2020/08/05

Sobre ·Las intermitencias de la muerte·

"Al día siguiente no murió nadie": el inicio de una ausencia, el inicio de la presencia permanente. Saramago se convierte nuevamente en un narrador omnisciente que, sospecho, es también un omnipotente personaje nunca mencionado en esta novela, pero que es parte de ella, como nos lo deja saber la muerte.

Quizá contar de qué trata la historia y resumir su desarrollo sería lo más sencillo, pero mi intención es retomar las sensaciones que me produjo esta lectura que ha sido un punto de partida en mi reencuentro no-profesional con los libros. Para empezar, debo decir que hay dos obras del genial portugués que están entre mis novelas favoritas: El evangelio según Jesucristo y El ensayo sobre la ceguera; la ruptura de la estructura tradicional que se logra con la ausencia de signos de puntuación y mayúsculas (e incluso de nombres propios que identifiquen a los personajes, en el caso de la segunda) me cautivó tanto como la fluidez de la narración y la profundidad de los temas. Entonces, las expectativas que tengo cada vez que leo un nuevo título del autor son muy, muy altas.

Escogí Las intermitencias de la muerte de entre otros libros por leer porque el título, el abstract de contraportada y la anormal normalidad de la pandemia me impulsaron a hacerlo. ¿Creo que fue una buena selección? Definitivamente sí: las letras de Saramago siempre lo son. Y en este punto entro en conflicto: debo decir que el último tercio del libro no me hizo tan feliz como el resto.

Pasa que, para mí, el dejar de lado al personaje colectivo no favoreció tanto como esperaba al relato, es que mientras la voz narrativa me permitía adentrarme en la muerte como personaje, también me presentaba a un músico gris que ocupó el lugar de toda una comunidad variopinta y, ante semejante responsabilidad, quizá no dio la talla… Y quién soy yo para cuestionar las decisiones del autor, me pregunté mientras este nuevo personaje se iba mostrando, pero la pregunta me la tuve que repetir conforme las páginas por leer disminuían y mi temor por conocer de antemano el final crecía…

Al llegar a la última página mi temor se volvió realidad: uno de los escritores que más admiro (independientemente de que me gusten más algunas de sus obras que otras) había terminado esta novela de una forma predecible, aunque en algo me alivió el guiño final con el que decidió romper la linealidad de la trama.

Ahora bien: yo, que para bien o para mal, soy de esas lectoras que vuelven a veces en más de una ocasión a transitar por una historia, ¿volvería a leer esta novela? Sí, la dejaré reposar un tiempo, me permitiré leer o releer otras cosas, luego seguro me reencontraré con esta muerte (nombre propio, tanto que ella misma decide que no debe incluir mayúsculas) que seguro veré, entenderé de forma distinta, quizá mejor, quizá más profunda, porque la relectura enriquece, genera nuevas ideas, nuevas sensaciones y nuevas interpretaciones, es parte de la magia de las obras de arte creadas con palabras, "porque las palabras, si no lo sabe, se mueven mucho, cambian de un día a otro, son inestables como sombras, sombras ellas mismas, que tanto están como dejan de estar, pompas de jabón, caracolas que apenas dejan oír la respiración".

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