A veces se me enreda el alma alrededor del cuello, se anuda, aprieta, levanta mis pies del suelo. Cuando eso pasa, empiezo a sentirme lejana, deshabitante de mi cuerpo, viajera de la nada, andariega sin piernas ni camino, voladora sin alas ni viento.
A veces se me cosen los labios y los párpados pesan tanto que, cuando logro abrirlos, ya no sé cerrarlos, pero no me interesa ver nada más que la nada infinita que se dibuja en el techo.
A veces olvido que ya no tengo diecisiete años, que ya aprendí a vivir de nuevo, que me prometí no volver a dejarme arrastrar espiral abajo… Pero ser adulta es esto, imagino, porque si el mundo entero se derrumba a diario, por qué no iba a romperme también yo, de cuando en cuando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario