1. Frida Kahlo me ha parecido siempre un personaje inmenso, me conmueve su historia, varios de sus cuadros, su capacidad de crear un universo a partir de sus cenizas… Cuando leí su diario experimenté la compasión en su significado original: compartí sus emociones; lloré cuando cumplí mi sueño de visitar la Casa Azul y pude ver sus pinceles, sus corsés, su cama con un almohadón bordado por ella…
2. Chavela Vargas, mi bien amada, es (el "era" no se aplica para ella) una mujer que me ha sacudido hasta la más escondida esquina del alma: su voz de luna llena me parece que es en sí misma una obra de arte. Fui al Tenampa solo para imaginarla cantando ahí y sí: también lloré. Vi “Chavela”, lloré más; estoy por leer su biografía y seguro lloraré nuevamente (se aceptan regalos atrasados de cumpleaños, tipo harto vino o un buen tequila)…
3. Ayer terminé de leer “Leonora”, una versión libre de la vida de Leonora Carrington, escrita por Elena Poniatowska. ¡Ufff! ¡Qué bestia! ¡Qué mujer, carajo! (y Elena, ¡ay!, ¡qué narradora de primera!). ¿Cómo terminé leyendo esta biografía?, bueno, pasa que yo quería comprar “Dos veces única”, pero como no lo tenían, opté por este librazo que me ha revuelto todo, ¡y pensar que yo no conocía a Leonora! ¡Ay!, tengo tanto que decir de la obra y de su protagonista, pero voy a sintetizar comentando que estoy fascinada con la mujer-yegua, la novia del viento, la pintora y escritora que sobrevivió a la guerra, al manicomio, a dos de los mayores dolores del s. XX en México: la matanza de Tlatelolco y el terremoto de 1985. (No me voy a explayar hoy en Leonora, apenas comencé a ver sus cuadros, no he buscado sus cuentos en internet –porque aunque no tengo plata ya me quería comprar un libro suyo, pero en MrBooks no tienen nada de ella– y aún no asimilo tanto).
4. Por otro lado, cuando era profe leí “Inés del alma mía”: me gustó mucho descubrir a esa mujer y, en ella, a tantas otras que fueron fundamentales en la construcción de la historia; el libro era del cole, así que luego compré un ejemplar para mí, y cuando me di cuenta de que tenía como diez páginas en blanco ya era tarde (por suerte, parece que me van a ayudar a completar la obra para poder releerla); bueh, esto no es lo importante. El punto es que Inés Suárez, mujer real retratada por Isabel Allende, comparte con las tres anteriores varias cosas.
- Las cuatro, como muchísimas otras mujeres, fueron condenadas —ya sea por la familia, los críticos, la sociedad o todos— a un papel secundario e incluso al olvido; afortunadamente, ninguna de las cuatro se resignó a ser una sombra silente de una pareja o de un prejuicio: todas vivieron con la pasión que era parte de la esencia de cada una.
- Las juzgaron por cuánto se salían de la raya trazada por una socidad hipócrita, cruel, conforme con la ignorancia y la prepotencia de unos pocos. Esos juicios muchas veces las lastimaron, luego lidiaron con ellos hasta que dejaron de darles importancia: nunca lograron detenerlas.
- Las cuatro se hermanaron con sus demonios y los usaron como materia prima para sus obras/actos.
No hallo forma de no conmoverme con mujeres así de intensas (en el mejor sentido del término) y no dejo de preguntarme cuántas otras Frida, Chavela, Leonora, Inés siguen sepultadas entre los escombros de una historia contada por hombres, de críticas escritas por hombres… Y, por si queda la duda, no es un tema de “odio a los hombres” o esas vainas que dicen contra el feminismo, es algo real: se sabe que entre omisiones de nombres propios y/o de hechos, páginas arrancadas, traducciones dudosas e interpretaciones bastante pobres, se ha tratado de minimizar el papel de las mujeres en la Biblia, en libros de historia, en notas de prensa, etc. La buena noticia es que la fuerza de esas mujeres –y ojalá de otras, de todas– pudo, puede, podrá siempre más.
Ya. Eso nomás quería decir (por ahora)
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