue una lección, fue un punto de partida y la posibilidad de entender que la violencia contra la mujer no se limita a un plano y todas estamos expuestas a ella: puede venir de quien menos lo imaginamos y su alcance depende de nosotras. Callarnos no es una opción sana: hay que alejar al agresor y liberarnos de las sombras que nos deja en el alma.

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