Hace exactamente dos semanas falleció mi tío político, y de alguna forma esa nueva tristeza me ha hecho recordar varias cosas por las que pasamos y que ahora deben enfrentar mi tía y mis primos; es que no puedo evitar que mi cabeza termine siempre remitiéndome a mi propia circunstancia y a todas esas cosas que aún no tienen sentido. A estas alturas, como es lógico, ya había vivido la muerte de cerca (mis cuatro abuelos, mi primo), pero nunca me golpeó desde tantos ángulos a la vez como en el instante en que murió mi mami y los días que estaban por venir.
¿Qué pasa cuando la vida de un ser amado termina y la de quienes quedamos se rompe en mil pedazos? Pasan muchas cosas, demasiadas para asimilarlas en un momento tan doloroso, pero esas muchas cosas tienen que seguir su curso, porque la vida es implacable y no respeta duelos. No sé en otros casos, yo solo hablo desde mi experiencia (que nunca quisiera haber transitado) y de lo que me ha tocado hacer o deshacer, con todas las emociones atravesadas.
Cuando mi mamita murió, pasaron apenas minutos antes de que llamara una mujer para decir que se podía hacer cargo del funeral, que el Seguro Social lo cubría y que no debíamos preocuparnos: alivio inmenso, ninguno de nosotros cuatro tenía cabeza para empezar a buscar una funeraria y averiguar qué y cómo debía hacerse hasta concluir con el sepelio. El hospital se encargó de que sea emitida inmediatamente la partida de defunción (papel horrible, pero necesario para todos los asuntos legales que implican la vida y la muerte en el contexto social). En toda esta primera parte seguramente algo nos habrá tocado decidir, sé que hablamos de horas, de ritos, de cementerio, lo demás –si hubo algo más– no lo recuerdo; también estas pocas decisiones se nos facilitaron: los tiempos los ajustamos a la llegada de mi tío que quiso venir de Madrid para despedir a su hermana y acompañarnos, sobre el cementerio no había que pensar porque sabíamos lo que mi mami habría querido. El resto fue sentarnos por un día y medio en el lugar en el que nunca hubiéramos querido estar, recibir abrazos, palabras de condolencia (alguna que otra imprudencia, no por maldad, sino porque en estas situaciones nadie sabe qué decir o hacer) y llamadas o mensajes de gente que no podía estar físicamente.
El entierro, para mí, no fue lo más difícil; como ya creo que lo he escrito, no había forma de asumir que mi mami estaba en un ataúd, si bien amaba (amo) sus manos, sus brazos, su carita y el vientre en el que me gestó, su existencia física concluyó cuando dejó de respirar y su alma (energía, espíritu, esencia o como se le quiera llamar) se desprendió para volver a la real libertad: el no-ser o el ser en plenitud. Lo más difícil fue y es vivir sin ella, sentir la casa un poco más fría, un poco vacía, un poco apagada, un poco ajena; y fue también muy doloroso asumir legalmente su partida: cambiar la cédula de mi papi, hacer trámites en el IESS y el banco (mis papis tenían cuentas conjuntas, todo siempre lo compartieron)… Quizá al menos eso habría sido más llevadero si no hubiese habido una parte que nos concernía directamente a mí y a mis hermanas: un tema legal al que le llaman "propiedad efectiva" o algo así, que básicamente es "tomar posesión", papeles y notaría mediante, de lo que según las leyes "nos corresponde"; todavía me pregunto que cómo así, de cuándo a acá "nos corresponde" lo que fue de mi mami y de mi papi y ahora es de él, es que solo es cuestión de razonar: ¿quiénes trabajaron para construir la casa?, ¿a quiénes les heredaron mis abuelos las propiedades?, ¿de dónde salió el dinero para comprar el auto y todas las otras cosas? A mis hermanas y a mí mis papis nos costearon todo (e incluso ahora nos ayudan de muchas formas, empezando por la vivienda), dejaron de comprar cosas para ellos o de darse gustos (como viajar, por ejemplo) para que a nosotras nada nos faltara mientras estábamos en etapa escolar y universitaria, por tanto nada nos deben, al contrario: les debemos todo (y eso incluye lo material, aunque sea lo menos importante).
Entiendo que cuando padre y madre dejan de estar, los hijos asumen su legado (incluyendo lo material) como base para continuar su vida, pero este no es el caso: mi papi está y por tanto, digan lo que digan los papeles, la casa es suya, la tierra que amaba mi mami y cada plantita que hay en ella también. Si algo "nos corresponde" a las tres es agradecer por todo el amor con que nos guiaron desde el primer día y pedirle a Dios que aún falte mucho para que tengamos que asumir que es nuestro todo lo que con esfuerzo construyeron juntos mis papis. "La tierra es de quien la trabaja", dicen, y en este caso se aplica perfectamente: fueron ellos (mi mami, mi papi) quienes labraron, sembraron, cuidaron, ¿por qué vamos a cosechar nosotras, si aún está mi papi para hacerlo?
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