Dijo que había contado mis pasos. Dijo que conocía de memoria el ritmo de mi respiración. Dijo que será mi sombra, que es mi sombra, que lo fue antes de que supiese de su existencia.
Esa noche apagué el teléfono, cerré mi puerta y miré por quince minutos el techo. Busqué dentro de mí algo que se pareciese al miedo, algo que me impidiese sonreír, algo que demostrase que sus palabras aún tenían importancia. Nada. Repasé cada frase, cada intento de intimidarme, de asustarme, de dolerme, de mover mi piso para que vuelva a caer, pero no sentí nada.
Me levanté, encendí el teléfono, abrí la puerta y la ventana, respiré profundamente, fui hasta el espejo y miré mis ojos: me gustó hallar luz en ellos.
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